Valeriano.

¿Qué le pasa a una fotografía de un grupo de amigos cuando alguno de ellos ya se ha ido?
 
Estoy mirando una fotografía de mayo del año pasado. Una fotografía de siete buenos amigos que habían quedado para comer y para algo más. Quizás estábamos despidiendo a uno de ellos, cuando todavía podía reír a carcajadas, traer un álbum de fotografías para recordar la época de la Universidad, discutir, disfrutar de una tarde de sol, charlar de cosas cualesquiera muy poco antes del asalto final de una enfermedad que le succionó primero la fuerza y después el alma. Fue una tarde amable, alegre, todos queríamos creer que todo iba bien, que todo podía seguir bien, que la amistad grande le puede al tiempo y que todavía quedaba tiempo para la amistad grande.
 
Lo que no sabíamos es que estábamos despidiendo a dos de ellos. Rafael se fue en julio, como temíamos. Y anoche se fue Valeriano, como nadie podíamos imaginar. Calladito, escondido, como los perros que se van de la casa cuando saben que van a morirse. Solo. Muy solo. Destruido. Abandonado en pendientes de abismo. Sin despedirse. Quizás sí, de su hija a la que tanto quiso y de dos o tres amigos que lo quisieron como se quiere a un hermano, dispuestos a dar medio hígado para salvar el suyo. Puto hígado, qué palabra más fea. 
 
Valeriano, amigo, me duele no recordar qué te dije al despedirnos el último día que te vi, el doce de octubre, no hace todavía tres meses. Me duele pensar que desde entonces te has estado muriendo a solas y a chorros y yo apenas he pensado en ti. Lloramos juntos la muerte de Rafael y hoy hemos vuelto los amigos al cementerio, pero no estabas tú allí como en julio: alto, severo, con el cigarrillo en la mano, triste, granadino hasta la extenuación, maniático, intolerante con la estupidez, ocurrente, un corazón enorme encerrado en las tapias de tu timidez, esas tapias que sólo saltabas con la escalera de tu nítido sentido del humor, ése que tenemos clavado en el tuétano con la etiqueta de tu nombre.
 
Estábamos todavía en edad de enterrar a nuestros padres. Os habéis anticipado. Somos jóvenes para ir viendo el nombre de amigos en las esquelas. Teníamos veinte o treinta años por delante para seguir sin echarnos de menos, con la seguridad de que no pasaría un trimestre sin volver a vernos. Qué largo trimestre se avecina.
 

8 Respuestas

  1. El nombre de la muerte no tiene edad. Te cuento lo más terrible que me pasó una vez, fui a la peluquería después de muchos meses de no ver a una de las peluqueras que estaba embarazada.

    -¿Qué tal la niña?- pregunté, al percatar que su barriga estaba lisa.

    -Nació con una malformación de corazón, solo vivió veinticuatro horas.

    Sin poder remediarlo me eché a llorar, era una niña tan esperada, para una madre tan perfecta, que fue ella quien me consoló después. Unos años después tuvo otra hija.

    Desgraciadamente la vida comienza y se termina. Y mientras la nuestra siga estamos obligados a seguir, guardando memoria a quienes contribuyeron a hacernos como somos. A intentar ser un poquito como eran…
    Un abrazo

  2. Anónimo

    Por algo parecido llevo semanas recreándome en la Elegía a Ramón Sijé.

    Ánimo.

    • Gracias.

