Edificio “España” [sainete]

banderas

La bandera estaba cogida con unas viejas pinzas de madera a los extremos del balcón de hierro del 2º A del edificio España, un pequeño bloque de dos plantas y seis viviendas situado en el número 17 de la avenida de Juana la Loca, en Nazaria. Era el balcón de José Romero, empleado jubilado de RENFE, nazarita y viudo desde hacía un año. La leve brisa de esa mañana removía el rojo y el gualda en un movimiento ondulante, y el águila imperial parecía estar a punto de levantar el vuelo con destino a Barcelona. Joana Balcells, la chica gerundense del 2ºC, diseñadora de interiores y soltera, la vio al volver a media tarde de su estudio. Se detuvo, miró, y apresuró el paso en dirección a la puerta del edificio. Subió un piso de escaleras y llamó al timbre del 1ºB. Don Antonio, el presidente de la comunidad, abrió la puerta.

- ¿Le ha pedido a usted autorización? -preguntó Joana.
- Buenas tardes Joana. ¿Autorización? ¿Para qué? ¿Quién?
- Para poner la bandera del aguilucho en la fachada del edificio.
- ¿Qué bandera?
- Salga, salga y lo verá.

Don Antonio cambió las zapatillas de paño por calzado de calle y acompañó a la joven.

- Ah, bien, es Romero. Ya sabe usted...
- Exijo que inmediatamente le obligue a retirarla.
- Pero mujer, si es en su casa.
- No, no, está utilizando la fachada, que es elemento común, y además esa bandera es ilegal. Que la ponga si quiere en su salón, pero no en la fachada de MI edificio.
- Pero Joana, ¿qué necesidad hay de crear un nuevo conflicto entre los vecinos?
- Eso dígaselo a Romero. Esta tarde quiero ver esa fachada limpia de mierda. Su obligación como presidente es hacer respetar los estatutos.

Joana subió las escaleras a pie, entró en su casa y cerró con llave. Don Antonio subió un rato después al 2ºA. Se pudo oír a José Romera decir “¡ya va, ya va!” pero tardó tres minutos en abrir la puerta. Estaba despeinado y sin afeitar, con un Ducados en la boca.

- Hola Pepe, qué tal, mira, me ha dicho Joana, la catalana, que te diga que si puedes retirar la bandera. A mí me parece una tontería, que es que estamos todos perdiendo la cabeza, pero te lo pediría como un favor personal, más que nada para que no empecemos aquí a pelearnos por tonterías, ya sabes cómo están las sensibilidades.

Romera se quedó callado un largo momento. Dio un par de caladas a su cigarro. Respiraba con dificultad, ruidosamente.

- Dile tú a la hijaeputa esa que no ponga la música del Luis Yás ese de los cojones todos los días, eso es lo que tienes que hacer -dijo, por fin-. Mi bandera no hace ruido, y quien no quiera verla que no mire.

Al día siguiente, el balcón del 2ºC lucía una flamante estelada atada al balcón con unos lazos de tela. Doña Silvia, la del 2ºB, Secretaria de la comunidad, separada y de buen ver, lo comentó con el presidente en el descansillo de la escalera. Se veía preocupado a don Antonio, hombre de pocas pasiones. A ninguno de los dos le gustaban las banderas, y menos que no fueran constitucionales, pero el presidente convenció a Silvia de que Romero no iba a quitar la suya por nada del mundo, por lo que tampoco podrían pedirle a Joana que retirase la estelada. “Esto nos puede traer complicaciones -dijo Silvia- la gente está muy encendida, pueden tirar piedras y que ocurra una tragedia”. Don Antonio le dijo a Silvia que había que entender a Pepe Romero, al que lo único que le queda en esta vida es su España, después de jubilarse porque los trenes no llegaban a Nazaria y de que muriese Manolita, su mujer. “Pero claro -añadió-, ¿cómo le explicamos esto a Joana?”. Así que, después de darle alguna vuelta, a don Antonio se le ocurrió convocar a los seis propietarios del edificio España a una reunión urgente para la tarde del día siguiente, viernes.

A la reunión acudieron, además del presidente y la secretaria, Joana Balcells, Carlos Carmona (el dueño del 1ºC, abogado), y José Romera. No excusó su ausencia Carmiña Loureda, la gallega del 1ºA.

