“Casa Luna”, el dulce suicidio. Por Antonio Moreno Ayora

[Texto para la presentación de "Casa Luna" en el Colegio de Abogados de Córdoba, el 22 marzo 2018, por D. Antonio Moreno Ayora].

Hay circunstancias, coincidencias o simplemente un sencillo azar que hacen que nos sorprendamos con algunos de nuestros descubrimientos. Me explico. Desde junio tenía la novela de Miguel Pasquau sobre mi mesa de lecturas pendientes, per diversos retrasos hicieron que no empezara a leerla hasta primeros de agosto. ¡Y vaya casualidad! También su argumento empezaba a desarrollarse desde los primeros días de ese caluroso mes, algo más suave si nos situamos, como hace la novela, en los alrededores de la Sierra de Cazorla y en una finca rural con pocos inquilinos. Se hace esta precisa información en la temprana línea décima, a principios de ese párrafo que llama nuestra atención porque comienza a jugar con los tan decisivos conceptos de verdad y de mentira, pero tomando partido por el primero cuando ya nos confiesa que “podría disparar la verdad a bocajarro, con una frase certera y definitiva, pero he decidido contarla poco a poco…”. El narrador, por tanto, está ambientando los acontecimientos, que van a tener lugar en ese escenario concreto de la provincia de Jaén, claveteado de olivares y envuelto por la calma, en el cortijo rural denominado “Casa Luna”, nombre que oportunamente se explica para el lector. Y es ese narrador, que se llama Marcos Fortuño, el que se presenta como un escritor que insiste en que “hay algo que debe saberse y que no puede permanecer callado más tiempo”. En ese cortijo-hotel coinciden varios veraneantes buscando tranquilidad y aislamiento. Es el narrador el que nos los va presentando en este primer capítulo con maestría de quien planifica acertadamente la introducción en su historia. Junto a él estarán, pues, los silenciosos habitantes de la casa que son el matrimonio Irene y Juan, la atractiva doctoranda Amalia y el casero o dueño Luis Martínez Cendal. Quedémonos por ahora con la sensual descripción que hace de Amalia y con la insistencia de Marcos Fortuño en ir aproximándonos paulatinamente a la verdad, envuelta por cierto en una sospechosa frase de suspense: “Somos lo que otros dicen que somos”. Con ella ya el lector está picado y dispuesto a seguir con el segundo capítulo que se titula “Piedra”.

Marcos Fortuño, poco a poco, va escribiendo en su diario su biografía, y la traspasa ahora en el momento temporal del día 11 de agosto. Se sitúa en su presente, en su fama de escritor, académico y ensayista reconocido, en su influencia social a través de los medios de comunicación, y por supuesto en la obstinada razón de su escritura: “estoy obsesionado con la verdad y la mentira”, dice una vez más. Marcos Fortuño, seguramente y en buena parte alter ego de Miguel Pasquau, habla con naturalidad de literatura y de vida, muestra conocer en muchos aspectos el mundo literario y demuestra en pocas líneas la valía de algunos escritores o de sus obras.

Cuando se inicia el capítulo tercero con las frases “Doce de agosto, por la mañana. Anoche no escribí”, tenemos ya la convicción de que esta novela se inserta en el género del diario, que lógicamente permite esa sucesión de episodios que elnarrador pretende ir trasladando. Al tiempo, a la altura de este mismo capítulo el lector ya nota su curiosidad por ir descubriendo anécdotas y acontecimientos de la vida de este afamado escritor incurso en la tarea de bucear en las apariencias de su vida para llegar al fondo de la verdad que intenta descubrir. Igualmente el lector ha percibido la eficacia narrativa de los capítulos de Casa Luna, que por su brevedad, fluidez sintáctica e intento de dosificar la información no solo consigue despertar interés sino hacerlo igualmente con sorprendente agilidad. Apuntemos ya estos rasgos como sustanciales de la novela.

