Más que aprovechar oportunidades, lo que Emilio sabía hacer era inventarlas. Más que buena suerte y buenas cartas de reparto, tuvo tesón y voluntad. No confiaba en los trenes regulares que tienen horario y destino marcados: él iba en moto y decidía la ruta sin fiarse de Google Maps, porque los trenes regulares y Google Maps buscan la repetición, y la repetición es un mal presagio para quienes, como él, se sienten condenados a cambiar, a innovar, a inventar, a probar, porque el empate les hace perder. Por eso Emilio era más de brújula que de mapas. Por eso él una vez, hace mucho, me dijo que algunos podían jugar a ser Felipe, pero otros como él sólo podían ser Guerra. Y por eso supo desde el primer momento que su camino en la Universidad no podía ser calentar un asiento, ni hacer tiempo en una sala de espera para entrar donde nadie le estaba esperando, sino encontrar un solar baldío donde construir. Por eso la traductología en España se apellida Ortega.
Su mirada de estar pensando lo siguiente mientras te decía algo con énfasis. Su risa irónica, que te aceptaba sin objeciones pero añadía siempre un reto para que fueras más allá. Su voz consistente pero envuelta en amable fieltro, de locutor de radio. Para él todo era traducción: del lenguaje técnico al vulgar, del francés o del inglés al español, de las palabras eternas de un evangelio a la contingencia de una agenda semanal llena de tareas. Un traductor es alguien que sabe que las ideas y los conceptos sólo sirven en la medida en que logren ser comunicados, y que cuanto más comunicados sean, más se exponen a dejar de ser lo que son, porque todo cambia después de cada vez que es dicho. Quizás por eso tenía voz de radio, porque en el principio era La Comunicación. No es que no creyera en el Verbo: es que mientras no se haga carne, el Verbo no es creíble.
Qué pena tener que conjugar en tiempo pasado casi todos los verbos de este texto. Como siempre, la muerte de un amigo llega a destiempo. Deja pendientes conversaciones y risas. Ahora querría hablar y reír con Emilio de cosas de las que hubiéramos hablado y reído en el siguiente encuentro casual: quizás en un curso sobre lenguaje jurídico, quizás en un café en un rato libre tras una gestión que le hubiera traído a Granada, o en un encuentro de viejos amigos. Esa moto dócil que le permitió abrir tantos senderos, de repente desobedeció, se entregó al trágico azar de un desliz, y le ha hecho llegar tarde al resto de cosas que tenía programadas. No imagino otra muerte para Emilio: tenía que ser así, de pronto, a traición, como un mal paso en un campo de minas. Las enfermedades comunes se habrían vuelto locas dentro de él, porque él inventaría otro solar para escaparse de ellas. Quién sabe si en realidad es eso lo que ha hecho, quién sabe a qué otro solar le esté ya tomando las medidas para inventar algo.
Que hermoso texto de recuerdo de amistad!
Pocas personas tienen el don del verbo y si además lo encarnan debe ser un placer dialogar e incluso sólo escucharlos.
Me ha recordado un libro que estoy leyendo de John Locke “Del abuso de las palabras” : “habría muchas menos disputas en el mundo si las palabras se tomasen pir lo que son, solamente signos de nuestras ideas, no las cosas mismas”.
Emilio, siempre estarás entre nosotros. Dejas un vacío que nadie podrá llenar. Se nos ha ido un referente, un guía, peronsobre todo UN AMIGO.
Un texto precioso, escrito impecablemente.
Precioso texto, Miguel. Tus sentimientos son también los nuestros. Un ne me quitte pas!
Hermoso texto que, en tan pocas palabras, resume la huracanada personalidad de Emilio. En su diccionario particular no está la desgana ni el hastío. Siempre contento, feliz y con tanto qué hacer. Al final su muerte me corrobora, una vez más, que las personas brillantes a las que quiero y admiro no son de este mundo
Gracias, Miguel, por ponerle palabras a nuestro sentimiento de impotencia. Como no podía ser de otra ma era, mis dos últimos momentos con Emilio son escuchar cómo le hacía un favor a alguien y un ‘adiós, que me espera Ana’.
Gracias, Miguel por compartir este texto tan bien escrito que refleja muy bien cómo era nuestro amigo Emilio. Se nos ha ido un genio, como profesional y como persona. Aunque seguimos tocados por su repentina partida estará siempre en nuestros corazones.
Dejamos de ser niños o muy jóvenes, Miguel, la primera vez que vamos solos al médico sin nuestra madre al lado, y muchos años después nos adentramos en los sesenta, un territorio sin mapas que vimos en los demás pero que jamás pensamos para nosotros mismos, cuando una mañana cualquiera reparamos en que ahora “los mayores” somos nosotros, de que ya estamos situados en primera fila.. Al mismo tiempo comienzan a caer cada vez con más frecuencia y más cerca, los obuses, los disparos de mortero que se van llevando dolorosamente a nuestros mejores amigos.
Un abrazo, Miguel, tenemos pendientes cuando vaya nuestras risas, nuestras charlas y aquellos desayunos sin pedirlos en el “Pilar del Toro”.
Magnifico texto que refleja 100% la figura de Emilio. Cuando lo leyeron en su funeral no paraba de asentir porque me parece la fotografía más real de Emilio y de su presencia. Gracias y mil veces gracias por plasmar tanto sentimiento hacia una persona excepcional
Lo conocí tarde, pero pude gozar de su cariño, su generosidad y su alegría. Un último abrazo, Emilio, y que cruces los cielos a lomos de tus sueños.
Gran profesor y gran amigo. Gracias por tu apoyo incondicional, marcaste un antes y un después en mi vida. Estarás en mi corazón cada día.