Constitución: a ras de suelo.

Hubo un  impulso constitucional que dio paso a una retórica constitucional y ahora va derivando hacia un descreimiento constitucional.
La Constitución de 1978 fue la manera que tuvimos de acabar con el franquismo. Déjenme que recuerde algunas cosas bien sabidas: el principio jerárquico autoritario de unidad de poder en la cabeza se cambió por la división de poderes y el principio democrático (sufragio para elegir diputados y concejales, quienes, de abajo arriba, han de elegir a Presidentes del Gobierno y Alcaldes); el Movimiento Nacional (partido único) se disolvió y dio paso al pluralismo de los partidos políticos; el poder totalitario se autolimitó, garantizando los derechos fundamentales y las libertades públicas con un Tribunal Constitucional dotado de más autoridad que Gobierno y Parlamento en las cuestiones de su competencia; el centralismo se sustituyó por una dispersión de poder expresada en la autonomía política regional, articulada en una distribución de competencias políticas entre Estado y Comunidades; la oficialidad excluyente de la religión católica, de la ideología de la Victoria del 39 y de la lengua castellana se reemplazó por la aconfesionalidad del Estado, la libertad de pensamiento y la cooficialidad (territorializada) de otras lenguas "españolas";  y como máxima autoridad, pero sin gobierno, se situó al Rey.
Todo esto, que es lo fundamental de la Constitución, ha funcionado razonablemente bien. Treinta y tantos años después, podemos decir que España supo enterrar a Franco, es decir, que supo desmontar institucionalmente los mecanismos de decisión política propios del franquismo. El franquismo se constituyó sobre una Victoria, y la Constitución sobre un Pacto entre las élites políticas (franquistas y democráticas) que fue refrendado por el pueblo, convertido en Soberano después de cuarenta años de sumisión, con la solemnidad propia de los momentos constituyentes. 
De aquél impulso queda mucho de retórica y cada vez más un descreimiento que la percibe como un artefacto antiguo. Es lo normal. Vencido el franquismo, alcanzada la normalidad constitucional, la Constitución desciende al día a día del funcionamiento político del país. Desde el cielo baja al suelo, y no es fácil mantener entusiasmo por el suelo que se pisa. 
Pero sigue siendo el suelo. El suelo que permite que haya ciudadanos, y no súbditos. Eso es lo que se celebra el 6-D, y yo creo que no es mal motivo para un día de fiesta.

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