Eduardo Arroyo, una ventana panorámica.

En febrero de este año me regalaron la ocasión de conocer a Eduardo Arroyo. Fue con motivo de la presentación en Granada del libro "La cocina del sultán" (Ediciones Miguel Sánchez, 2017), escrita por Carlos Ballesta y pintada por Eduardo Arroyo con una veintena de ilustraciones que "guardan" con fuerza toda la historia: la cabeza de un pavo, un paisaje visto desde una esquina una calavera con hojas venenosas formando las cavidades de los ojos y la boca, unos ojos tan intrigantes como crueles, un avestruz, una mosca, una dama de ajedrez en paralelo a una daga, los pechos de una mujer que parecen una mirada, un bebé, la cara gorda de un rey, una hoja de ortiga y otra de laurel, las ruinas de una fortaleza recortadas en un cielo amarillo.

Los autores nos invitaron a una comida de sultanes en el Carmen Aben Humeya que fue una delicia para al menos cuatro sentidos: la vista, por la perspectiva de la Alhambra; el olfato y el gusto, por los platos; y el oído, por la conversación. Arroyo presidió la mesa: tenía una voz de moribundo, pero una mirada cargada de vida en la que era imposible no reparar. Llevaba unos años sorteando a la muerte gracias a la mano diestra de su médico y coautor, el doctor Ballesta, y no parecía importarle demasiado, quizás porque las vasijas de la vida las tenía llenas. Con ese hilo de voz que se abría en el silencio de quienes teníamos tanto interés en escucharle, era capaz de indignarse, de reír, de interesarse por cosas que se decían al vuelo, de opinar sobre asuntos graves y también sobre anécdotas de última hora. Me llamó la atención su elegancia, tributaria de la historia de la corbata que le salvó la vida en una redada policial en los tiempos en que los rojos oficiales de la oposición le parecían acomodaticios para su mentalidad anarquista.

Como Eduardo Arroyo vivió en París en la época en que yo ambiento la novela que llevo años escribiendo, me interesé por su vida, y leí a renglón seguido de conocerle su autobiográfica "Minuta de un testamento" (Taurus, 2009). Pero allí no encontré la narración ordenada de una biografía, sino un desabrido desmentido de cualquier atisbo de visión tranquilizadora y complaciente de su propia vida, una descripción minuciosa y divertida de sus talleres y de sus casas, de sus amigos y de sus enemigos, de viajes y cementerios, de reflexiones y de latigazos. Una especie de "Contra esto y aquello" unamuniano escrito con mucha fuerza y no menos decepción: "tanto trabajo para producir una ventana panorámica", es el resumen que hace de lo que quedó de la arrebatadora y anárquica ilusión del mayo del 68 que él vivió desde dentro. Pero qué ventana.

No estoy seguro de haber entendido todavía quién fue Eduardo Arroyo, ni sé en qué estaríamos o no de acuerdo si la conversación se pudiera prolongar durante horas y días. Qué mas da.  "Memoria de un testamento" me desbordó, con esa mezcla enojada de anarquismo y liberalismo, esa reivindicación del "burgués ilustrado metido como una loncha de jamón entre un aristócrata imbécil y un loco mesiánico y demagógico", su aborrecimiento a la Administración y a los políticos progresistas que no son capaces de verse en su decrepitud, su desprecio por la estupidez y su constante iconoclasia que impide apresarlo en una ideología escrita con iniciales mayúsculas. El caso es que es una "ventana panorámica" que no deberíamos permitir que se cerrase con su muerte. No estamos tan sobrados de ventanas desde las que se pueda ver más allá de la fachada de enfrente.

** En este enlace pueden verse algunas de las ilustraciones de Eduardo Arroyo en "La cocina del sultán":

http://desdeplazanueva.blogspot.com/2017/12/la-cocina-del-sultan.html

 

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