Una pregunta grande.

 

En COU me planteaba si estudiar la carrera de Filosofía. Yo era un converso: me pasé del bachillerato de Ciencias al de Letras, y disfrutaba con la Historia, la Literatura, la Filosofía, con aquellos buenos profesores del Instituto San Juan de la Cruz, de Úbeda. El de Filosofía, el asturiano don Marcelino Zapico, nos hacía pensar y nos insistía en que lo específico de la filosofía era "hacerse buenas preguntas", preguntas importantes, preguntas vitales. Los libros decían que la filosofía era la ciencia de "las últimas preguntas", y esa definición me resultaba inquietante: ¿no es mejor dedicar la vida a las preguntas más importantes?

Pero don Marcelino, que además de filósofo era jurista,  me desaconsejó los estudios de Filosofía. "Haz Derecho, y luego lees lo que quieras". También dijo que "no se puede ser sólo filósofo: es mejor llegar a la filosofía desde fuera".

Hablé de esto con mi padre, quien también era aficionado a las preguntas hondas. Él no me  desaconsejó estudiar Filosofía, pero tampoco me animó. Supongo que no lo tenía claro, pero desde luego no creo que le desagradara la idea, porque aunque no era un filósofo, sus lecturas y sus escritos estaban llenos de filosofía. Una tarde estuvimos comentando eso de las "últimas preguntas". "Te voy a poner un ejemplo de una última pregunta", me dijo. Me llevó a su biblioteca, buscó un libro de Fichte ("El destino del hombre", y buscó una cita, que encontró, y yo he encontrado cuarenta años después:

"¿Como y bebo, solamente para poder de nuevo comer y beber, en tanto dure mi rastrera peregrinación hasta el borde de mi fosa, y me dé a la tierra como alimento? ¿Contemplo seres semejantes a mí, cuyo destino sólo sea comer, beber, morir y dejar en pos de sí seres semejantes a ellos, que hagan lo mismo que ellos hicieron? ¿A qué bueno ese círculo incesantemente renovado, ese juego incesantemente repetido, en el cual todo existe para perecer, y perece para volver a existir de nuevo, como era antes; ese monstruo que sin cesar se devora a sí mismo para volver a aparecer, y aparece para volver a devorarse?"

Sí, es una "pregunta grande". E inquietante. Y fecunda, porque si te la haces en serio, te lleva a una espiral de preguntas. Les voy a anticipar por dónde van mis respuestas provisionales, aunque esto requerirá una novela para desarrollarlo: en mi opinión, la clave está en el doctor Rieux, el médico de "La Peste" (Camus). Aquel que no tenía claro por qué arriesgaba su vida entregado a curar a enfermos contagiosos de peste. Rieux no obró por fe, ni por convicción ideológica, ni por compromiso político, ni por supuesto por interés, sino por algo mucho más profundo: por instinto (a mí no me importaría llamarlo "vocación", pero la palabra "instinto" es más universal). El instinto de la humanidad (y por tanto "el destino del hombre") es, como también decía Fichte, "correr infatigablemente hacia un futuro mejor", negarse al "juego vano que nace de la nada y vuelve a la nada". La condición humana (y su genoma) es una continua rebelión frente a esas nadas.

 

8 Respuestas

  1. ¡ MON DIEU ¡ Miguel…

    ¡Buscar verdades en el mundo de las mentiras es empresa harto equívoca estimado magistrado!… pero encontrarlas es ya de premio; como encontrar lo posible dentro de lo imposible…

    Mucho me temo que usted nunca ha dejado de ser un converso de convicción, algo que es incompatible con la filosofía, aunque muy recomendable para los juristas ya que para condenar hay que «saber» lo que incluso se ignora, mientras que para filosofar hay que dudar incluso de lo que se sabe.

    Para filosofar hay que «volar» con libertad fuera de toda jaula, nunca soñar con la libertad como hace el pájaro amaestrado dentro de su propia jaula. Los filósofos le llamamos las cadenas del «background knowledge»… los sociólogos le llaman «perjuicios».