      ELEGIA A RAMÓN SIJÉ
      .
      (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
      muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
      tanto quería.)
      .
      Yo quiero ser llorando el hortelano
      de la tierra que ocupas y estercolas,
      compañero del alma, tan temprano.
      .
      Alimentando lluvias, caracoles
      Y órganos mi dolor sin instrumento,
      a las desalentadas amapolas
      .
      daré tu corazón por alimento.
      Tanto dolor se agrupa en mi costado,
      que por doler me duele hasta el aliento.
      .
      Un manotazo duro, un golpe helado,
      un hachazo invisible y homicida,
      un empujón brutal te ha derribado.
      .
      No hay extensión más grande que mi herida,
      lloro mi desventura y sus conjuntos
      y siento más tu muerte que mi vida.
      .
      Ando sobre rastrojos de difuntos,
      y sin calor de nadie y sin consuelo
      voy de mi corazón a mis asuntos.
      .
      .Temprano levantó la muerte el vuelo,
      temprano madrugó la madrugada,
      temprano estás rodando por el suelo.
      .
      No perdono a la muerte enamorada,
      no perdono a la vida desatenta,
      no perdono a la tierra ni a la nada.
      .
      En mis manos levanto una tormenta
      de piedras, rayos y hachas estridentes
      sedienta de catástrofe y hambrienta
      .
      Quiero escarbar la tierra con los dientes,
      quiero apartar la tierra parte
      a parte a dentelladas secas y calientes.
      .
      Quiero minar la tierra hasta encontrarte
      y besarte la noble calavera
      y desamordazarte y regresarte
      .
      Volverás a mi huerto y a mi higuera:
      por los altos andamios de mis flores
      pajareará tu alma colmenera
      .
      de angelicales ceras y labores.
      Volverás al arrullo de las rejas
      de los enamorados labradores.
      .
      Alegrarás la sombra de mis cejas,
      y tu sangre se irá a cada lado
      disputando tu novia y las abejas.
      .
      Tu corazón, ya terciopelo ajado,
      llama a un campo de almendras espumosas
      mi avariciosa voz de enamorado.
      .
      A las aladas almas de las rosas…
      de almendro de nata te requiero,:
      que tenemos que hablar de muchas cosas,
      compañero del alma, compañero.
      .
      (1 0 de enero de 1936)

  3. Anónimo

    Cuando Pablo Lizcano murió, Rosa Montero le dedicó una columna en El País. Por si alguien no la conoce, aquí la transcribo. Creo que merece la pena leerla.
    Lo siento mucho Miguel.
    Teresa

    UNA VIDA
    Un cabrilleo de agua y sol en el mar, o quizá en una piscina. El cuerpo caliente y esponjoso como pan recién hecho.
    Sombras en la noche, una pesadilla. Las manos de tu madre encendiendo el mundo, disolviendo los monstruos. Ordenando las cosas.
    Carreras jadeantes, frenéticas risas, juegos de niñez en patios retumbantes.
    Melancolía aguda de lo aún no vivido. Intuición adolescente del resto de tu vida. Deliciosa tristeza.
    La carne, un tesoro. El vertiginoso misterio de los cuerpos. El amor estallando como una supernova y dejándote ciego.
    Y también el desamor: un agujero.
    Una noche de agosto en pleno campo, un alboroto de cigarras, una luna llena de color naranja que parece el decorado de un teatrillo japonés, el tiempo por una vez piadosamente detenido. La plenitud, que siempre es sencilla.
    Mirar a un amigo, mirar a tu amante y ver en sus ojos el pasado común. Contemplarte en los otros como en un espejo.
    La serenidad que llega tras las lágrimas. Y también todas las risas compartidas, los momentos de juego, las carcajadas dichosas.
    Todos los libros leídos, las músicas gozadas, los besos recibidos. Y una conversación una tarde de invierno comiendo chocolate frente a la chimenea.
    La alegría de vivir. Y la fugaz y espléndida belleza.
    Una noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una balsa en mitad del naufragio.
    Una novela leída al lado del lecho de un enfermo mientras llueve.
    Torbellinos de polvo en un rayo de sol, un universo ínfimo.
    Un cabrilleo de agua. El último chispazo.
    Esta poca cosa, o esta enormidad, es una vida.

    • Cuánta buena literatura han generado los sentimientos nobles, como la tristeza por la muerte de un amigo!!
      Gracias Teresa.

  4. Anónimo

    No entiendo exactamente porqué he llorado tanto al leer este texto.

  5. Y yo si lo entiendo. Descansen en paz todos los amigos queridos.

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