Poco a poco, como era su intención inicial, Marcos Fortuño va descubriendo su personalidad, sobre todo en lo referente a esa preocupación en torno a la mentira que ronda su cabeza, pues avisa de que quiere “acabar con la ficción de mí mismo y hacerlo con minuciosidad de detalles”. Esos detalles le impulsan a hablar con la realidad de un escritor en cuya vida se entrecruzan o solapan detalles del personaje que remiten a su vez a detalles del autor, como ocurre cuando se citan o autocitan la novela Polvo de estrellas o enmarcan el relato en un contexto histórico-literario actual al hablar de la peseta, de la provincia de Jaén o de los escritores César Vidal o Antonio Muñoz Molina. Son estos los momentos en que al unísono vamos conociendo tanto al protagonista Marcos Fortuño como al autor Miguel Pasquau, en buena parte. Según hemos sospechado, alter ego de aquel, al que cede sus experiencias y conocimientos literarios, sin duda suculentos e interesantes para los lectores del autor. Resulta así que autor y protagonista, o sea, el narrador en 1ª persona, se requieren y enriquecen mutuamente. Por cierto, que de ese protagonista acabamos de enterarnos –en las últimas líneas del capítulo V- que su gran mentira es que firma textos y artículos sin haberlos escrito realmente, por lo que él únicamente es quien les presta la firma de su nombre.

Muchos detalles o sospechas nos esperan en siguientes párrafos, a medida que el lector va descubriendo que esta novela se va a convertir en un auténtico juego literario donde la ficción y la biografía se dan emotivamente la mano. Como leemos en la página 49, “ya hemos subido un grado”. Pero ese avance nos sitúa también en el complicado, enrarecido, interesado y a menudo falso mundo literario. Es esta falsedad la que conecta con la mentira que Fortuño quiere desentrañar. Sin duda viene como anillo al dedo aquella afirmación, quizá amarga, de que ese mundo “Es difícil de aceptar, y es difícil de rechazar”. Por aquí hay ironía, realismo y sobre todo mucho de eso que se llama “metaliteratura”, como puede constatarse con las citas de la novela La respuesta, origen a su vez de la aparición de nuevos personajes como Carlota Omedes, fundamental en el capítulo VII, mujer de la que se alaba “la grandeza de sus intenciones”.

Por el momento digamos que el capítulo ensancha el panorama narrativo aunque continúa ciñéndose el argumento a la intriga de que “una mano oculta lo movía todo desde una remota impunidad”. Así, en este capítulo siete el lector toma conciencia de varias cosas: de que el escritor Miguel Pasquau sabe describir y entusiasmar ambientando el espacio; de que su novela es una reflexión de verdadero entendido en cuestiones literarias, y de que el argumento lo entreteje en torno a un punto en que lo verdaderamente importante es la autobiografía.

Eso de haber firmado un libro sin haberlo escrito es la gran obsesión de Fortuño, que lucha entre su dignidad y su ascenso a la fama; y por ello en ese mismo capítulo VII dispara con balas al decir que “Sospechen de quienes firman en las ferias del libro: no todos son impostores pero sí les aseguro que no soy el único”. Esta acusación, tan grave y contundente, a la posible mentira literaria en ciertas circunstancias se mezcla tangencialmente con una mentira paralela que tiene que como fondo la escritura de opinión política. También en ella se verá envuelto Fortuño, y también a ella lanzará su dardo pues los grandes influyentes en política de igual modo “firman lo que otros escriben a sueldo. Soy testigo, y lo afirmo bajo juramento”. ¡Casi na!