    Dimensionar –a priori–, una pregunta como grande o pequeña para después catalogarla como «una buena pregunta» elevándola al pedestal de “últimas preguntas” no es más que un ejercicio acrobático de «salto mental» con tirabuzones en propia jaula. Es decir, lo que tu amigo Wittgenstein y acólitos califican de “falacia de la circularidad”…

    El paisano Fichte –alemán de la misma parroquia de Carl Schmitt–, y demás sesudos idealistas de la jaula alemana sirve bien para los juristas amigos del mundo cuadriculado en torno al dilema Kantiano del «dentro» y «fuera» de la consciencia cognitiva. Es decir, los de la jaula del imperio de las convicciones; o la dictadura de las mismas.

    Como filósofo Fichte apenas supera el puesto de «maestro churrero» en la esquina de la calle Cárcel con la Chancillería en Plaza Nueva… ya me entiendes el personal que por allí transita…tan necesitados todos ellos de la unidad de destino universal…

    La cita que has encontrado define muy desenfocadamente –elucubración típica de idealistas patológicos–, lo que en termodinámica se conoce como la entropía de los procesos irreversibles.

    Más que Fichte, o Camus, te recomiendo, para empezar, a alguien más cercano; al catalán Jorge Wagensberg –fallecido irreversiblemente en marzo pasado, que fue director del museo de la ciencia de Barcelona y profesor de teoría de los procesos irreversibles en la UB, además de autor de interesantes libros–, para que te des–inquietes, de los turbulentos cocidos teresianos, y te ayude a aterrizar en las realidades de este planeta sin que te quedes atrapado en estériles espirales de preguntas ˝infladas” en continuo «corrimiento hacia los paraísos prometidos»…

    Aunque, a decir verdad, mala mochila llevas en la chepa con tu historial de converso!!!

    En cuanto a la condición humana, no corren buenos tiempos en España para “rebeliones” de ningún tipo; ni genómicas, ni catalanas… pues la judicatura anda suelta en busca de “rebeldes” a los que purgar…

    ¡¡¡ Mulgere Hircum !!!

    Y Felices Fiestas!!!

    • Pero fíjese, Aramis: en algo tan insignifcante como “decirme algo a mí que me interese”, la pregunta de Fichte le gana a su comentario. Abrumadoramente. Le agradezco de todos modos su tutelaje intelectual. Saludos.

      • Jajaja!… Por fín sale usted a la luz… algún mérito tendré!…

        Pero fíjese usted también en el detalle que no puede ser el suyo interés el que me mueve ya que a un converso poco interés le asiste más allá de la confirmación absoluta, definitiva y última de su propia convicción incierta.

        Fijese también en el nimio detalle de que criticar no es tutelar. Salga usted, pues, del cómodo claustro del supervisor de robagallinas y no insista en tutelar a los «El lute» descarriados de la parroquia post 78. Ya hace tiempo que la educación pública se practica bien en España.

        Recuerde, además, que un día le pregunté aquí por el art. 24.1 CE y todavía estoy esperando su amable ilustración.

        Ya se que usted no me tutela, pero, al menos no piense que, por el contrario, yo padezco de semejante condición patológica, por cuanto no me imagino tutelando a alguien que sabe, aunque ignore lo que desconoce.

        Tal deporte de salón, sabe usted bien, que sólo se practica en las dependencias palaciegas del viejo régimen, y vitrinas de culto cerviz.

        En cuanto a su manifiesta devoción por las preguntas –estimo que sin respuesta concretable–, lamento decirle que vuelve a confundir crítica con confrontación puesto que yo no he discutido la razón de una ««presunta»» sinrazón de Fichte, simplemente la he criticado mediante el símil de la «sin–razón» del churrero idealista de la esquina, a lo que usted, como buen schmittiano, ha reaccionado proclamando abrumadoramente como vencedor a su «amigo» Fichte y condenando indefectiblemente al «enemigo» Aramis. ¡Pena de mi!… cantaba la canción…

        ¡Fascinante!… ha reaccionado usted tal y como predijo el fisiólogo ruso, nobel 1904, Iván Petrovich Pávlov, muy conocido por sus experimentos conductivistas con perros; …

        Usted no da ni un solo argumento más allá de su carencia de interés, lo que –fíjese–, le quita interés a su abrumadora falta de imparcialidad como árbitro amateur del ficticio partido futbolero!… jajaja.

        Repito; Ni tan siquiera la sana crítica tiene nada que ver con pretensión de tutelaje «robagallinas» alguno…

        No tiene pues, nada que agradecerme.

        ¡A Dios lo que es de Dios y al César lo del César!

