Yo me pasaría tardes hablando de "Cuando siempre era verano", de lo que me dice tal o cual prematuro lector, de detalles sobre un personaje o una escena que no quiero que pasen desapercibidos, de lo que me gustaría que le pasase a quien se entrega a la novela, pero algo me pide contención. La novela ya está en el ruedo, y creo que no debo hablar mucho más de ella, salvo con quien la haya leído y le apetezca hacerlo. Como dijo Andrés Sopeña en la presentación, el autor, una vez escrita, tiene ya muy poco que decir de ella. Ahora la novela no será lo que yo pienso de ella, ni lo que haya escrito en la contraportada, sino lo que cada lector diga de ella.
 
Pero antes de pasar a otras cosas en este blog, quiero hablar de su presentación en Granada.
 
Que el palacio de Bibataubín, en el pleno corazón de la Feria del Libro, abierto por la gentileza del presidente Juan Cano, se desbordase de amigos y de testigos de mi vida en el acto de presentación fue para mí algo en cierto modo abrumador que no puedo ni quiero banalizar. No se trata de cifras de asistentes, sino de saberse bien acompañado y de ver cómo dimensiones tan diferentes de tu propia vida que son reflejo de una cierta dispersión vital (familia, compañeros de tribunal, compañeros de Facultad, amigos de los 20, de los 30, de los 40 y de los 50, amigos de cervezas y de confidencias, de veranos y de inviernos, amigos que reflejan las distintas caras, tan heterogéneas, de tu imagen) a veces se acoplan en un momento que para ti no es un momento cualquiera. Ni tampoco un momento fácil, porque al fin y al cabo publicar un libro no es (sólo) cumplir un sueño, sino sobre todo una apuesta: la apuesta de hacer público algo que en la intimidad no tiene riesgos, pero que sí los tiene cuando se convierte en un libro: decepción, fracaso, desfiguración, incomprensión... No crean que el rubor no existe para quien está dispuesto a que coloquen una novela suya en el escaparate de una librería.
 
Además de gente, hubo palabras. Miguel Sánchez, el editor, se fijó en la determinación de Luis Chicharro, el maestro que en la guerra no tardó mucho en saber que lo único seguro era la derrota, porque ganasen unos o ganasen otros, España se habría partido en dos para mucho tiempo, y que pese a eso, o por eso mismo, se limitó a cumplir su cometido con la diligencia necesaria para no ser arrestado y poder así, una vez la guerra terminase, poder volver a enseñar en una escuela "nacional o popular". De ahí arrancó Miguel Sánchez para explicar con la figura jurídica de la "transacción" lo que ocurrió en la España que cerró el ciclo del franquismo, porque la transacción, dijo, es lo contrario a una victoria y una derrota repartida por bandos. Todos pierden en una guerra, incluso los vencedores, y nadie pierde en una transacción. Por último, quiso regalar el oído del autor diciendo que "Pinos de Duero" (el escenario principal de la novela) es una experiencia universal, porque conduce a los lugares de los que uno formó parte y no acabó nunca de marcharse, aunque ya hayan desaparecido, hayan sido inundados por un pantano o aniquilados por una carretera. Incluso nos dio detalles de cómo fue su "Pinos de Duero".
 
Andrés Sopeña (puede que alguien todavía no sepa que es el autor de "El florido pensil", uno de los libros más vendidos en España por el rotundo éxito que consigue con cada lector) es una especie de hermano mayor para unos cuantos amigos escritores de Granada. Merece la pena escribir una novela para que Andrés la lea, te la comente y te la presente. Yo sabía que Andrés iba a ser ameno y que iba a arrancar no pocas carcajadas, porque es un maestro de la empatía. Pero cuando vi cómo abría el libro por la página 145 y comenzaba a leer el capítulo "La eternidad a mediodía", que es justamente el centro de gravedad de la novela, cuando le oí decir que mientras leía esas páginas "lector y lectura se fusionan mágicamente" y que ya era él quien transitaba por aquella plaza, a aquella hora, con aquel encargo, y cuando luego Andrés aludió a las novelas que son más que una novela, porque "hacen las veces de brisa que reanima o aviva cenizas todavía humeantes de aquel fuego original", supe que Andrés quiso deliberadamente decirme en privado, aunque delante de todos, que la novela merecía la pena.
 