Y llegado este punto debo decir que Casa Luna alterna con acierto episodios de un realismo literario evidente con otros donde predomina la ficción libre, alentada o iniciada muchas veces por descripciones no solo verosímiles sino igualmente actuales como esta que abre el capítulo IX: “Diecisiete de agosto. El campo sigue igual, aguantando con estoicismo los calores de agosto”. Por eso el siguiente vuelve a la realidad hablando de política y de artículos sobre esta temática, una línea solo cortada cuando adelanta que Carlota Omedes ha muerte pero sin explicar este hecho que por esta razón de nuevo dispara el suspense. Pero algo después volverá a centrarse la narración en circunstancias políticas cuando, empezando capítulo, escribe: “La política y el poder han pasado a mi lado, muy cerca de mí”. Hay que leer estas páginas, por supuesto, por las acertadas definiciones que contiene sobre recientes políticos de primera línea y sobre el funcionamiento de las mismas vísceras del poder. Son momentos de la novela en que se agudiza la simbiosis entre realidad política y entramado literario, sin que este se aleje tampoco de la actualidad como ocurre concretamente en la página 104 en que se radiografía la actividad literaria que podemos llamar “por encargo”, base y razón de esta novela que, aunque parezca ficción, tan centrada se muestra en la realidad de la sociedad de hoy en tantísimos aspectos, incluso en otros futuristas. Avanza agosto y avanza el argumento, que ni siquiera está mediado. Leemos en la página 117 que… “Por la ventana abierta de par en par no entraba ninguna brisa de alivio, sólo una claridad de luna, pero era una luna hostil que parecía observarme. Todo estaba quieto menos yo y una mosca noctámbula que se ensañó conmigo”. Sí, la novela avanza pero afianzando más sus conceptos. Por eso en el capítulo XIII la encontramos, primero, definida como “la autobiografía de un suicida”, y luego como “Un hombre fallido”. Sin embargo, a este hombre fallido le empiezan a ocurrir anécdotas que van enriqueciendo la historia y girándola con el colorido de un lampazo que destella en el campo jienense.

Uno de estos avances lo representa el punto en que, continuando con el juego literario de verdad y mentira, que se mezcla incluso con interesantes digresiones filosóficas, aparece un doble personaje en Amalia pues a partir de ahora se quiere que haya una Amalia real y otra ficticia, y a ella corresponderán respectivamente el Fortuño falso y el verdadero. Pero el lector verá que a partir de aquí la novela se carga de mayor emotividad para ampliar la dosis de curiosidad necesaria.

Cierto. Creo que es muy cierto que leyendo a Miguel Pasquau uno siente una gran curiosidad. Uno se interesa por sus discursos filosóficos o sobre la vida pública, por cómo su bagaje literario está plasmado de referencias a sus lecturas –por ejemplo, las de Borges, que serán tan definitivas en este argumento-, por cómo en cada episodio o capítulo sabe soltar lastre de una nueva anécdota que tomará poco después más cuerpo confirmándose o aclarándose; por eso no extraña leer en el capítulo XVII que “Nunca como en ese momento tuve más claro que era Carlota quien escribía mis novelas”. Estos desentrañamientos forman parte de su proyecto de descubrir la mentira tantas veces denunciada. Aunque más adelante, la respuesta de esta señora de nuevo nos despista avivando otra vez la curiosidad: “¿De verdad has llegado a pensar que soy yo?”.

En la novela de Miguel parecen mezclarse a veces las gotas de intimidad y las gotas de esa apariencia literaria que se pretende desenmascarar… ¿O no es intimidad o repunte de lo personal el hecho de comenzar un episodio anunciando que “Muchas mujeres me han seducido, pero casi todas se turbarían si escribiese su nombre”.

Goteo de intimidad que se mezcla también con ese otro de la inesperada dureza de la vida. Porque si en un capítulo se alude a la muerte de la agente literaria Carlota Omedes, en otro posterior, en el XIX, se ahonda más en las causas de esa muerte y en los secretos editoriales que esta mujer guardaba, entre ellos el que más claramente se desvela en el capítulo XX referido al autor escondido detrás de las tres novelas de Marcos Fortuño, ya que este representa el nombre del narrador al que ahora por primera vez se reconoce al confesar: “Me tiembla el pulso. Todavía hace muy pocos meses que lo sé todo”.