Don Antonio introdujo el problema y planteó a los asistentes, en primer lugar, si creían que era necesaria una autorización para la ornamentación provisional con banderas y otros símbolos situados en la fachada principal del edificio. Carlos Carmona dijo que no había ninguna duda: cada uno de los propietarios tenía derecho a que su edificio no fuera señalado ni identificado con símbolos que dividen al país. “¿Qué pensaríais -argumentó- si se viene a vivir aquí un musulmán y pone un cartelón con Alá es grande? Pues que esto se convertiría para todo el mundo en “la casa de los moros”.

- Hombre, no exageres -se le ocurrió decir a Silvia-. Una cosa es la política y otra el terrorismo.

Joana pidió hablar. Dijo que a ella no se le habría ocurrido jamás poner una bandera de su país en otro extranjero, y que sólo la ha colocado como medio de presión para que el Presidente obligue “al Sr. Romero” a retirar su provocativa bandera.

Los asistentes miraron a Romero. Romero mascaba un chicle de nicotina y estaba sentado con las piernas abiertas. Al verlo, Joana volvió a pedir la palabra, recordó que el manspreading estaba considerado en todos los foros como una soez agresión de género, y rogó al Sr. Presidente que, como moderador de la Junta, velase porque se guardasen las formas. Don Antonio la miró e hizo un gesto como rogándole que no tensara más la situación, aunque estaba seguro de que Romero no sabía que estaba haciendo un manspreading.

- ¿Qué tienes que decir, Romero? ¿Estarías dispuesto a retirar la bandera, y cerramos este asunto civilizadamente? -le preguntó el presidente.

Como Romer tardaba en contestar, Joana volvió a intervenir advirtiendo al presidente de la comunidad de que no eludiera su responsabilidad y tomase determinaciones.

Romero levantó un dedo.

- Presidente, dígale a esa señorita que no voy a quitar la bandera porque en mi casa hago lo que me sale de los cojones.

- Que consten en Acta las palabras literales que ha pronunciado quien me ha precedido en el uso de la palabra -saltó, inmediatamente, Joana Balcells.
- Joana, por favor, por el amor de dios, vamos a no convertir en un... No hay ninguna acta, porque esto es una reunión amistosa de vecinos para dialogar, y deberíamos intentar entre todos reconducir la situación sin echar más leña al fuego.
- Sr. Presidente -replicó Joana-, no me parece bien su complacencia con un vecino que se dirige a usted en esos términos. Si usted no quiere hacerse respetar, imponga respeto a los demás vecinos de este edificio.

Silvia quiso terciar.

- Bien, como aquí nadie quiere dar su brazo a torcer, yo voy a proponer que en el pretil de la terraza coloquemos, por acuerdo de la comunidad de propietarios, una bandera de España con el escudo constitucional de España y una senyera sin estrella. Quizás eso nos identifique más a la mayoría de este edificio.

Joana se opuso. Dijo que demasiado mal iban las cuentas de la comunidad como para encima gastar dinero en memeces. Pidió al presidente que requiriese por escrito y formalmente al Sr. Romero y a ella misma para que en el plazo de veinticuatro horas retirásemos todo símbolo de la fachada del edificio, y que en caso contrario emprendería las acciones que a su derecho convinieran.

- Muy bien, sometámoslo a votación -propuso el presidente.
- Protesto, Sr. Presidente -replicó Joana-: ¿no había dicho usted que esto era una reunión informal? Toda votación sería nula de pleno derecho. No hay convocatoria ni orden del día, y aquí falta una propietaria que también tendría derecho a opinar.
- ¿Nula una votación? -intervino Carlos Carmona? ¿Y usted es la demócrata? Seguro que después irá por ahí diciendo que España oprime al pueblo catalán por no dejarle votar, y ahora usted no deja votar a sus vecinos.
- Muy ingenioso -ironizó Joana-. Aquí nadie está llamando a la policía para que no nos deje votar. Simplemente estoy diciendo que el presidente tiene que cumplir sus obligaciones sin escudarse en votaciones, y que si queremos votar lo que propone la secretaria habría que convocar una Junta de propietarios como dios manda, cosa que nadie impide. En mi país, en cambio, no hay manera alguna de votar por muchas convocatorias que se intenten, porque no nos deja la policía.
- Vamos, venga, por favor, no nos enredemos ahora con cuestiones políticas -dijo el presidente.
- Todo esto es una cuestión política, Antonio -protestó Carlos Carmona-. Es que me hace mucha gracia que algunos sean tan legalistas para unas cosas y tan poco para otras.
- Muy bien, muy bien, pero no estamos aquí para criticarnos unos a otros, sino para ver qué hacemos con las... en fin, con las banderas. Lo vamos a votar, que participe quien quiera, y después yo, como presidente, actuaré en consecuencia. ¿Votos a favor de que se retiren las banderas?

