Sentimientos gigantes.

 Camino de Málaga desde una madrugada calurosa, para llevar a mis hijas a un avión que las conducirá lejos por primera vez, al EMJ en Cracovia. Al salir de Granada, una luna llena turbia parecía estar ya provocando el alba, pero era engañoso, y en la radio todavía agonizaban los programas nocturnos que pueblan las ondas mientras nosotros, ajenos, estamos desprogramados en nuestros sueños disparatados. Cerca de Málaga ya se había levantado un sol redondo y brumoso, bien dibujado entre la neblina del bochorno. Parecía, otra vez, la luna llena, pero la luna llena estaba en el retrovisor. Dos soles, dos lunas, no sé si buscándose o acechándose, o jugando a confundir el día y la noche, dislocados, desorientados por el calor. ¿Por qué olvidamos siempre que el Sol no es más que una estrella demasiado cercana que apaga a todas las demás?
A la vuelta, Silvio Rodríguez: "Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche". Y me acuerdo de mi amigo Adolfo, que hace quinientos años me dejó una cinta de Silvio Rodríguez, y me dijo: "es buena para las noches de verano". Luego, la canción dice eso de "una caravana de sentimientos gigantes". Siempre me ha parecido que los sentimientos o son gigantes, o no son nada. Y que me perdonen los intolerantes al calor, pero sostiene Pereira (o debería hacerlo) que los sentimientos son para el verano. Para esos momentos en que todo se suspende por un momento y brota un géiser de sedimentos antiguos del alma. Pura energía.

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