El argumento del imbécil.

En contextos académicos, científicos, y también en los procesales, la competencia de ideas y argumentos suele producir una dinámica virtuosa: como por definición se buscan las mejores razones, la ciencia, la academia o el litigio suele avanzar por la línea trazada por la liza entre los argumentos más exigentes. El doctorando que está desentrañando el nudo de una tesis sabe que sólo si conoce lo mejor que se haya escrito sobre ello puede decir algo que merezca la pena. El buen abogado sabe que su estrategia para ganar el pleito no puede consistir en subrayar las faltas de ortografía del escrito de la parte contraria, sino en vencer a su mejor argumento. En esos escenarios óptimos para el debate y la competición argumentativa interesa ganar altura, y ello sólo puede conseguirse apoyándose sobre lo más alto hasta entonces alcanzado.

El debate social, el de la opinión pública, tiene sin embargo otros escenarios menos virtuosos. La masificación del debate concebido como espectáculo conduce a una vulgarización progresiva. Una de las razones puede estribar en que el tribunal al que se dirigen los contendientes no está formado por expertos, sino por lo general por feligreses, es decir, por personas más bien proclives a asentir y aplaudir con entusiasmo.

En ese contexto es demasiado frecuente acudir al "argumento del imbécil", es decir, poner foco sobre la mayor estupidez que haya dicho alguien de los "contrarios" para, ridiculizándola, colocarse en el lado de la razón y la decencia. Y así, las redes sociales, en las que cualquier idiota podemos escribir lo que nos dé la gana, se convierte en un arsenal delicioso, en una cantera de materia prima para señalar con el dedo las imbecilidades de "los otros". El ejercicio es divertido, se pasa bien, porque produce cierta satisfacción, pero en la medida en que se convierte en costumbre y técnica habitual, conduce necesariamente a la vulgarización.

Estoy pensando en algún locutor de radio, maestro en estas lides, que cada mañana suministra carnaza para la indignación de la gente normal que le escucha. La técnica consiste en sobredimensionar cualquier minucia para construir un discurso facilón que atice las brasas de esa proclividad a la indignación que todos tenemos. Ya sabemos que hoy día la audiencia se asegura más con la indignación autocomplaciente (qué imbéciles son, y qué buena gente somos) que con el sentido del humor, y con la exigencia intelectual. Podríamos divertirnos con un catálogo de imbecilidades que han sido utilizadas para situarse por encima del bien y del mal.

El defecto no está por lo general en sólo un bando. Se elige al más tonto, o al más corrupto, o al más machista, o al más equivocado de los de enfrente, y se le atiza fuerte, para así trazar una fácil frontera entre los lerdos y los normales, donde, curiosamente, siempre estamos nosotros.

También a nivel personal es fácil que nos entreguemos a ese juego. Recorremos la lista de Twitter, o la de Facebook, y nos detenemos en la burrada, en la grosería, en la imbecilidad que alguien ha proferido. La retuiteamos, la comentamos, y nos quedamos tan anchos. Hemos pasado un buen rato, y hemos quedado bien con nuestros seguidores. Pero, ¿no es más interesante fijarse en el más inteligente de los que piensan distinto a nosotros? Ya se discuta sobre el contrato único, o sobre nacionalismo, o sobre las corridas de toros, ¿no merecería la pena escuchar alguna vez a los que mejor defienden la tesis contraria a la nuestra?

A mí me gusta la beligerancia intelectual. Y me gustaría que los buenos argumentos subiesen más fácilmente al marcador que las imbecilidades.

7 Respuestas

  1. Anónimo

    Estoy de acuerdo contigo. A mí me gusta oír a todos y elegir el argumento más certero. Sin embargo, atizar al necio o al vulgar es un ejercicio de pedagogía social muy conveniente, no solo para los que leemos los comentarios sino para el propio imbécil que profiere barbaridades y se queda tan pancho. Posiblemente le dé igual, pero ahí queda por si acaso a la próxima ocasión se lo piensa dos veces. Personalmente pienso que esta moda de twitear y retuitear frasecitas geniales me parece una pérdida de tiempo.

  2. Anónimo

    Miguel, insistes en teorizar sobre lo que consideras “debates de altura” y en que poner el foco en la estupidez del “contrario” es “vulgarizar” esos debates., de manera que tu solución es que siempre hay que ir de la mano del opinativista más inteligente, para no vulgarizarnos .Te repito: ahí es nada, qué aspiración más sublime.

