No es síndrome postvacacional, es más simple: es que se han terminado las vacaciones.
Hoy era día de recoger. Las colchonetas y la pelota de waterpolo de la alberca, algunos restos de la nevera, las toallas del tendedor, los calcetines no usados del cajón, algunos recibos, tiques sueltos y planos de Burgos o de San Sebastián de una mesa, algunos frascos del cuarto de baño, y una variopinta dispersión de cosas desparramada por dos o tres habitaciones: una cámara de fotos, zapatos, tres libros, cargadores de móviles, una cadena de perro, unos naipes, monedas sueltas, pilas, una linterna, las bolas de petanca, llaves de tres lugares y dos coches, dos bicicletas, una tableta de paracetamol, un pendrive, las gafas de sol. Día de deshacer la cama y poner la colcha sin sábanas, de hacer caricias a la otra perra que se queda en el campo, de sentarte un rato en una tumbona junto al alberca y de disciplinarte para rechazar las ráfagas de tantos momentos puntuales acabados de vivir en una temporada que se clausura y pensar en otra cosa.
He aguantado el tipo. La maleta cerrada, las habitaciones en relativo orden, casi la una de la tarde, los abuelos esperando en la puerta de hierro para decir adiós. No pasa nada, ha estado todo muy bien, y ahora hay que vivir septiembre. Estupendo. Mirando hacia adelante. Pero entro a comprobar si me he dejado uno de los cargadores y, al salir de nuevo, veo en la mesita de noche de una de mis hijas un bote de agua oxigenada. El último resto del verano, que queda ahí como un náufrago en el hundimiento del verano: un día perdido a mitad de agosto, un incidente entre el perro Bribón y alguno de los gatos, mi hija que andaba por allí, y un arañazo de gato en el dedo. Le di agua oxigenada. El bote se quedó por ahí, por medio. Ahí ha sido cuando mi entereza ha quebrado un poquitín.
Siamo tutti bene.
Pasa que, por circunstancias de salud, no he tenido verano. Y sensaciones similares a las que describes las he ido repasando día tras día, recordando con nostalgia los detalles de ese mes de vida apacible que este año no ha podido ser.
Lo que no esperaba es que, después de esta lectura, añorase también la última mirada de lo que se deja atrás, esa nostalgia de fin de etapa que precede al cambio que ya está en marcha de manera inexorable.
Cómo decirlo. Es tener nostalgia de la nostalgia
Estoy internada en una casa de curas muy buena que yevan las Hermanas del Santo Sino en Almuñecar y me dise la Hermana Paloma Conshi qué, y le digo Hermana Palo por dios vengo de las vacasiones de Agosto con un moreno color oro oscuro en el cuerpo presioso de la playa y empiesan los tiestos catalanes sestos a molestar y me dise mi hija Elena : mamá explícademé que es la desconesxión esa que disen y le digo hija pues la verdá es que no sé lo que es desconextarse, me imagino que será quitarse de la conexión, autoreferensiarse desconectivademente, y me dise mi hija pero , a ver, explicademé , ¿ qué quiere desir eso, que uno va a la conecxión y se desconexta cuando le da la gana ? , y le digo pues no lo sé hija, francademente te lo digo, y me dise mi hija pues mamá siento musho que no estés capasitada para esplicarme el fenómeno de la conesxtividá , y entonses, Hermana Palo, me entró un sudor frio y unas reverberasiones sinternas sen el cúbito que me puse malisima Hermana, por no poder darle satisfacsión intelestual a mi hija, qué horror Hermana Palo, cómo se explica a una hija el epífenómeno de un cara dura, y me dise la Hermana tranquila Conshi, tu hija te qerrá siempre y los catalanes son la España cañí disimulada con un dialesto propio y con cava Codorniú pero en verdá lo único que quieren es subir el presio de las bragas nuevas, preparadeté, y le digo Hermana qué me gusta su conexsión por dios ya.