“Ubedecer”

humildad1

[Este post va dirigido inequívocamente a ubetenses...]

He inventado esta palabra para definir qué es lo que hago en Úbeda desde el Jueves Santo por la mañana hasta el Viernes Santo por la noche: "ubedecer".  No me ocurre en otros días ni en otros lugares.

En Úbeda, a partir de la Oración del Huerto, uno y otro año ocurre lo mismo: me limito a "ubedecer". Obedezco a Úbeda.  Me echo al río, y sé que al menos hasta muy entrada la noche del Viernes Santo, me dejaré llevar por la corriente sin necesidad (y casi sin posibilidad) de tomar decisión alguna. El itinerario lo ordena el río.

Sí, el Jueves por la mañana uno se cree libre. Oye los tambores desde casa y se cree que puede elegir en qué esquina ve la procesión verde y blanca. Pero es salir a la calle, y ya está. Ya voy deslizándome, y sin hacer pie. La procesión te ciñe y te clava en eso que desde siempre uno ha llamado "jueves santo", que tiende a ser infinitamente igual, aunque los accidentes cambien un poquito. Tocará comer en casa de los suegros y no de la madre, tocará apresurarse para llegar a tiempo al Claro de San Isidoro, conversar con los amigos que allí siempre están; no será momento de café, porque hay que acudir al Paseo del Mercado a presenciar el despliegue de los romanos y la música de "El presidente ha muerto", de profundas resonancias familiares: allí estarán quizás mis hermanos, recién llegados, o mi prima, y también amigos, y yo procuraré, braceando un poquito, juntarlos a unos y otros para que nos vayamos deslizando juntos un rato (por ejemplo, subiendo todos a casa del amigo Gabriel). El río coge velocidad, precisamente en el momento en que es más difícil avanzar por las calles principales: pero como vas, quizás, muy acompañado, no es cosa de correr por los atajos como cuando éramos chavalotes y nos dejaban sueltos por primera vez  para ver las procesiones a nuestra manera. Se espesa el Jueves Santo, te adentras en charlas con amigos, hermanos o cuñados que cambian de tema con facilidad y que se interrumpen porque por allí se oye la Columna otra vez y por allá la Humildad, mientras atardece y tú ubedeces. Quizás una cerveza, u otro balcón más (en casa de la cuñada, por ejemplo), o posponer la cena hasta ver la negritud de la Buena Muerte (que a mí me gusta más cuando desfallece a última hora por la calle Montiel), pero eso no depende de mí, depende del río.

El Viernes Santo deja aún menos margen. Allá voy desde muy temprano, ubediente, con mi túnica y mi capirucho morados, acompañado o solo, con dirección a la Casa de Jesús y a la procesión de siempre. De ese tramo no salgo hasta las once, con sol ya pleno y la Caída desgañitándose en tambores a los que no hago mucho caso, porque lo que quiero es subir a casa a desvertirme y descansar un poco. Sólo un poco, porque aunque los ojos se cierren durante media hora, estás oyendo tambores lejanos que te dicen: "¡ubedece!", y yo ubedezco, porque quiero ver la Expiración, ese momento rotundo, cabal, definitivo; y acaso las Angustias a última hora de la larguísima mañana, después de una cerveza que transgrede el ayuno pero con la eximente de "ubediencia" debida, porque Úbeda impone esa cerveza de medio día antes de ir a casa (ahora a casa de la madre) a hacer la pequeña "colación" del ayuno...  Y la siesta de butaca o de sillón, entre conversaciones de hermanos o sobrinos que no han madrugado tanto, hasta que uno se espabila activado por el reloj de la ubediencia: "si queremos ir a la Soledad, hay que ir saliendo"...  Allá va el río, allá va uno, con las piernas protestando ya un poco, acometiendo a San Millán desde los Miradores, para llegar a la puerta de la iglesia unos minutos antes de que la Virgen salga sin complejos desde aquel reducto de la ciudad hasta su corazón. Esa aglomeración de gentes, esos niños que van a subir la Cuesta corriendo por primera vez y reciben las recomendaciones temerosas de sus madres, ese bullicio con el "Stabat Mater" de fondo y la sonora campanilla, y esa excitación en la Cuesta de la Merced.

Luego el río parece detenerse un momento, pero es una falsa apariencia. Vuelves a la ciudad, y todos los tambores conducen a Santa María. Y debes decidir si sales en la General o no. O si sales sólo un "poquito". Salgas o no en ella, el río te llevará a ese cúmulo de pasos y penitentes y te dejará, profundamente cansado, en su último episodio: el Santo Entierro (con la sección femenina de mi familia) "enterrándose" en Santa María, hacia las tres de la madrugada, casi veinticuatro horas después de que sonase el despertador para vestirse de nazareno.

"Ubediencia":  Dícese de la aceptación voluntaria e incondicional de la secuencia de estados de ánimo, itinerarios  y acontecimientos marcada durante Jueves y Viernes Santo por la Semana Santa de Úbeda.

1 Respuesta

  1. Me parece precioso, tanto el nombre como la reflexión

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