Injusto.

"El mercado laboral en Europa debe ser justo, y hoy no lo es". Son palabras de Stefan Löfven, Primer Ministro sueco, socialdemócrata. La frase es todo un programa político, desde luego a contracorriente de las políticas dominantes en la actualidad. No porque la UE esté empeñada en diseñar un mercado laboral injusto para hacer daño, sino porque la justicia de las relaciones laborales ha quedado (deliberadamente) relegada a un plano subordinado y contingente, al priorizar absolutamente la competitividad empresarial (con la consiguiente y tendencialmente ilimitada reducción de los "costes laborales") en un mundo financiero y empresarial globalizado: seremos justos "si las circunstancias nos lo permiten, y sólo en esa medida"... No es, pues, el objetivo de la política económica, sino una de sus variables más débiles.
 
Quizás es necesario explicar por qué es verdad que el mercado laboral europeo es "injusto". No se trata de un retórico brindis al sol, y lo sabe mucha gente que vive la injusticia en sus carnes. Lo es porque los salarios, en general, son más bajos que el valor del trabajo que se presta, según los parámetros que nuestra concepción tiene de lo que es justo (que no son, por favor, parámetros de señorito, sino de dignidad personal). Es injusto porque las enormes diferencias salariales según cuerpos, categorías y sectores responden a razones completamente ajenas al esfuerzo, utilidad y cualificación del trabajo prestado. Es injusto porque el deterioro de la negociación colectiva de los contratos de trabajo en un contexto de enorme desempleo produce la consecuencia de una contratación a la baja (siempre habrá alguien dispuesto a aceptar el trabajo por menos precio, antes de permanecer en el paro). Es injusto porque el desblindaje de la protección jurídica de los trabajadores los desprovee de un mínimo de seguridad (económica, familiar, residencial, curricular), al quedar expuesto no ya a la marcha económica de la empresa (lo cual sería lógico, y por tanto no injusto), sino también a decisiones empresariales simplemente caprichosas, egoístas, arbitrarias o inducidas por un marco desregularizado que desincentiva el cuidado de los intereses de los empleados. Es injusto porque, cuando la empresa empleadora va bien, el trabajador no participa de la plusvalía que genera (salvo que el empresario decida voluntariamente atenerse a buenas prácticas salariales), y porque cuando la empresa va mal la primera variable de ajuste es, salvo en casos heroicos, el interés del trabajador.
 
Yo creo que si hubiera que resumir en pocas palabras el significado de esta legislatura (y en buena medida también de la anterior) bastaría con decir que se ha optado por un incremento del beneficio empresarial a costa de las condiciones (salariales, horarias, jurídicas, etc.) de trabajo. Ha sido este injusticia la principal herramienta para incrementar la competitividad de las empresas y sus cuentas de resultados. Esto, en términos clásicos (pero no por ello anacrónicos), significa que se ha incrementado la explotación del trabajo asalariado: recibo más de ti, y te doy menos. Hemos dado pasos de gigante en este triste modelo, tan alejado del "pacto social" que definió a Europa.
 
Quizás sea eficiente en el marco de un modelo de globalización económica desregulada. Pero es injusto, y está bien que lo diga un Primer Ministro. ¿Se hablará de esto en el debate sobre el estado de nuestra nación?

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