Tu propio año viejo.

Uno de mis programas favoritos era el "resumen del año" que siempre emitían en nochevieja. Un repaso por las noticias capitales de los doce meses que concluían: la muerte de un personaje, una victoria deportiva trascendental, un incidente político, un terremoto o una inundación en países lejanos, un estreno taquillero, etc. Era una manera de despedir el año recordando algunos de sus hitos.

 
Una vez mi padre, al final del programa, nos dijo: "Pero este no es vuestro resumen: el vuestro tenéis que hacerlo cada uno". Y desde entonces, en los días alrededor de la nochevieja, no falto a la cita. La cita es un paseo a solas en la que construyo mi resumen.
 
Es una buena costumbre la de no entregarse al resumen global. La de despegarse de las noticias grandes y fijarse en las pequeñas, íntimas y personales. Porque la vida de vez en cuando hay que contemplarla en primera persona de singular. Es verdad: estamos envueltos en relatos colectivos que nos involucran, y dedicamos mucho tiempo a asimilarlos y a situarnos en ellos. Pero un viajecito hacia dentro viene bien de vez en cuando, para descubrir dónde está uno, qué está pasando con su tiempo, dónde están sus amigos, qué veredas hemos descuidado, qué decisiones, qué fracasos personales, qué motivos de orgullo, en qué se ha esforzado uno, dónde está uno atascado.
 
No es verdad que el tiempo pase más deprisa: lo que ocurre es que lo empaquetamos en cajas más grandes, quizás porque nos fijamos menos en lo pequeño, en cada cosa que antes era nueva y llamativa y ahora es repetida. Un año es mucho, muchísimo tiempo, y sólo una falsa impresión incapaz de afinar con la memoria lo empequeñece. Mi buen amigo Falo Barranco, amante empedernido del detalle, decía que la vida además de longitud tenía volumen, y que el volumen se agranda con la capacidad de ahondar en los momentos. Mi amigo hace dos años y medio que ya no puede ahondar ningún momento, porque su tiempo se terminó hace dos años y medio. Me duele seguir cumpliendo nocheviejas sin ser ya su contemporáneo, pero aún me parece oírlo cuando caigo en la trampa de pensar que el tiempo pasa muy deprisa: "si das la vuelta al mundo, ganas un día", decía él. Quizás por eso siempre llegaba tarde: porque antes de llegar a cada sitio, procuraba dar la vuelta al mundo.
 
La efervescencia de las uvas y del champán es efímera. Cae la bola de la Plaza Mayor, caen las uvas, se acaba la copa después de brindar, y en seguida volvemos a sentarnos en el sofá, a ver si todavía aparecieran Tip y Coll, o  Martes y Trece, o Chiquito de la Calzada, antes de que de pronto sea de día y en la televisión suenen valses de Strauss o deportistas de nombre centroeuropeo se arrojen por toboganes de nieve. Está bien ese ritual de cambio de año; pero también podemos, en algún momento perdido, dar la vuelta al año, recorrerlo hacia atrás en primera persona del singular, y así ganar algo de volumen al tiempo. Cuatro estaciones, doce meses están ahí esperando ser recordados en sus detalles. Conversaciones, libros leídos, películas que dejaron huella, viajes, sucesos personales, cosas que se tiraron por fin a la basura, nuevos amigos, despedidas, placeres, dolores, viajes, contratiempos, decepciones, sorpresas. Inténtenlo. Sin prisas. Comprobarán que el tiempo no pasa deprisa, y que un año es un inmenso aluvión de materia dispersa y de materia sedimentada. Yo procuraré no faltar a la cita. 

2 Respuestas

  1. Claro que sí, Miguel..
    O nos paramos un poco a mirar y mirarnos, o nos parece que nada acontece o que no avanzamos..¡y vaya si se avanza…! Para atrás y para adelante, pero siempre un poco más adelante!!!
    No faltaré a la cita…

  2. Anónimo

    Otro paisano ilustre!! Sabio, entrañable y muy cercano. Que razón tienes Miguel!!Pasan rapido los dias y dejamos escapar los volúmenes, sin ser conscientes de sensaciones y emociones. Sabes? Me apunto al balance anual,yo debo ser de las dan la vuelta al mundo a menudo, porque casi siempre llego tarde. Gracias Miguel por tu reflexión. Tu padre se sentia muy orguyoso de tí.

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