La respuesta.

"No", contestó por fin.
Pero nadie lo entendió. Su "no" quedó encapsulado en la incomprensión: aislado, neutralizado, y pronto ignorado, como un cuerpo extraño envuelto en sustancias segregadas por las glándulas asesinas de la verdad. Una respuesta tan equivocada no podía torcer el desarrollo natural de los acontecimientos. Las olas se llevaron por delante el dique inoportuno. El típex borró, después, los signos de interrogación de la pregunta que nunca debió hacerse. Nadie le había preguntado; sólo le dijeron: "estás de acuerdo", y él creyó que le estaban pidiendo su autorización. Así lo explicaron luego, cuando fue necesario.

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