"Coleccionista" suena a monedas y sellos, quizás también a minerales y cromos, a numismática e inventario, pero el instinto coleccionista puede adquirir formas infinitas. Mi hermano coleccionaba música hasta que la tuvo toda y comprendió que su colección habÃa muerto de éxito, mi cuñado colecciona ofertas de quiosco, y un personaje inventado compró una extensa finca yerma en las cercanÃas del desierto de AlmerÃa para depositar allÃ, en su personal desguace, todo tipo de objetos que un dÃa dejaron de formar parte de ningún escenario: confesionarios de iglesias derruidas, teclados de ordenador abandonados en la basura, farolas oxidadas, grifos sustituidos, azulejos rotos, cornamentas, tableros de ajedrez, ruedas enormes de tractor. Un cementerio de cosas.
Una biblioteca es una colección, y una vinoteca. Los hay que coleccionan mujeres u hombres, conquistas. Viajes coleccionados en los souvernirs de la repisa del mueble. En los archivos de los abogados se inventarÃan pleitos y algunos profesores guardan las fichas de cada promoción de alumnos a los que enseñaron historia o cristalografÃa. ¿Quién no guardó durante años los primeros dibujos de sus hijos?: los del dÃa del padre, los de las tardes de lluvia de invierno, los dibujos de fieras y de montañas incendiadas. Soldados, dinosaurios, hojas de árbol, insectos disecados. Invitaciones de boda, cartas de amor, entradas a espectáculos, cajas de madera, pipas, plumas, recortes de periódico.
Universos a escala, que se extinguen una vez que quedan completos. Nada hay más muerto que un álbum con todos los cromos en su sitio, porque en ese momento dejan de ser el universo para convertirse en un objeto dentro de otro universo.
Cada uno en sus colecciones y en sus inventarios.
Yo tengo aún viva una colección que empecé hace muchos años y de la que estoy orgulloso. Siempre pensé que era la mejor colección posible. Cada hallazgo era un triunfo, cada pieza era definitiva. No se acaba nunca; o mejor: se acabará conmigo. PedÃa a cada amigo una fotografÃa de niño. Y ahà están en una caja de cartón, mezcladas, con sus bordes ondulados, con sus colores exagerados, otras en blanco y negro, todas con una mirada definitiva, con la entereza de una infancia recordada, creando una red de seguridad emocional para mi existencia entera.
Si algún amigo lee esta entrada y quiere meterse en esa caja, ya lo sabe: le estamos esperando. Hazme llegar tu foto, tráeme un instante de tus cinco, tus ocho años, y todos nos alegraremos al recibirte.
Pues tus amigos/lectores nos habrÃamos alegrado muchÃsimo de que esta entrada hubiera ido acompañada de una foto del autor de este blog, con cinco u ocho años, y esa mirada, ciertamente definitiva, que tienen todos los niños. ¿TodavÃa se podrÃa arreglar?
Pensaré si te mando mi foto.
Estrella F.
No, Estrella F., la foto de mis cinco o siete años está bien guardadita, mezclada con los otros niños en la caja prodigiosa. Jugando incesantemente a cosas de niños. ¿Para qué sacarla del paraÃso y colocarla en este purgatorio?
La verdad es que con lo poco que me gustan las colecciones, la tuya es bien bonita.
bss
Gracias Claudia. Sin la infancia, todo es volandero.
Seguramente llevas razón, el ciberespacio no siempre es un buen sitio.
Y gracias por tu blog.
Estrella