Noviembre interior (y un poema de Salvador Compán).

Si quedaba algún resquicio de duda, si todavía andaba a la vista o en la cesta de la plancha algún polo o las bermudas del verano, si aún nos parecía precipitado sacar prendas más oscuras y pesadas, si el sol de mediodía nos dejaba pensar que todo seguía igual, esta noche se acaba definitivamente la última agonía de aquel remoto verano de 2021, porque mañana a las siete ya no será por la tarde, sino noche cerrada.

Ya no sólo es otoño, sino que va a empezar noviembre, el mes guardado en el fondo de todos los armarios. Un mes sin propaganda alguna. Las cosas se hacen no porque sea noviembre, sino aunque sea noviembre. Tras el loco alboroto disfrazado en negro de Halloween empieza noviembre con santos y difuntos, en el cielo no hay más que gorriones (las demás aves se fugaron en bandadas de septiembre sin que nos diéramos cuenta), las flores son de plástico y las hojas quieren ser alfombra de un tiempo de trabajo y modesto descanso. Su luz, cuando la hay, se agolpa a medio día, y pronto se instala la grisura de gabardinas, ramas desnudas en los parques y cierta contención vital. “Nadie quiere casarse en noviembre, nadie quiere que noviembre perdure”, dice Vicente Tovar en “La extraña rutina”. Aunque a mí eso me ocurre más en febrero: de noviembre, lo confieso, no me sobra ningún día.

Noviembre sabe que es mejor despedido que bienvenido, pero le da igual. No le importa su color ceniciento, ni ser un mes de paso. Es listo, y se sabe imprescindible. Le pasa lo que a su primo febrero, aunque a mí el corto febrero es el mes que se me hace más largo. Están de relleno, como un enojoso trámite del calendario, y esa es su función ecológica en el ritmo del año: la toma de tierra, el viento húmedo que se lleva las adherencias más cansinas, algo así como un barbecho marrón oscuro en el que se fortalece el suelo para cosechas coloridas del resto de los meses.

En noviembre hay tiempo para mirar adentro, y por tanto también atrás: algunas horas de algún atardecer, o una mañana de sábado lluvioso. No es forzoso hacer planes, puedes dejar que el tiempo te transcurra sin temor a estar dejando irse a la vida. El futuro está velado por la cortina gris, que sólo deja asomar la montaña alta de la navidad, empeñada en anunciarse en los supermercados. No pasa nada. Noviembre no es para abundar, sino para ahondar. Semanas de rutina sin fechas en mayúscula, novelas con luz interior, las manos en los bolsillos por la calle, la noche larga. Se purgan los radiadores del aire de calores comprimidos y sabe a nuevo el viejo confort de un hogar cálido.

Pero lo dice mucho mejor Salvador Compán, en su Noviembre, incluido en su poemario “Corazón sin sueño”. Léanlo despacio, a ritmo de noviembre:

Forman los nombres de noviembre

palabras con blandura de bufanda,

charcos de dicha, recuperados afectos

escritos por el vuelo de la tarde

sobre páginas de agua.

Hay nombres en noviembre

de café y humo y de sosiego,

frases de interior,

encendidas como ascuas,

que abren ojos de sol

en la silenciosa espesura de la noche

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