El gran fracaso de Artur Mas.

No entendí la euforia que quisieron aparentar los candidatos de "Junts pel sí" en la noche electoral. Las dos fuerzas que integraban la candidatura (CiU y ERC) tenían mayoría absoluta holgada en el Parlamento disuelto, y la han perdido (necesitarán a la incómoda CUP para formar Gobierno, a menos que abandonen el plan soberanista que era su único punto programático; propusieron unas elecciones plebiscitarias y las han perdido, porque no ha llegado al 48% el número de votos a favor de la independencia declarada al margen de cauces constitucionales. En definitiva, han perdido la mayoría absoluta que ya tenían en el Parlamento y han perdido el plebiscito, que fue el único sentido que dieron a estas elecciones anticipadas. Su gran órdago ha sido un acto fallido.
 
Por el otro lado, sólo Ciudadanos y CUP tienen motivos para la satisfacción. C's ha sido el cauce elegido por la gran mayoría de quienes se sienten cómodos con el actual marco territorial, en detrimento del PP y del PSC, convirtiéndose en la primera fuerza de la oposición (salvo que Junts pel sí se escinda, lo que no es descartable); y CUP se convierte en la llave para casi todas las decisiones que deba tomar el nuevo Parlamento de Cataluña. El PSC no se ha hundido tanto como temía y puede sostener el discurso de que sus posiciones (federalismo y derecho a decidir en el marco constitucional) son la cuña que podría concitar un nuevo pacto "posible y razonable", pero lo cierto es que han obtenido el peor resultado de su historia y no parece evidente que su centralidad se pueda volver a traducir en éxitos electorales. Podemos no ha logrado hacer creíble (o deseable) su tesis de una reforma de España desde Cataluña, y no ha alcanzado los escaños que ya tenía Iniciativa, con quien iba coaligada. Y el PP, con un 8% de voto, vuelve a comprobar que no es querido en Cataluña.

Entre tanto, nada ha quedado resuelto. Las urnas, por virtud de las exigencias de una ponderación territorial de la distribución de escaños, hará posible una retórica e inconstitucional declaración parlamentaria de independencia, fácilmente anulable por el Tribunal Constitucional, que tropezaría políticamente con la evidencia de que dos de las provincias han elegido a más representantes contrarios a esa independencia, y de que, en el cómputo global, la "moción" independentista ha sido rechazada. El único proyecto explícito de quienes han ganado las elecciones queda frenado por haberse constatado que su desarrollo va contra la voluntad mayoritaria. Y en cuanto a las decisiones sobre política social, corrupción y prioridades presupuestarias, es más que probable que las mayorías parlamentarias no coincidirán con las que arrojen las cuestiones sobre soberanía o autonomía. Es difícil saber si las elecciones las ha ganado la derecha o la izquierda, porque eso, al parecer, "no tocaba".

 
La conclusión es que la nueva legislatura nace condenada al lío, a la épica, y por tanto al fracaso: puesto que el resultado de la votación de hoy ha sido tan inexpresivo, tan poco clarificador, no me extrañaría que en muy poco tiempo se convocaran unas nuevas elecciones autonómicas normalizadas en las que de nuevo se discuta sobre política, educación, salud, funcionamiento de las instituciones, políticas sociales, etc. El Parlamento que va a constituirse va a tener una legitimidad muy débil para cualquier decisión importante: la declaración de independencia porque ha sido rechazada, y el resto de las cuestiones porque no comparecían en el programa electoral de las fuerzas que han obtenido mayoría parlamentaria. Si algo puede concluirse con nitidez, es que la gran mayoría de los catalanes quiere, desde luego, un cambio profundo del actual Estado de las autonomías, aunque la orientación de ese cambio sigue siendo confusa.
 
Artur Mas ha fracasado, y debe abandonar la primera línea política. Intentará convencer de que esto ha sido sólo un paso del largo camino, pero cuando se lanza un órdago es para ganarlo todo, y no para mantener la partida. Seguramente se está cerrando el ciclo. O mejor, se están cerrando muchos ciclos. Seguramente lo que ahora toca es un cambio de actores en Cataluña y en España. Porque los catalanes y los españoles merecemos unos políticos capaces de abandonar partidas caducas, cerrar escenarios estériles, dar un manotazo a la melancolía y a la resignación y abrir con grandeza de miras un nuevo proyecto para España. Pero eso ya es cosa de las elecciones generales, y no este extraño experimento que ha dilapidado en vano tanta energía.

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