Milei, la última esperanza del comunismo.

Milei tiene engañado a todo el mundo. Milei es comunista. Se le ve en la cara, se le nota en la mirada, pero sobre todo es una deducción lógica. Voy a intentar demostrárselo.

Imaginen a un think-thank comunista. Están comentando la progresiva e imparable pérdida de influencia en el mundo. La coincidencia en la valoración de las causas es abrumadora: la culpa es de la socialdemocracia, ese invento del capitalismo para parecer lo que no es, y para hacer imposible cualquier proceso revolucionario: con las mejoras aparentes del Estado del bienestar frenan cualquier reflexión sobre la colectivización de los medios de producción y la represión de la riqueza derivada de la explotación privada de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales. Las sociedades occidentales se aprendieron bien el rollo -dicen- de que la riqueza de algunos es buena para todos porque revierte, gracias a un pacto social según el cual unos se hacen ricos y otros tienen bienestar gracias a los impuestos y las políticas de igualdad social, que son mucho más modernas, rápidas y visibles que ese paso por la dictadura de un proletariado que suena a uniforme de guerra y a religión metálica. La socialdemocracia fue -concluyen- la gran operación mediática del capitalismo. El gran bulo. Consigue que el pueblo se adormezca y se pelée, como mucho, por lo penúltimo (la paga, el salario mínimo, la indemnización por despido), sin aspirar a más. Nula ambición desde la que es imposible cualquier revolución. El pacto social, la socialdemocracia, es el opio del pueblo, desde que la religión dejó de cumplir ese papel. Así que hay que cargárselo.

El primer intento del clandestino think-thank comunista para cargarse la socialdemocracia fue la globalización: creemos un mercado financiero sin fronteras, para desactivar las políticas sociales estatales. Hagamos que no funcione. Convirtamos el Estado del bienestar en islotes cada vez más exiguos, en nichos de bienestar, que vayan generando más y más exclusión dentro de las sociedades desarrolladas. Hagamos insostenible la legislación laboral y la política fiscal ambiciosa por medio de la deslocalización y el capitalismo financiero desregulado. Fantástico invento comunista, porque pronto empezó a dar frutos: la socialdemocracia ya no convence, se identifica con corrupción e ineficiencia y con privilegios. El primer paso está dado.

Pero ahora hay que seguir. Falta todavía mucho.

¿Cómo avanzar hacia el comunismo?

Algunos miembros del think-thank comunista lo tienen claro. No hay otra vía que la de siempre: agudizar las contradicciones. Es necesario infiltrarse en la política con piel de liberal radical populista. El poder tomado por la fuerza, la dictadura del proletariado alzado en rebelión, son hoy imposibles, porque no hay “sujeto revolucionario”: luego hagámoslo de otra manera. Pulsemos el botón de apagado, y volvamos a la fase previa: la miseria de las masas. Sólo la miseria y la desesperanza pueden salvar al proletariado

La estrategia no es difícil: apoyémonos en el capital, pongámosle una zanahoria para que corra hacia el precipicio, y que nos haga el trabajo. Coloquemos a, por ejemplo, el camarada Milei, que les prometerá un beneficio empresarial en el que todo lo bruto sea neto, convenzamos al pueblo de que los impuestos son un robo que sólo sirve para financiar la corrupción política, y hagamos que la clase media comprenda que las políticas sociales no les benefician, porque sólo son paguitas para los inmigrantes y los vagos. En poco, la clase media se hará masivamente conservadora: de su techo y de su pensión.

Fuera impuestos, fuera pensiones, fuera subsidios de desempleo, fuera políticas de igualdad, que tanto adormecen al pueblo. Motosierra a tope. Hasta que, por fin, en unos años, masas de personas empiecen a sentir hambre, frío, intemperie, agravio y odio a quienes tienen todo. Consigamos una desigualdad insoportable. Sólo eso permitirá la emergencia, otra vez, de un sujeto revolucionario: los que nada tienen que perder. Los que ya no pueden ser conservadores.

No se dejen engañar por Milei, que es un comunistón disfrazado, y probablemente se ha ofrecido como mártir de la causa. Piénsenlo bien. Irá eliminando impuestos y, por tanto, no podrá financiar una policía, un ejército, un sistema judicial eficiente o una educación pública que perpetúen el orden capitalista anclado en el confort pequeño-burgués de la clase media. Los poderosos, obcecados en su codicia, no pagarán impuestos y podrán costearse una seguridad privada, sin darse cuenta de que esa seguridad, sin una policía al lado, es mantequilla frente a una revolución popular. En siete, diez años, todo estará preparado: rabia popular, ricos aburguesados en sus búnkers, y un Estado sin aparatos de poder para enfrentarse a la rebelión de las masas. Una revolución de las de verdad.

Milei es la última oportunidad para el comunismo. Van a ir a por todas. Toda una secreta Internacional Comunista cuida su discurso. Si falla, se perderá otro siglo. Si usted es, de verdad, comunista, vote a quien más se parezca a Milei: aunque jamás lo confiese (son muy disciplinados), es seguro que habrá sido designado por el think-thank que se bautizó como neoliberal para despistar, porque es comunista.

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