        ¡Mulgere Hircum!

        Buen día de lotería!

      • Estimado profesor trascendente Pasquau; magistrado 330 de reconocido prestigio e interés limitado a lo significante, permíteme que hoy –que tengo tiempo para la reflexión no filosófica–, complete mi in-significante tutelaje fenomenológico sobre la consistencia del churro versus el idealismo trascendental del “super-yo” kantiano de Fichte, uno de los apóstoles alemanes del idealismo trascendental denominado por Hegel como ˝fenomenología del espíritu.”

        Libro éste de Hegel que modestamente te recomiendo por cuanto normalmente ubicado en el ambiente de finales del siglo XVIII y principios del XIX, fija bien el trasfondo de la idea de una historia de la autoconciencia como fenómeno del alma trascendental que da incienso a esa otra idea del idealismo absolutista judicial español de la verdad como propiedad trascendente de la «convicción.»

        Así, pues, junto a Schelling con su «System des transzendentalen Idealismus» (1800), destaca Fichte con su obra «Grundlage der gesamten Wissenschaftslehre» (1794-95), donde propone parte de su «doctrina de la ciencia», como una historia pragmática del espíritu humano. Historia que no es mas que una pura «ficción necesaria» por la que desarrollar el punto de vista de la conciencia no filosófica (la mundanal) en sus consecuencias (hechos) limitándola a la función de mirar y observar atentamente (Zusehen).

        Fíjate en algo tan insignificante como que la observación que recoge tu cita de Fichte es puro «zusehen» intrascendental pues según el propio Fichte es «no-filosófica», dado que sólo sigue la reflexión natural del espíritu pues nos comportamos como “historiadores [Geschichtsschreiber] pragmáticos.” Una suerte de «descriptores» de lo real.

        Pero fíjate cómo Fichte pasa del «yo como y bebo» al «todo existe para perecer y perece para volver a existir» y termina creando el producto (churro) idealista del «monstruo» trascendente generador de convicciones teológicas –en este caso–, 40 años después de un antes histórico subjetivo…

        Ciertamente manifiestamente inquietante profesor!

        ¡¡¡ Mulgere Hircum !!!

  2. Queridos contertulienses, opinativistas, conciudadanos todos: ante descubrimientos recientes como las tres derechas ( derecha, derecha extrema, hiperderecha), la existencia de trece millones de funcionarios en España que ordenan la vida de doce millones de trabajadores por cuenta ajena que pagan el salario de los funcionarios, y los pactos bilaterales supranacionales identitarios pre-parto basados en el principio greco-romano de la seguridad jurídica. Y ante las reflexiones profundas que últimamente se han planteado en este estupendo Cuaderno de Miguel, me permito dejaros con Marguerite Yourcenar ( “El Tiempo, Gran Escultor “, Alfaguara ) , que nos ilumina y nos serena :

    “ La vida de los hombres en la tierra, si la comparamos con los vastos espacios de tiempo de los que nada sabemos, se parece al vuelo de un pájaro que se introduce por el hueco de una ventana dentro de una espaciosa estancia, donde tu estas comiendo junto a tus consejeros mientras afuera azotan las nieves y lluvias del invierno. Y el pájaro cruza ràpidamente la gran sala y sale por el lado opuesto: regresa al invierno y se pierde de tu vista. Asi ocurre con la efímera vida de los hombres, pues ignoramos lo que la precede y lo que vendrá detrás.”

    “Pues la memoria de los hombres se parece a esos viajeros cansados que, a cada alto del camino, van deshaciéndose de unos cuantos trastos inútiles , de suerte que llegan al lugar donde van a dormir con las manos vacias, desnudos y se encontrarán, cuando llegue el día del gran despertar, como niños que nada saben del ayer.”.

    “Jamás encontré a una mujer que pudiera permanecer inmóvil durante horas, sin hablar, como algo necesario que no precisa actuar para ser, y que me hiciera olvidar que el tiempo pasa, puesto que ella sigue ahí.”

    “Los seres imperfectos se agitan y se emparejan para complementarse, pero las cosas puramente bellas son solitarias como el dolor del hombre.”

    “Los hombres que inventaron el tiempo han inventado después la eternidad como contraste, pero la negación del tiempo es tan vana como él. No hay ni pasado ni futuro, tan solo una serie de presentes sucesivos, un camino perpetuamente destruido y continuado, por el que avanzamos todos.”