Sólo levantó la mano Silvia, la secretaria.

- ¿Votos en contra de que se retiren?

Nadie levantó la mano.

- ¿Abstenciones?

Nadie levantó la mano para abstenerse, salvo el propio don Antonio, quien explicó que se abstenía para preservar su imparcialidad.

- Queda aprobada la moción para que se retiren las banderas por mayoría simple.

Joana sonreía con sarcasmo y negaba con la cabeza.

- ¿Qué te pasa ahora, Joana? Ha salido lo que tú habías pedido.
- Pero presidente, ¿no se da usted cuenta de que el sr. Romero no va a quitar su bandera? Al final, tendré yo que retirar la estelada, y quedará ahí la bandera fascista, con la complacencia del presidencia de la comunidad. Me niego. Lo que usted tiene que hacer, como responsable de este edificio, es requerirnos por escrito, darnos un plazo de unas horas, y, si no le obedecemos, requerir después a la fuerza pública para que retire las dos banderas, incluida la mía. Las dos.
- Está ya todo discutido Joana, y yo me veo en la obligación, como presidente de esta comunidad, de rogarles por favor a los dos que no se obcequen y dejen la fachada libre de banderas que nos enfrentan a unos contra otros y no expresan el sentir unánime de los propietarios. La reunión ha terminado.

Silvia, la secretaria, levantó la mano.

- Presidente, yo había hecho otra propuesta, no incompatible con la que se ha aprobado, y creo que debería también someterse a votación.
- Ah, lo de la terraza -reaccionó don Antonio- ¿La mantienes? ¿No crees que es mejor...?
- Sí, sí, la mantengo. Ya que preveo que van a seguir las dos banderas, exijo que se coloquen las que pueden representarnos legalmente a todos.
- Votos a favor de colocar la bandera constitucional y la senyera en el balcón de la terraza
- ¿Y la gallega, por qué no? -interrumpió Joana.
- Y la gallega, de acuerdo. Venga, las tres.

Levantaron la mano Sofía y Carlos Carmona.

- ¿Votos en contra?

Levantó la mano Joana.

- ¿Abstenciones?

Sólo se abstuvo el presidente.

José Romero seguía mascando chicle, sin hacer amago de decir nada, y tosiendo de vez en cuando.

- Queda aprobada, por mayoría, la compra y colocación de las tres banderas en el pretil de la terraza.

- Una última cosa, presidente... -dijo Carlos, el abogado.
- Dime, Carlos.
- Si vamos a poner la senyera y la bandera gallega, creo sinceramente que también deberíamos poner la bandera andaluza, ya que estamos en Andalucía.

- ¿Alguien se opone? -preguntó el presidente.

José Romero alzó un dedo.

- ¿Eso significa que te opones, Pepe?

- Antonio -dijo Pepe, sin resuello- eres lo más gilipollas que he visto en todos los días de mi vida.
- ¿Podrías explicarte, amigo? -contestó el presidente, visiblemente incómodo.
- Sí, hombre, sí, claro que puedo. De manera que mi polla dice un día de poner mi bandera en mi casa para decirle a los putos catalanes que no tienen ni media hostia, y tú me vienes con leyes y con ese follaero de banderas. Quien no quiera vivir con un español al lado, que se vaya a tomar por culo, y asunto resuelto. ¿Lo has entendido ya?

A Joana le entró la risa. Empezó a reír y reír, y contagió la risa a Carlos, Carlos se la contagió a Silvia, Silvia a don Antonio (aunque quizás el presidente rió para no desentonar). Pepe Romero se habría reído también, pero quizás pensó que había que guardar la compostura.

Al lunes siguiente, al atardecer, el edificio España presentaba una curiosa ornamentación en su fachada. El balcón del 2ºA enseñaba una bandera de España con el águila imperial. El 2ºB, una bandera de España con el escudo constitucional. El 2ºC, una estelada. El 1ºC, la bandera verde y roja de Nazaria. El 1ºB, un cartel en defensa del pluralismo político, el diálogo y la libertad de expresión. En el frontal de la terraza, colgaban una bandera gallega, la española, la andaluza, la europea y una senyera. En el 1ºA no había bandera. Había una chica guapísima mirando la calle desde el balcón, con una copa de vino en la mano. Pero esa ya es otra historia.

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