El político ambicioso.

Para mucha gente Adolfo Suárez fue, entonces, un jovenzuelo sin principios, un trilero de la política, un tipo sin fundamento ni consistencia, algo así, para entendernos, como lo que fue Zapatero para tanta gente veinticinco años después. Fue elegido por el Rey Juan Carlos para presidente del Gobierno con las leyes franquistas de entre una terna que confeccionó el Consejo del Reino, integrada por dos políticos monumentales (Fraga y Areilza) y un desconocido que sin embargo era Secretario General del Movimiento, es decir, del único partido legal entonces existente. Aquella designación real sorprendió y defraudó, porque Fraga y Areilza eran apellidos más asociados a un "aperturismo" que la sociedad reclamaba. Suárez, en cambio, no abrió nada: más bien propuso una mudanza, teledirigido al menos inicialmente por Torcuato Fernández Miranda y la Casa Real.
 
Lo que hace de Adolfo Suárez un personaje interesante y bien recordado, lo que probablemente más lo distingue de Zapatero, es que se propuso objetivos ambiciosos y quemó las naves en una apuesta fuerte en la que se podía ganar o perder. El tacticismo, la estrategia, las bambalinas y el consenso vinieron después, al sortear obstáculos y resolver incidencias, pero a la hora de definir y formular objetivos fue más ambicioso que calculador. Por eso Suárez representa un modelo de política al servicio del poder, lo que no es poca cosa: lo importante no era conservar el poder, sino utilizarlo. Su gran legislatura fue la dedicada a cambiar el Régimen mediante una nueva Constitución. Le bastaron dos años y unos pocos meses, y en ese tiempo, apoyado sobre una enorme expectativa popular interesada en el cambio, movilizó todos los recursos posibles para sortear líneas rojas y ampliar el terreno de juego del "consenso". Las relaciones entre partido y Gobierno no fueron las que años después se generalizarían: aquel partido (UCD) se inmoló en las tareas de Gobierno, y el Gobierno apenas se cuidó de la suerte del partido. De hecho, la aprobación de la Constitución no tuvo premio alguno electoral para UCD, y sí lo tuvo para PSOE, CiU y PNV.
 
Quizás haya pasado el tiempo de los políticos gestores, de los resignados que se empeñan en convencer a la sociedad de que "no se puede hacer otra cosa", los que se atreven a enfrentarse a los "dogmas" actuales, y vuelva a ser momento de políticos de vida o muerte, es decir, políticos que se la jueguen, al servicio de objetivos que merezcan la pena, difíciles, inciertos, en los que sea posible incluso la derrota visible.
 
No fueron sus virtudes personales las que hicieron grande a Suárez. Fue su ambición. Fue un buen político porque tuvo ambición política.

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