Ratzinger Benedicto.

 
Prefería a algún otro candidato, como el cardenal Martini, y cuando se anunció en el balcón de San Pedro el nombre del cardenal Ratzinger pensé que habría que esperar otros diez años para que la Iglesia torciese esquinas que la estaban y la están esperando. Ratzinger era demasiado conocido, y tardamos en cambiar su sotana negra por la vestimenta blanca de Benedicto XVI. O al menos seguíamos imaginando esa sotana negra bajo la túnica blanca.
Poco tiempo después pensé que acaso se trataba de hacer algunos ajustes antes de lanzarse a aventuras, y que esos ajustes sólo podía liderarlos alguien con la enorme autoridad intelectual de Ratzinger. Por ejemplo, reivindicar la Iglesia "a secas" frente a tanto "movimiento" que, pretendiéndolo o no, está segregando y privatizando la experiencia religiosa. La Iglesia con Ratzinger no iba a dar un salto ni cambiar la ortodoxia, pero pocos como Ratzinger estaban en condiciones, desde el ámbito conservador, de depurar la ortodoxia católica y hacerla intelectualmente presentable. Porque siempre he pensado que la ortodoxia católica es mucho mejor que tantas adherencias catetas y baratas que han querido protegerla con atajos y estribillos. En España tenemos algunos significados ejemplos de ese catolicismo cateto.
Ese pensé que podía ser el sello de Ratzinger convertido en Benedicto XVI: un teólogo alemán que, junto a algunos otros grandes teólogos, aportó cimiento a las construcciones del Concilio Vaticano II, por más que, ciertamente, en su paso por la Congregación para la Doctrina de la Fe (Santo Oficio) pusiera más énfasis en la delimitación y defensa de la frontera que en su ampliación a nuevos territorios que acabaron quedándose alejados de la Iglesia.
No sé en qué medida los años de su pontificado han significado esta depuración y esta reivindicación de lo mejor del discurso católico tradicional.
Algunas personas bien informadas (no me refiero a Tamayo, el eterno comentarista de temas de Iglesia de "El País" que siempre dice lo mismo) afirman que Benedicto XVI se ha enfrentado con valor a dos cánceres de la Iglesia: los escándalos tapados de la pederastia, y la Curia. No lo sé. Ni puedo saber hasta qué punto la Curia ha resistido. 
La actitud de Juan Pablo II aguantando hasta la muerte sirvió para visualizar y dar valor al sufrimiento, el deterioro y la vejez. De acuerdo. Pero otra dosis de esa misma lección no era, quizás, necesaria: por eso aplaudo, como primera reacción, su decisión de renunciar cuando aún está en condiciones de hacerlo libremente. 
Ahora no me es indiferente quién ocupe su lugar. No debe serle indiferente al mundo cristiano. No creo que el que venga vaya a dedicarse a seguir delimitando la frontera de la ortodoxia. Me gustaría pensar que ha llegado el momento de explorar nuevos territorios y de iniciar determinadas transiciones culturales y políticas, recuperando para la Iglesia la misión de ofrecer esperanza y acogida a tantísima gente que la necesita. Me gustaría pensar que ahora no es momento de perfilar discursos, sino de poner a la Iglesia al servicio de la gente, dándole todo el Dios que sea capaz de dar. Creo que, si así fuera, no habrá sido en vano el pontificado de Benedicto XVI.

1 Respuesta

  1. yo tb pienso que a los cristianos, y sobre todo a los católicos, no nos puede dar igual quien venga.
    Estaba de acuerdo con lo que dices hasta llegar al último párrafo donde me da la impresión de que insinúas que la iglesia no está al servicio de la gente. A mí me parece que sí lo está, lo que ocurre es que, hoy, los enemigos de la Iglesia son mucho más poderosos que ella y eso se nota a nivel de medios de comunicación que son los que "educan" a la gente. El mensaje de la Iglesia es muchas veces un mensaje incómodo, que no nada a favor de corriente, que no es fácil, y eso, hoy en día, no se acepta.
    Espero que el nuevo Papa se mantenga firme en la ortodoxia y a la vez se acerque lo máximo posible a las personas (no es nada incompatible sino todo lo contrario), sobre todo a aquellas a las que el mundo ha dejado olvidadas en la cuneta, que cada vez son más, y más en esta vieja Europa, que se ha olvidado de dónde viene y cómo se construyó.

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