A última hora bajó al parque, escogió una piedra pulida, casi brillante. La lavó, la secó, la pintó con un pincel, la depositó en el fondo acolchado de la caja que algún día fue de un reloj y la envolvió con papel de regalo de la última navidad. "No es por la crisis -le explicó, en una nota-; es que en esta piedra hay más de un millón de años que quiero que sean siempre para ti". Después de mucho buscar en escaparates y plantas de grandes almacenes, encontró por fin el regalo perfecto. Todos los demás tenían algún defecto.
Miguel Pasquau
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