    Estoy de acuerdo con el comentario de Anónimo: al estúpido hay que criticarlo, y criticarlo duramente para evitar que cause más perjuicio. Ello no supone situarse en el bando “contrario” ni vulgarizar el debate. No era necesario un informe de la Universidad de Harvard para opinar que Pedro Sánchez era un político francamente banal y majadero, como se intuyó, entre otros extremos, con su viaje a Portugal y a Grecia, y como finalmermte se ha acreditado. Y afirmarlo, en ese caso, como opinión personal y en un ámbito como este blog o en otros igualmente serios, no implica ser de derechas ( “contrario” ) ni vulgarizar el debate.

    La vida diaria se fundamenta en constantes juicios de valor, que van desde la intimidad personal , al trabajo y a la compra de los cereales o el pescado en el mercado de abastos. Si un pescadero te vende un día pescado pasado de vueltas, no vuelves a verlo y no pides un informe universitario sobre la presunción de inocencia o el índice procentual de pescaderos chorizos.

    Gracias por tu blog.

    • Pero hombre, qué cosas dices. Pensar que creo que para hablar de Pedro Sánchez o del pescado del mercado de abastos hay que esperar a que hable el experto de Harvard es… ¡tomarme por imbécil!, y por tanto vulgarizar este debate (es broma). Un poco más en serio, repasando el primer párrafo de tu comentario: sí, es cierto, creo que faltan ostensiblemente (en las redes sociales, en televisión, en radio, en periódicos) debates de altura (o mejor, debates "al alza") y sobran debates a la baja. Como el espacio y el tiempo no son infinitos, cuanto más chascarrillo, menos conversación. Lo que sobra de ese tu primer párrafo es el adverbio "siempre" ("siembre hay que ir de la mano del opinativista más inteligente…"). Si esa fuese la aspiración sería demasiado "sublime", sí. Pero no, hombre no. No hay que hacer tesis doctorales antes de opinar de algo. Y a las personas notorias o significadas que digan estupideces se les puede y se les debe criticar, sobre todo si tienes la impresión de que están teniendo influencia. Es obvio que lo que critico no es que se llame majadero a Pedro Sánchez, sino que, por ejemplo, para "demostrar" que es majadero, utilizases como argumento un twit de un seguidor de Sánchez en el que diga que habría que pasar por la guillotina a quienes destituyeron a Sánchez.

  3. Anónimo

    El más listo, el tonto pelao, el imbésil que tenemo que combatir, lo retrataba así el cantaor Meneses:

    Aayyy, Aayyy, Aayyy, parese
    parese que el pueblo es suyo.
    Parese que el pueblo es suyo
    y al que se encuentre se coma
    en cuanto en la calle asoma
    andando abierto de patas,
    que no olvide aquél que mata
    que donde las dan, las toman.

    • jajajaja

    • Anónimo

      Bien, acabemos ya este debate de media altura. Creo que a los ciudadanos y ciudadanas les interesa discutir en altura y sin red si este nuevo Gobierno está o no dotado para el diálogo, es decir, si una persona que no era dialogante/a puede comvertirse o no en dialogante en virtud de una nueva etapa política en la que el diálogo, y no el no diálogo, va a ser necesario para soslayar la falta de mayorias absolutas, es decir, la falta de poder absoluto para imponer leyes o decretos leyes sin el menor diálogo/a.

      Personaldemente, mi opinión es que, forzado por las circunstancias, el nuevo Gobierno va a dialogar más, pero esta opinión, por lo que oigo, no la comparte ningún partido político que no sea el PP , es decir, estiman estos portentos/as que no va a haber dialógo porque este Gobierno antes no dialogaba y que, por de tanto, va a seguir sin dialogar. ¡ Gran debate¡ (altura: 550 m. ).

      En secreto, os diré por qué Pedro Sánchez Perez Gómes Alvarez no quería hablar con Rajoy : no estaba de acuerdo con su poder y le dijo subreptisiademente:

      Pa que tu no tengas duda
      y porque to el mundo lo sabe,
      en el mundo hay dos llaves:
      la de San Pedro y la tuya.

      (Antonio Mairena)

  4. Jajaja, anónimo, estoy empezando a sospechar quien eres… Ojalá fueras tú. Con un poco más de "diálogo/a" acabaría sabiéndolo con certeza.

Deja tu comentario

Los comentarios dan vida al texto y lo pone en movimiento.