    “Solo se posee eternamente a los amigos de quienes nos hemos separado”.

    “¿Qué hacer? ¿ A qué Dios, a qué héroe, a qué mujer voy yo a dedicar esta obra maestra: yo ? La perfección es un camino que sólo conduce a la soledad: en los hombres no veo más que escalones ya superados. Y puesto que me poseo, qué riqueza suplementaria iba a traerme el universo…y la felicidad no vale más que yo”

    “Amar a alguien no es sólo interesarse porque viva, sino también sorprenderse porque deje de vivir, como si no fuera natural morir. Y sin embargo, el existir es un milagro más sorprendente que el no existir; pensándolo bien es ante los que viven ante quienes deberíamos descubrirnos y arrodillarnos como ante un altar. La naturaleza, supongo, se cansa de oponerse a la nada, como el hombre de oponerse a las solicitaciones del caos.”

    “Despierto. Tengo ante mi, detrás de mi, la noche eterna. He dormido durante millones de años; durante millones de años voy a dormir…..No tengo más que una hora. ¿Ibais a estropeármela con explicaciones y máximas? Me estiro al sol, apoyado en la almohada del placer , en una mañana que jamás volverá”.

    Feliz Navidad.

  3. Estimado Pasquau, hombre de poco interés.

    Antes de que llegue mi hija desde Auckland, dispongo de cierto tiempo para completar mi anterior alegato con algunas des–interesadas reflexiones literarias que en mi diligencia particular dejé esta mañana en el tintero al comentarle mi insignificante descuido en la debida atención –que me señalaba– a su falta de interés.

    Permítame, ahora, extenderme en la hospitalidad de su balcón, pues a pesar de lo que pueda parecerle no intento pontificarle, sino solo aclararle algo que, en todo caso, usted también puede desestimar, como costumbre, en ausencia de interés por su parte.

    Permítame, pues, recordarle que yo uso de su invitación al comentario porque usted dice textualmente en su balcón «DEJA TU COMENTARIO» para luego matizar, sin más. que «los comentarios dan vida al texto y lo ponen en movimiento».

    Digo «sin más» porque si usted precisara la matización con una leyenda del tipo « pero sólo se admiten los comentarios de alabanza e incienso con exclusión severa de los comentarios críticos y los tutelajes intelectuales» yo no hubiese depositado huella alguna de mi pensar la sacristía de su «peligroso» balcón.

    Pero no lo pone, o al menos, yo no veo que lo ponga en ningún sitio. Razón por la que presumo que usted tiene un razonable interés en todos los comentarios.

    Es por ello que me sorprende su profunda incongruencia ante mis comentarios que evidentemente parecen que le generan cierto vértigo y/o mareo profundo.

    No es mi intención agobiarle, pues si bien no somos «amigos», tampoco me considero «enemigo», ni tan siquiera de mi verdugo literario.

    Por eso no soy parroquiano de escuela schmittiana alguna; porque como bien ha dicho Clara Ramas (Rebelión 21/12/18); «el método dialéctico responde a cómo expresar mediante categorías una totalidad que es sincrónica por cuanto sus partes se hayan interrelacionadas y se presuponen mutuamente».

    Por poco que reflexione comprenderá rápidamente que desde la perspectiva en la que yo navego, las categorías schmittianas – «amigo», «enemigo»–, son del todo insuficientes para recoger la complejidad multilateral de la realidad vital que se imbrica, cuanto menos, en los comentarios de texto.

    Le diré, pues, que su balcón es muy rico en categorías interrelacionadas que se presuponen mutuamente. Ciertamente desde las sugerentes excursiones a Tentudía, hasta los silencios sepulcrales afloran en este balcón interesantes elementos que se presuponen mutuamente