A mi derecha estaba María Pasquau, una de mis hijas. Con toda justicia, por su condición de coautora. Y es que otro de los puntos mágicos de este libro (además de la portada de Juan Vida, además de la ilusión de Ángel en cada paso que dábamos, además del cuidado de corrección de estilo de Susana),  es la acuarela que guarda dentro. Cuando ya estaba decidida y en marcha la edición, le di a leer a María las páginas de la novela en las que se describe y le pregunté si sería capaz de pintarla. "Pues claro", dijo. Le compré una decena de pliegos, varios juegos de acuarelas, pinceles. Tardó en ponerse, pero por fin una tarde de sábado desplegó las pinturas y se puso a pintar en la terraza de casa. Me gustaría poder describir cuáles eran mis sensaciones a medida que, cada diez o quince minutos, me asomaba para ver cómo iba plasmándose en el papel esa acuarela que tenía en la mente desde hace tanto tiempo. La casa, las encinas, la iglesia, el páramo, el campo de girasoles, el río, el cielo con el sol en un lado y la luna en otro, la estrella fugaz. Le bastó un solo pliego. Esa acuarela es un regalo de María a su padre, y de la editorial a cada lector. Es lo que hace que este sea, para mí, el "libro" más bonito del mundo. Una descripción con palabras de una pintura se convierte en una pintura de verdad: es como si, a través de ella, la historia entera que se cuenta en la novela estuviera también saliendo de sus páginas y haciéndose real.
 
 

4 Respuestas

  1. Anónimo

    Hoy he terminado la lectura de la novela; aunque, en verdad, hablar de lectura es medio hablar. El autor consigue envolverte de tal manera que parece estuvieses presente en la escena.

    Cuando iba por el capitulo XII comenté en mi grupo de Whats App cómo algunos episodios traían a mi memoria recuerdos de la infancia (la mañana del domingo reservada a los preparativos de misa de 12h: mi padre limpiando los zapatos de toda la familia, mi madre me cambiaba las coletas por el pelo suelto recogido atrás con un lazo, de nuevo mi padre, esta vez para hacer el nudo a las corbatas de mis hermanos -aunque para el colegio hacia varios cursos que ya no se estilaba, para ir a misa era inexcusable-; primos mayores; primo jesuita -familia de mis primos mayores-).

    El secreto del tío Anselmo me hizo me infundio el temor de que nadie estamos libres de nada. Gracias a Dios, este secreto no forma parte de mi historia.

    El capitulo que mas me ha gustado ha sido "Tía Genara".

    Por ir concluyendo, decir:
    Qué elegante narración de las distintas etapas de la vida, con sus luces y sus sombras.

    Enhorabuena, Miguel! y enhorabuena, Maria! por ser capaz de reflejar con un pincel, lo que tu padre ha transmitido con la plumilla.

    Olga

  2. Gracias por tu lectura, Olga. Que, al leer, te hayas sentido "dentro" de las escenas, es una buena noticia para mí.

  3. Anónimo

    Sí que es bonito el "libro", cuidadísima edición. Felicidades a la pintora y a su padre.
    Y mucho bueno que decir de la "novela". Lo mejor es leerla.
    Teresa

  4. Anónimo

    No he tenido mas remedio que acabarlo, con pena, porque creo que es fácil ver algo muy familiar en tus páginas, hoy he pasado un rato en la puerta de esa casa cerrada sabiendo como huele dentro que se escucha y quien ríe con el bullicio y quien espera que la tranquilidad vuelva pronto. Bonito viaje de recuerdos.

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