Señores, estamos acercándonos a los capítulos últimos, y estamos acercándonos, por tanto, a la verdad, aquí tan obsesiva. Y buena parte de ella se desparrama en el titulado “El encargo”, capítulo XXI, un conjunto de párrafos que irradian el conocimiento que Miguel Pasquau ha querido dejar, como si se tratara de un ensayo, sobre Jorge Luis Borges, al que tanto se menciona, parafrasea y utiliza en las novela. Ese ensayo se incardina en el argumento ficticio de la historia y le confiere visos de realidad. Es, en fin, este capítulo el que aboca al siguiente cuyo título parece emulado de Juan Marsé: “Últimas tardes con Carlota”, sección muy importante para el lector por cuanto en sus comienzos se indica que Carlota, “Ella quiso contarme mi historia, que era la suya, con detalles a los que, dijo, yo tenía derecho”. Por estas páginas –y hablo con exactitud de la página 200- hallamos un párrafo concisamente recopilatorio de lo acontecido en la novela, que es decir de lo vivido por Marcos Fortuño, y todo ello para facilitar al lector su tarea de ir atando cabos con seguridad.

Carlota va a ser sin duda personaje esencial, aunque solo aparezca lo necesario, como también lo será, y mucho, la compañera de “Casa Luna” Amalia, de la que nos enteramos que para Marcos “ha sido una de las maneras que he tenido de contar mi historia”. Es decisiva su presencia en el capítulo XXIII, “Wild Roses”, con seguridad uno de los más sentimentales y emotivos de todos, el primero realmente explosivo entre tanta contención.
Pero después de estos momentos de tanta intimidad la rueda vuelve a girar situándonos una vez más en la trama de la verdad y la mentira, y por eso oímos, en palabras de Marcos Fortuño, que “ahora ya sé que soy simplemente una genial mentira tramada en laro que esa mentira, ya deshecha, tiene graves repercusiones en el protagonista, que a partir de ahora, descubriendo su falta de identidad, se define con desgana: “Mi vida no se ha acabado, pero no puedo imaginarme nuevos objetivos que me obliguen a levantarme temprano”.

Y en esos vertiginosos giros de la rueda aparece, secuencialmente, un archivo secreto de la difunta Carlota Omedes, que permite conocer los entresijos de la moderna vida digital, de la subliteratura, del espionaje informático. Se argumenta así el denominado “Un arsenal de historias”, que podrá ser reutilizado en novelas, guiones, ‘realities shows”, etc. Es aquí donde se colecciona y describe el más puro e inesperado morbo.

En todo hay morbo, curiosidad; hasta en el hotel rural “Casa Luna”, que en el capítulo XXVI es objeto de un artículo en el diario Jaén que da lugar enseguida a ciertos episodios curiosos, como es que pueda emerger este nombre tan real que es Miguel Pasquau Liaño o que se escriban pensamientos y detalles del personaje Amalia.

Pensemos que está a punto de cerrarse la novela, a la que en el capítulo XXVII se la califica de “tan increíble, tan insólita”. Pero no voy a desvelar, como ahora correspondería, el cálido final, el broche de oro del 31 de agosto (total, hace unos días) que es ese capítulo postrero titulado precisamente y sin poder ser de otro modo “Amalia”, el más breve de todos pero sin duda el más intenso, confidencial, sorpresivo y sensual y el que deja la historia como –lo copio- “páginas de un libro acabado de leer que va a guardarse en la estantería”. Solo adelanto que, por mi parte al menos, estará entre los preferidos y el que me ha servido para conocer a un nuevo autor que, montando un insólito argumento, le deseo que cada uno de sus futuros pasos, de sus próximas invenciones narrativas sea un acierto que incluso supere a los precedentes y lo eleve en consideración dentro de la actual narrativa andaluza y, por supuesto, entre la bien consolidada estirpe literaria jienense.

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