Los restos del verano.

Los restos del verano están, todavía, en la memoria inmediata. Vas a buscar una cuchara en tu casa, y te vas a otro cajón, porque en el campo estaban a la izquierda; subes la persiana y te sorprende un paisaje distinto, sin olivos. Abres una cerveza por la noche, y echas de menos el mantel de cuadros sobre el que tantas han caído al atardecer en agosto. Te despiertas al amanecer, pero no cantan los gallos peleones a los que ya te habías acostumbrado a meter en tus sueños, de tan pesados que eran. Sales del cuarto de baño por la mañana, y te das cuenta de que no son las bermudas lo que tienes que ponerte, sino el pantalón y los zapatos. Los pimientos, los higos, los tomates, no están en la huerta, sino en el supermercado. Abres el ordenador, y no se trata de avanzar en la novela, sino de gestionar la abultadísima y complicada bandeja del correo electrónico que descuidaste por completo. Suena el móvil, y no es porque hace falta comprar agua o helados, sino alguien que te propone una conferencia. En la televisión, después de comer, sigue la Vuelta a España, pero ya no necesitas a tu lado la palmeta matamoscas que agarrabas en la siesta. El perro está deprimido, porque no encuentra conejos, gatos o lagartijas a las que perseguir. No hay plan de bicicletas ni de baño en la alberca para la mañana siguiente, sino de moto con dirección al trabajo y aire acondicionado. Pones la radio y no está seleccionada la emisora musical que te gusta, sino Radio 5 Todo Noticias, donde otra vez Cataluña, otra vez Rivera e Iglesias, otra vez Rajoy y Sánchez diciéndose unos a otros lo que de sobra sabemos de antemano que se van a decir. Y al acostarte no sabes bien en qué pensar, si en el capítulo que está a medias, o en el recurso contra una decisión de finales de julio de la que ya te habías olvidado.

 
Son pocos días. Pronto esos restos se diluyen, se esparcen, se atenúan, y van cayendo hacia la memoria profunda, en el depósito acumulado de los veranos de toda la vida, ése que se cierra y se guarda y vuelve a emerger una vez que la Tierra, obediente a sí misma como un calendario, da el giro completo alrededor del sol.
 
Confieso que he sido feliz durante treinta y un días, reconozco que no lo he sido estos dos últimos, y prometo dedicar este fin de semana a abrir ya la ventana de los septiembres.
 

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