Tic-tac, tac-tic.

El tiempo nuestro de cada día es un tic-tac de patas articuladas que avanza con la parsimonia y la tenacidad de un escarabajo inmune a toda inclemencia. En los días últimos de cada año el tic-tac sigue su ritmo igual, pero la impresión es que avanza de espaldas hacia el momento cero de la Puerta del Sol, donde otra vez da la vuelta y sigue su camino al frente, hacia ese instante tan fugaz de la muerte que no está apuntado en ninguna agenda, en el que que nos saldremos del tiempo y nos acoplaremos a esa inmensa quietud eterna en la que todo discurre. Visto desde la muerte, el tiempo es un tac-tic sin año nuevo. La cuenta atrás cuyo punto cero por fortuna ignoramos.
La nochevieja es un pacto: dejamos que muera el año para seguir vivos.  El año nuevo es un limbo perezoso suspendido en un vacío sin gravedad, un tic-tic o un tac-tac desconcertado, como una arritmia pasajera que nos hace pensar en el ritmo, hasta que otra vez la gravedad impone la ley y nos baja al suelo del tic-tac que nos da y nos quita la vida al mismo tiempo.
Brindo por este apasionante tiempo que compartimos ahora los que ya hemos nacido pero todavía no hemos muerto.

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