Votos y vetos.

En un panorama electoral especialmente polarizado en torno a cuestiones identitarias, grupales y sentimentales, y dividido por líneas gruesas, la tentación es competir "hacia adentro": C's contra el PP, Junts x Catalunya contra ERC. Sólo hacia adentro se puede rascar algo más. Es una especie de gimnasia electoral en la que sólo se desarrollan los abdominales, para luego exhibirlos a lo campeón. También surge la tentación de alimentarse y engrosar expectativas intensificando la división: sabido es que en realidad, cuando el panorama está "cerrado" (un independentista no va a votar a un partido militante del 155, ni viceversa), los esfuerzos electorales van dirigidos no tanto a "indecisos" como a desmotivados o descreídos abstencionistas. Y para eso se invocan dóbermans (recuerden la campaña del PSOE hace un siglo con Álvarez Cascos) y se agita el rencor contra los otros (y así, el PP es el partido "que maltrata con porras a los Cataluña, C's son "falangistas", Puigdemont es primo hermano de Satanás, Domenech quiere romper España y el PSC es un lacayo de la policía de Rajoy). A eso se añade la retórica de "seré el presidente de tots", y en uno de cada cien mítines se amaga con que al final habrá que entenderse, y ya tenemos el aliño, por si de eso dependen un centenar de votos, que no está la cosa para tirar ninguno.

Pero hay que saber que determinadas maneras de ganar votos tienen su coste en vetos. Los resultados electorales no muestran el grado de rechazo a un partido de quienes no le han votado, ni el grado de simpatía o aceptación de un partido al que no se ha votado. Sólo cuenta el voto finalmente decidido, ciertamente. Pero puede darse la paradoja de que un partido o candidato poco votado acabe asumiendo un protagonismo porque haya recabado poco rechazo. Sin mayoría absoluta, el partido más odiado, aunque fuera también el más votado, no conseguirá gobernar, porque provocará mayorías de rechazo

La alternativa no es un discurso centrista y equidistante por "vacío" e inconsistente. Los discursos vacíos fracasan, porque el electorado español ya no es ingenuo, y más bien deconstruye, en vez de añadir credulidad, dado el descrédito acumulado de la clase política. No debe renunciarse a objetivos políticos claros, por más que la claridad evidencie intenciones que no gusten a una parte. No me refiero a eso. Es mucho más simple: ¿por qué no asumir riesgos? ¿Por qué no reconocer algo de complejidad, por qué no aspirar a convencer a los no convencidos (para lo que hay que salir del nido  calentito), por qué no ambicionar una cierta transversalidad, si lo cierto es que la transversalidad se parece más a la gente normal que las nítidas y pétreas marcas de identidad fomentadas con campañas (no sólo en mítines, sino en titulares de prensa afines) tramposas que provocan agravios? Se puede conseguir un diputado más en una provincia hurgando en el odio a "los otros", pero luego vendrán las facturas.

Ciertamente, a estas alturas no sería muy creíble contemporizar cuando hasta ahora la estrategia ha sido otra. Muchas naves están ya quemadas, mucha tierra quemada. Iceta y el PSC podrían jugar mejor esa baza, porque tienen camino recorrido (los independentistas le reprochan lo que gusta a los contrarios, y los contrarios le reprochan lo que les acerca a los independentistas y no son "de fiar"), pero no provoca entusiasmo. Los Comunes deliberadamente han intentado presentarse como los que están en medio de la corriente, pero carecen de trayectoria para resistir la corriente y les puede dar tortícolis de mirar a un lado y otro. Quién sabe si, de todas formas, PSC y Comunes no acabarán siendo los que gobiernen por tener menos vetos que votos. Porque justamente eso es una mayoría simple, suficiente como para ser investido en segunda vuelta: unos pocos síes, y menos noes. Es decir, que puede gobernar el que logre contar con más... abstenciones.

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