“El Jarama” no tiene quien le escriba.

Se ha muerto hoy uno de los grandes, uno de los mejores, uno de los nuestros. Nos confortaba que Rafael Sánchez Ferlosio, un nombre propio en los libros de literatura de bachillerato desde hace muchas décadas, siguiera vivo, escribiera algún artículo desde su atalaya, concediera alguna entrevista con más humanidad que épica. El mismo que hace más de medio siglo escribiera aquella gran pieza literaria tan leída por tantas generaciones de españoles. Con "El Jarama" viví una de mis más intensas experiencias como lector. Algo tiene esa novela que consiguió introducirnos a una enorme muchedumbre en aquella excursión de domingo en verano y en un río, en la que no pasaba nada de nada, hasta que pasó lo que pasó.  Forma parte de nuestra memoria colectiva. ¿No sería justo que esparcieran las cenizas de Sánchez Ferlosio en las aguas del Jarama, y que acaso se encontrasen con algún resto de Lucita?

“Se miraban en torno circunspectos, recelosos del agua ennegrecida. Llegaba el ruido de la gente cercana y la música.
—No está nada fría, ¿verdad?
—Está la mar de apetitosa.
Daba un poco de luna en lo alto de los árboles y llegaba de abajo el sosegado palabreo
de las voces ocultas en lo negro del soto anochecido. Música limpia, de cristal, sonaba un poco más abajo, al ras del agua inmóvil del embalse. Sobre el espejo negro lucían ráfagas rasantes de luna y de bombillas. Aquí en lo oscuro, sentían correr el río por la piel de sus cuerpos, como un fluido y enorme y silencioso animal acariciante. Estaban sumergidos hasta el tórax en su lisa carrera. Paulina se había cogido a la cintura de su novio.
—¡Qué gusto de sentir el agua, como te pasa por el cuerpo!
—¿Lo ves? No querías bañarte.
—Me está sabiendo más rico que el de esta mañana.
Sebas se estremeció.
—Sí, pero ahora ya no es como antes, que te estabas todo el rato que querías. Ahora en seguida se queda uno frío y empieza a hacer tachuelas.
Miró Paulina detrás de Sebastián: río arriba, la sombra del puente, los grandes arcos en tinieblas; ya una raya de luna revelaba el pretil y los ladrillos. Sebas estaba vuelto en el otro sentido. Sonaba la compuerta, aguas abajo, junto a las luces de los merenderos. Paulina se volvió.
—Lucita. ¿Qué haces tú sola por ahí? Ven acá con nosotros, ¡Luci!
—Si está ahí, ¿no la ves ahí delante? ¡Lucita!
Calló en un sobresalto repentino.
—¡¡Lucita...!!
Se oía un débil debatirse en el agua, diez, quince metros más allá, y un hipo angosto,
como un grito estrangulado, en medio de un jadeo sofocado en borbollas.
—¡Se ahoga...! ¡¡Lucita se ahoga!! ¡¡Sebastián!! ¡¡Grita, grita...!!
Sebas quiso avanzar, pero las uñas de Paulina se clavaban en sus carnes, sujetándolo.
—¡Tú, no!, ¡tú no, Sebastián! —le decía sordamente _ ¡tú, no; tú, no; tú, no...!
Resonaron los gritos de ambos, pidiendo socorro, una y, otra vez, horadantes, acrecentados por el eco del agua. Se aglomeraban sombras en la orilla, con un revuelo de alarma y el vocerío. Ahí cerca, el pequeño remolino de opacas convulsiones, de rotos sonidos laríngeos, se iba alejando lentamente hacia el embalse”.

2 Respuestas

  1. Que en paz descanse … que placer volver a leer este fragmento! “El río como un como un fluido y enorme y silencioso animal..”

  2. veritas filia temporis

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