San Miguel

En el sur, tradicionalmente, se celebraban más los santos que los cumpleaños. Probablemente eso era reflejo de una concepción filosófica: lo importante es la identidad, y no la biología, y la identidad se construye por "referencias". En el fondo, el nombre es, al principio, algo prestado, y luego uno, a lo largo de la vida, ha de ir ganándoselo. A mí me llamaron Miguel, pero yo no hice absolutamente nada para conseguir esa etiqueta. Ahora, remotamente dentro del significado de la palabra Miguel, ya estoy también yo.
 
Seguramente hay más de 365 nombres en el santoral. Por tanto, el cumpleaños es menos diferenciado que el santo (o la "onomástica", como sigue diciendo un amigo al que le gustan las palabras), porque estadísticamente el cumpleaños lo comparte uno con un 1/365 de toda la humanidad. Y sin embargo tendemos a creer que el cumpleaños es más "nuestro", más individual y personal, porque "Migueles hay muchos".
 
No todos los nombres son santos. Pero, si es verdad que los santos eran "modelos a imitar", no estaba mal el patrocinio de los santos, aunque fuese arbitrario y aleatorio. Juan, Pedro, Irene, Luis, Antonio, Sofía, Teresa: esas palabras son pasado, son tradición, son una manera de adscribir al nacido en una comunidad. También podríamos llamarlos "Relín", o "Costondo", por ejemplo: entonces los nombres serían un folio en blanco, pero nuestra cultura prefiere anclar al nacido en algo identificable, quizás por el vértigo al individualismo...
 
San Miguel. Hace muchos años, era un día ostensiblemente grande, porque el universo se llamaba Úbeda, y ese día no sólo era mi santo, sino que además empezaba la feria, con sus carruseles, los coches de choque, los pollos asados y ese aire fresco del otoño incipiente cuando caía la noche y se acababa el santo. Ahora es un aluvión de felicitaciones por Whatsapp que sirve para cruzar buenas palabras con los amigos. Aunque duele pensar que en Úbeda están celebrando esa feria sin mí... No tengo ninguna duda: lo que más me apetecería ahora mismo sería salir de mi casa con el billete de cien que me habría dado mi padre, e ir a gastármelo en patatas fritas grasientas de feria y en las norias o los coches de choque. Esa es la felicidad que yo me represento cuando en San Miguel los amigos me desean "felicidades".

Deja tu comentario

Los comentarios dan vida al texto y lo pone en movimiento.