Ideas contra la corrupción (3). Contra el totalitarismo de la pureza

Además de sus daños directos, la corrupción tiene graves efectos secundarios cuando se convierte en un estado de opinión. Y es lo que está pasándonos. Hemos dejado de percibirla como un conjunto de delitos cometidos por personas singulares, y le damos ya el rango de hábito del sistema: pero un hábito totalitario que no admite matices: todo está corrupto, y la virtud es una anécdota, apenas un islote en medio del océano. Ahora la corrupción ha tomado la casa y parece apelmazarse debajo de todas las alfombras, dentro de cada alcantarilla, en el subsuelo, en la atmósfera, en los cimientos. "Todo está corrupto", decimos, porque hemos descubierto demasiado estiércol en el abono de muchos espacios de la política. Hemos perdido la confianza en las leyes, en los procedimientos, y vamos a acabar pensando que la democracia es una trampa, y que la receta es un golpe jacobino de autoritarismo.
 
Es sana la indignación de una ciudadanía que descubre un volumen de corrupción mayor que el que estaba dispuesta a tolerar. Es un alivio llegar a la convicción de que por fin esta cuestión va a tener trascendencia electoral, y la esperanza de que nadie va a conformarse ya con discursos retóricos y medidas cosméticas. Lo preocupante no es el revolcón electoral ni las ansias de extender nuevos terrenos de juego que destruyan los circuitos por los que con impunidad se fueron asentando y generalizando modos de enriquecimiento privado a costa de fondos públicos, financiación irregular de partidos y utilización deshonesta de la política al servicio de intereses privados de políticos y empresarios. Lo preocupante es el totalitarismo, es decir, la incapacidad de ordenar un discurso que sepa distinguir y que permita salvar el prestigio de los principios y las instituciones que han sido corrompidas. Que separe la espiga y la cizaña. Que pode sin llevarse el tallo limpio. Que fumigue sin afectar a la raíz. 
Digo "totalitarismo" en el sentido de confundir la parte con el todo. Me refiero a un totalitarismo de la pureza que, por supuesto con prisas, lleva a la hoguera todo lo que esté en contacto con el virus, sin la paciencia necesaria para hacer escrutinio; paciencia que al menos sí tuvieron el cura y el barbero con los libros de don Quijote, quienes, pese a la convicción de que aquellos libros habían causado la locura de su vecino, fueron capaces de salvar unos sí y otros no. Como la corrupción se ha infiltrado en la médula, tendemos a creer que ya no sirve el bisturí capaz de recortar un pedazo y extirparlo, sino que ha llegado el momento de la quimioterapia. Y sabemos que la quimio no es, por desgracia, particularmente selectiva: se lleva por delante muchas células sanas, como 'efecto colateral'. Y a veces mata más que el mismo cáncer.

 Yo creo que sería justo abrir los ojos a cuánto de virtud hay, hoy mismo, en la vida política y en el funcionamiento de las administraciones. No se rían, no me tiren zapatos. No me refiero a santidad, ni a un altruismo heroico, sino a gente que hace bien su trabajo, que se resiste a prácticas dudosas que se le ofrecen como naturales, que se esfuerza en elegir las mejores opciones, que sabe decir que no. Y por eso, así como los periódicos nos exhiben a diario los detalles de la corrupción, yo propondría reservar un espacio como escaparate de la virtud. 

Cuatro consejeros de Bankia no utilizaron su tarjeta black. Muchos profesores se niegan a aprobar al alumno recomendado que no lo merece, aunque les cueste perder una amistad. Técnicos de miles de administraciones se afanan en seguir con lealtad los procedimientos reglados, resistiendo presiones. Jueces que tienen en sus manos decisiones que benefician a unos y perjudican a otros no dejan resquicios para que entren influencias extraprocesales o presiones. Concejales que mantienen la ilusión de mejorar el servicio público que tienen encomendado. Ministros y exministros libres de toda sospecha. Empresarios que se arruinan por no buscar prebendas o por ordenar a sus asesores que hagan las cosas bien, paguen las cotizaciones y no usen dobles contabilidades. Militantes y cuadros orgánicos de partidos políticos que se han mantenido de pie y que siguen dando importancia a los principios que los llevaron a afiliarse. Obras públicas que se deciden, se adjudican, se ejecutan y se terminan como dios manda. Fuerzas de orden público que se complican la vida en operaciones difíciles y arriesgadas que en ocasiones no tienen resultado. Iniciativas de solidaridad promovidas o financiadas con cargo a impuestos. Decisiones políticas difíciles, de verdadera austeridad y contención del gasto superfluo que no satisfacen el bolsillo de nadie pero cuidan de las siguientes generaciones. Cientos de miles de funcionarios que cobran su sueldo, pagan sus impuestos y no han caído en el desánimo como excusa para instalarse en la rutina. 
Nunca la virtud puede ser víctima del vicio, y para eso hay que saber distinguir. No todos son iguales, no todo está podrido, y es justamente el contraste con la honestidad y la seriedad de algunos lo que permite agrandar el reproche a los deshonestos y los chapuceros. Frente a la impunidad de los corruptos no caigamos en el inquisidor totalitarismo de la pureza: seamos capaces de hacer escrutinio y quemar sólo lo imprescindible.

Me gusta recordar aquel pasaje de "El nombre de la rosa" en el que Adso pregunta a Guillermo qué era lo que más le aterra de la pureza. Guillermo contestó: "La prisa".

3 Respuestas

  1. Me ha gustado! mándalo a la prensa…

  2. Una recomendación de una intervención fresca este año en las Cortes de Aragón: http://youtu.be/_04ZS7b43eU

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