Como el de esta mañana. Ya acecha el solsticio. Ya no es el sol limpio de otoño, ése de color amarillo anaranjado que hace al verde del árbol más verde y que brilla en los bordes metálicos de una barandilla, tan parecido al sol que se recuerda de las mañanas de la infancia. Ya es un sol de arco corto, lejano, reticente a alejarse de su horizonte, tímido, ocupado de otros hemisferios que están del otro lado. Un sol de espaldas. Un sol débil, mezclado con una bruma que no acaba de disipar, pese a que son las doce. Las sombras del mediodía (las del ciprés y las de los niños) son alargadas. Las chimeneas expelen humo de leña o de gasóleo, las ventanas de las casas miran hacia adentro, donde un perro está tumbado en un rincón soleado por un rato. Nadie se pregunta dónde están las moscas, las mariposas, las abejas. Los gorriones (sencillos, simples, grises, sobrios) recuperan su espacio, ocupan sin complejos el vacío que dejaron las especies más vistosas. Los árboles tienen canas despeinadas. La humedad se agazapa debajo de la hierba y la umbría de la terraza. El sol parece un intruso en los días que avanzan hacia la noche más larga.
Miguel Pasquau
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Sol de diciembre
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Muy poético y muy real. El sol adorna con maestría todas las estaciones.
Saludos
Me ha gustado ese sol de espaldas de tu texto. El de verdad, ese que cada día se marcha antes, también me gusta.