Buena parte del autodenominado "milagro económico" del gobierno de Aznar consistió en la polÃtica de privatización de las empresas públicas más rentables, que suministró a las arcas un aluvión de liquidez (sin perjuico de colocar a amigos al frente de la empresa privada resultante) y nos permitió cumplir las exigencias del euro. No hubo milagro, sino venta.
Hoy Zapatero anuncia en el Congreso la privatización de la gestión de los aeropuertos más importantes y del 30% de la LoterÃa Nacional. También con esto conseguirá alguna liquidez que le permita conseguir el objetivo de reducir el déficit. Por lo pronto, la Bolsa sube, y Mariano Rajoy sólo contesta que elecciones anticipadas raca-raca.
Entonces y ahora está sin ni siquiera formularse en serio la pregunta importante: ¿qué se puede y se debe privatizar, y qué no? ¿Hasta dónde puede llegarse? ¿Privatizaremos, para reducir el déficit y sanear las cuentas, la gestión de la Sanidad Pública, dejándola en manos de Aseguradoras? ¿La administración de justicia, convirtiéndola en un arbitraje? ¿Por qué no la "gestión" de la policÃa, o del mismo ejército?
No me siento defensor dogmático de lo público ni inquisidor de lo privado. Seguramente hay bordes por los que deba seguir adelgazando el Estado y la Administración. Pero no me quedo tranquilo si se trata de decisiones que van tomándose en función de las necesidades coyunturales y de las exigencias de los mercados. Es imprescindible que se haga una reflexión polÃtica sobre dónde, exactamente, están los lÃmites. Sin lÃmites bien protegidos, el suelo se convierte en arenas movedizas. Quiero saber qué defiende cada partido polÃtico sobre lo que en toda coyuntura debe seguir siendo público. Es importante, para que la polÃtica no quede expulsada de la gestión de lo público.
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