Imposible

Debe ser que hay zonas de mi alma que se han quedado atrapadas en la infancia. Debe ser por eso por lo que todavía no soporto que haya cosas imposibles. Sé que la culpa es de mi padre: fue él quien me enseñó la fuerza mágica del deseo y la perseverancia.
 La pelota de lunares verdes y amarillos no había perdido todavía el brillo mágico que distinguía a los regalos de Reyes. Se nos cayó detrás de una tapia inmensa y antipática que daba a la plaza donde jugábamos. La tapia era la tapia, el fin del mundo, finisterre, así que la pelota se perdió para siempre, para siempre, para siempre, en otro universo inalcanzable, por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa., por haberle dado un patadón sin medir la altura máxima permitida. Imposible recuperarla: como con la muerte, que no tiene remedio, mi reacción sólo fue llorar.
 Al día siguiente era sábado, y mi padre me despertó temprano. “Ven conmigo”, me dijo. Debía ser demasiado temprano, creo recordar que sólo se oían los pájaros y nuestros pasos, como si todavía no hubiesen despertado los ruidos de la mañana. Lo acompañé a una nave donde guardaba una camioneta y utensilios de todo tipo que jamás había visto. Le ayudé a montar una escalera plegable, enorme, todavía sin saber qué aventura me estaba proponiendo. Arrancó la camioneta, me dejó sentarme a su lado, como copiloto, con mis siete años. Recorrimos calles estrechas, dimos giros inverosímiles,  sorteamos esquinas amenazantes, y llegamos a una plazoleta pequeña. Mi padre aparcó la camioneta muy pegada a un caserón  blanco que tenía un portón de madera vieja con tachuelas y unas ventanas de reja cegadas, con macetas abandonadas de flores marchitas de primaveras antiquísimas. Desplegó la escalera, la ajustó a los barrotes de la reja de la ventana más alta, se echó una cuerda gruesa en el cuello y me pidió que la sujetase abajo. Estoy viéndolo subir los peldaños, uno tras otro. La escalera temblaba. Cuando estaba en todo lo alto, no se detuvo: se agarró a los barrotes, y con una agilidad pasmosa, dio un ligero salto hacia arriba y se sentó en la cornisa del paredón.  “Ahora sube tú”, me dijo, desde arriba. Yo no me lo podía creer, mi padre proponiéndome algo tan arriesgado como subir por esa escalera que parecía tambalearse con un soplido, y sin ni siquiera saber para qué; pero como mi padre estaba allí arriba, estaba segura de que no iba a caerme. Subí los mismos peldaños, llegué a la misma reja y encontré su mano que cogía mi brazo y me elevaba hacia la cornisa del paredón. Desde allí divisé un corralón lleno de zarzas, malezas, ladrillos y herrumbres. “¿Qué es esto, papá?” , le pregunté, y él me contestó que pronto iba a saberlo. El salto hacia el corral fue fácil, apenas dos metros, porque había un montón de cascotes y tierra que servía de plataforma. “Ven conmigo”, volvió a decirme (¡cuánto me gustaría poder oírle decir eso otra vez!), y avanzamos entre ese jardín derruido por el tiempo, bajo el sol frío de un sábado de invierno. En el otro extremo, detrás de dos acacias locas, en la zona umbría, junto a la pared del fondo, había un foso oscuro del tamaño de una alberca seca. En el fondo resplandecía una pelota de lunares verdes y amarillos. Mi padre ató la cuerda al tronco de una de las acacias, y con el otro extremo me rodeó por debajo de los brazos haciendo un nudo fuerte que me aprisionaba. “Déjate caer poco a poco, apoyando los pies en la pared”, me ordenó, señalándome el foso. Así lo hice. Llegué al fondo del foso y recuperé la pelota, que todavía conservo en el baúl de los objetos eternos.
Maldita sea, porque desde entonces siempre he creído que con cuerdas y escaleras, con saltos y con empeño, todo podía conseguirse.

2 Respuestas

  1. Es una buena enseñanza, yo quiero dejarles eso a mis hijas.

  2. Esta historia además de poseer un contenido profundo que nos hace reflexionar, es el fiel reflejo de lo que es el recuerdo para la literatura, en este caso es alma que dota de detalles haciendo viva a cada paso la historia, es por ello que nos parece más cercana porque el autor ha sabido transmitir el instante a todos los momentos posteriores que encontraremos en nuestras vidas cuando se nos presente un muro que obstaculice nuestros deseos

    SARA

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