Un depósito de dignidad histórica.

La ONU es imperfecta, como lo es la "comunidad internacional". Refleja muchas de sus contradicciones, y carece de un armazón jurídico, político y militar, como el de los Estados. Es lenta, cauta, puede ser paralizada por un veto chino, ruso, inglés, francés o estadounidense, carece de verdadera autonomía financiera y diplomática y ha albergado muchos fracasos en sus más de sesenta años de existencia. La voz de la ONU ha sonado demasiadas veces hueca, retórica, tardía e impotente. 
Pero ahí está. Creando fuerzas de interposición en conflictos imposibles, como el de Ruanda; blindando el estatuto de los refugiados; juzgando a ex jefes de Estado como criminales de guerra a través de tribunales con competencia para condenar; dando o quitando legitimidad para el uso de la fuerza armada, con criterios bien ponderados en cuando a su necesidad y su proporcionalidad; poniendo un sello de marca humana en la frontera de lo inhumano; representando valores universales de algo tan heterogéneo como es la humanidad.
No soy ingenuo. Sé que la ONU se disuelve como azucarillo ante la lógica del poder  de las "grandes potencias", y sé que la "comunidad internacional" tiene otros resortes, otros canales, otras "leyes" que no pasan por la ONU, sino por las embajadas, por las grandes empresas multinacionales, por los intereses financieros y energéticos. Se vio bien, por ejemplo, en aquél "pronunciamiento militar" de las Azores (Bush, Blair, Aznar), cuando justificaron su decisión de "prescindir" del Consejo de Seguridad de la ONU porque no les dio lo que le pidieron. Pero no es "papel mojado", como suelen decir los periodistas más ansiosos de ganarse la audiencia del que quiere mensajes nítidos y rápidos. No es una estructura inútil. Menos mal que existe, entre otras cosas porque nada de lo que no existe puede mejorarse.
No pidamos a la ONU lo que no puede dar. Pero no ignoremos el enorme depósito de dignidad histórica que hay acumulado en la ONU, esa inmensa y prestigiosa ONG que se sienta en la mesa de las grandes decisiones y que recorre los circuitos de poder con otro tipo de palabras, a veces hechas carne.
No me apunto en absoluto al discurso simplón de descalificación de la ONU, y aplaudo con todas mis fuerzas a los líderes  políticos que suscribieron la Carta fundacional sobre los restos del destrozo de la segunda gran guerra. Por la misma razón suscribo la necesidad de un modesto paso que aproxime la ONU a la nueva realidad de la comunidad internacional-

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