Tantos años viviendo en Granada. Como si fueran diversas vidas que se fueron sucediendo en el tiempo pero se mezclan y se cruzan en sus calles en trayectos de ida y vuelta. Miro a mi alrededor, en un paseo con cierto sosiego en medio de una tarde dispersa, y me reconozco en el universitario que está fotocopiando unos apuntes, en el chico que habla con entusiasmo a su novia sentados ambos en un banco de Bib Rambla, en el padre que pasea a su primer hijo con el carrito. Estoy en todas partes, disgregado y al mismo tiempo apelmazado en estratos. No hay apenas nada que no me recuerde algo. Me veo a mí mismo, e imagino qué verá en mí el joven que me recuerda a mí cuando era joven y miraba a un hombre con chaqueta y corbata. Subo a un autobús y me encuentro con un caleidoscopio de migueles, cada uno en lo suyo, en medio de una ciudad que ha sido muchas ciudades, escenario impávido de tantos sentimientos, de tantas situaciones que ya no sé ordenar temporalmente. Parques, plazas, la explanada de San Jerónimo, la estatua, la librería, los tilos, la fuente, la cafetería. Exámenes de carrera, noches de neón, la cola para pagar el alquiler cuando se pagaba en oficinas, buzones donde deposité cartas de amor y de cortesía, columpios a los que llevé a los hijos al salir de la escuela infantil, aceras por las que transitaban las princesas, semáforos que me dirigen el paso a pie y al volante desde hace tantos años, tiendas de queso y vino, callejuelas empedradas que guardan restos de noches de verano, esquinas donde me he citado con amigas y con agentes inmobiliarios, puertas del colegio donde antes imaginaba a mis hijos y ahora los recuerdo, jugueterías donde he comprado guerreros y garajes, el despacho donde iba a recoger a mi amigo para luego hablar de monarquía o república, otra vez los Festivales de Música, el Paseo de los Tristes donde rumiaba proyectos personales que o no empezaron o he olvidado, los tortuosos itinerarios del Albayzín en los que desbrozaba la plenitud de los treintaytantos. Otoños, primaveras, la calle Pavaneras por la que volvía solo, después de dejarla en su colegio mayor, la red de emociones y conversaciones tejida entre los puntos cardinales del Trápala, de la Casa de los Vinos, de la Trastienda y del Papagayo, cerca de cuarenta años ya en esta ciudad a la que continuamente estoy llegando, como aquél día de primeros de octubre de 1976 con la maleta cargada de bachillerato, y esas personas queridas que estuvieron aquí dentro y ya no se sabe dónde están. Tantas ciudades interiores dentro de esta ciudad en la que el tiempo a veces se desorienta, confunde las edades y multiplica el presente.
Miguel Pasquau
Cuaderno de notas
Tanta Granada.
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Yo, que nunca acabaré de irme de Granada, me identifico totalmente con tu reflexión. Granada ha cambiado mucho, pero nuestros recuerdos han fijado la imagen
Qué gusto leer algo así. Qué bonito. Y que ya me va pasando a mí también cuando paseo por Granada, este año, que ya cumplo 40.
Luego estamos los que, al contrario de lo que cuentas, nacimos y estudiamos allí, para luego irnos de la ciudad con veintitantos, y ya solo volver a Ella en verano y fiestas de guardar…
Mis recuerdos existen hasta mi época universitaria, quizás por eso, cada vez que vuelvo, busco caras conocidas entre los jóvenes con los que me cruzo, como si el tiempo no hubiera pasado.