He visitado varios blogs cuyos titulares se han ido de vacaciones a, entre otras cosas, "terminar una novela". Las novelas suelen terminarse en verano, salvo que se tenga el privilegio de que haya agentes y editoriales esperándolas. A mí me gustan las novelas que saben a verano. En la anchura de los días de julio y agosto hay espacio para más literatura. Y luego están las noches, que parecen abiertas a lo enorme, a lo infinito, a lo que desborda la pequeña capacidad de nuestra imaginación. Por el día se trabaja la palabra, por la noche aparecen sugerencias que uno no sabe de dónde llegan. A la mañana se relee, se corrige, se paladea. Cada párrafo cabalga sobre el anterior en una sucesión no prevista, sino generada por resortes íntimos de la novela, cuando ya hay personajes y ya han pasado cosas que definitivamente ya son "verdad". Hay párrafos que suenan a calor y chicharras, otros a estrellas y grillos y ventanas abiertas.
Animo, novelistas. La inmensa mayoría de las novelas que terminemos este verano quedará en nuestro disco duro y en el de nuestros amigos, pero el viaje literario está lleno de sentido, como lo está el ver el Tour de Francia o el río Danubio, como lo está el obedecer las guías turísticas o el tomar una cerveza charlando. Cada verano que lleva un trozo de novela dentro es más verano. Luego, en invierno, la novela quizás resiste ahí, entre otros requerimientos, en días más estrechos, con despertador y límites, y todavía puede avanzarse, perfilarse algo, anotarse una idea, distanciarse para volver a recorrerla. Pero el alma de la novela de nosotros, intrépidos aficionados, es veraniega. Yo me confieso escritor de veranos.
Una entrada que me ha encantado…Escritor de veranos…Suena genial.
Saludos desde el aire
Gracias, Rosa. Y vivan las novelas de verano.