La metáfora de Contador

Antes era más fácil. Quienes recuerdan a Bahamontes lo saben. Ocaña fue más turbio (y medio francés), pero luego llegaron Perico Delgado (¿algún aficionado al ciclismo podía no levantarse del sillón cuando atacaba?) e Induráin (era más soso, pero ganó cinco Tours). Entonces era fácil ver la carrera ciclista de manera simple y fácil: se trataba de que ganase el nuestro y que demostrase que era el absolutamente mejor. Hoy, la hazaña de Contador, nos lo ha recordado. Pero no es lo mismo. Ya todo es más complicado. Purito empezaba a caernos bien, con esa elegancia en las declaraciones. Contador es el recuerdo de Perico, pero en su cara se advierte un rasgo de culpa que es difícil de borrar. Te alegras porque en el fondo estás con él, pero no puedes saltar de alegría, porque dudas si dentro de unos meses volverán a investigar si, como casi todos,  volvió a comer carne contaminada.
En otros tiempos los liderazgos eran más nítidos. Franco era, según los libros de aquella educación para la ciudadanía que se llamaba "formación del espíritu nacional" un hombre especialmente dotado por Dios para dirigir los destinos de España, lo que justificaba que aglutinase en sí, "excepcionalmente", todos los poderes del Estado: de esos lodos todavía cobraron algún rédito Felipe y Aznar;  ahora, en cambio, Zapatero y Rajoy son unos intrusos que están ahí por casualidad y quizás por la indiferencia del pueblo. Antes el Rey era un ejemplo de generosidad democrática y de audacia constitucional: ahora ya es sólo, como mucho, y a veces, una pieza funcional al sistema, perfectamente intercambiable. Antes Jacques Delors inventaba Europa, ahora Van Rompuy gestiona como puede el espacio que le dejan los intereses de Estado. Antes era normal propender a ver en el Papa a alguien con palabras definitivas, hablara de lo que hablase: ahora es un teólogo discutido vestido de blanco. Antes Marx y Jesús coronaban una ideología completa por la que podía darse la vida: ahora son objeto de estudio y exégesis. 
Lo de antes tenía un componente fanático e infantil cuyos excesos son conocidos. Lo de ahora, vivir sin líderes totales, es más complicado: te obliga a recomponer un itinerario con piezas de acá y de allá. Tiene el peligro de que cada cual se convierta en  seguidor de sí mismo y líder de nada, pero también la virtud de comprender que el valor y el disvalor, el mérito y el demérito, dios y el diablo, la paja y el grano, conviven en la naturaleza humana en dosis variables. Contador ha dado hoy una de grano, pero la mies es mucha y los segadores pocos.

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