    Veamos, por ejemplo, el interesante caso del acceso a la función judicial que es reiterativo en su balcón cuando usted parece cuestionar la eficacia del sistema opositor español con relación a la configuración de los perfiles jurisdiccionales. Lo que otros también denominan «jueces de conveniencia» (Javier Pérez Royo; El diario.es 18/12/18).
    Comencemos la reflexión con la pregunta que desde otras perspectivas formula Elisa Beni (El diario.es; 19/12/18); «¿Pueden unos individuos, por el hecho de pasar un examen jodidísimo, controlar a los demás poderes y controlarse a si mismos?»
    El sólo enunciado de la pregunta muestra ya, en sus propios términos, que vivir profesionalmente del mantra de las convicciones íntimas como signo de pureza resulta cada vez más incomprensible incluso en la España del régimen del 78.
    Así, pues, lo que Elisa Beni califica como «examen jodidísimo», no parece que sea nada más que el viejo arte jardinero de los monjes taoístas –el bonsai–, aplicado a los funcionarios de un Estado para la selección de los eunucos neuronales más adecuados para la buena custodia de los intereses del harén de los príncipes, los mal llamados poderes fácticos en la España del 78.
    Queda claro que, en este caso, no me refiero al sangriento arte de las extirpaciones genitales, sino al fino arte del jibarismo neuronal.
    No es de extrañar, pues, que la falta de interés sea una categoría que se presuponga mutuamente relacionada con la intensidad de la convicción por cuanto a mayor convicción, menos duda, menos curiosidad y menos interés. Pura lógica cartesiana!

    Pero imaginemos ahora una sociedad donde los taxistas sean los garantes de todo tipo de tráfico, e imaginemos el PGOU como la máxima Ley del orden urbano (la Constitución) y los registros catastrales desarrollan el resto del ordenamiento.

    Pensemos ahora los exámenes más jodidísimos que podamos imaginar para acceder a la licencia de taxista y desarrollemos facultades universitarias para el estudio de la Taximagistratura, los Taxiletrados y los taxiprocuradores… etc.

    Es evidente que los Taximagistrados serían los supervisores del tráfico, los taxiletrados, los traficantes rodados, siendo los taxiprocuradores aquellos que se ocupan de la intendencia del servicio en sus distintas modalidades; gasolineras, aparcamientos, etc.

    ¿Qué tiene de interés la profunda convicción del Taximagistrado que ha superado con esfuerzo y brillantez su durísima oposición sobre el orden cuántico del callejero de la ciudad?…

    ¿Tiene su convicción algún tipo de supremacía racional sobre la convicción del ciudadano usuario de taxis, sólo por el hecho de que el Taximagistrado aprobó algún día remoto una oposición arbitraria?…

    ¿Acaso no es irracional predicar del Taximagistrado que es “racional,” “no arbitrario,” e “independiente,” por el mero hecho de haber aprobado el durísimo examen?…

    ¿Acaso el silencio del Taximagistrado –o sus motivaciones sucintas, bajo el mantra de la falta de interés sobre las banalidades del usuario de taxi–, no son elementos que se presuponen mutuamente con su propia irracionalidad básica?…

    Termino ya mis aclaraciones con la estimación de que tu y yo deberíamos coincidir en la manifiesta falta de interés del pelotón de fusilamiento de Macondo sobre las consideraciones del Coronel Aureliano Buendía.

    No obstante tu y yo sabemos también del gran alcance que tuvieron y tienen las mismas…

    ¡¡¡Eppur si muove!!!

  4. Cada persona es libre de plasmar y expresar sus ideas y/o pensamientos, y siempre se deben respetar. Si uno no los comparte es libre de expresarlo, pero no queriendo imponer su razón como única y suprema. Todo depende de muchos factores y puede tener muchos matices y colores. Un saludo.

  5. SOBERBIA, ¿Qué es la soberbia?…

    Estimado Miguel, hombre de cinéticas controladas, textos con vida en claves de convicciones profundas y movimientos laudatorios… Regreso a tu balcón para mover tus textos con tono pontifical en vísperas de «inocentes» con la esperanza de que algo «justo» triunfe… No tengo certeza de ello, más he de intentarlo, cuanto menos!…

    Hoy las convicciones han cambiado en Andalucía y las fuerzas del cambio se disponen a manejar el timón hacia posiciones más autoritarias, muy alejadas –de nuevo–, del modelo republicano del consenso y el diálogo social.

    Pero por encima de todo, y en vísperas de «inocentes» creo que sería de interés coincidir en que el sistema –nuestro sistema institucional–, necesita de una buena dosis de humildad que, al menos, dificulte toda actuación irreversible.

    Sin embargo hoy, en el mejor de los casos, ya se dibuja 2019 en el horizonte andaluz como un año propicio para el florecimiento de la soberbia de los «amigos» como modelo de transición de todo tipo de nostalgias en busca de la transformación del relato de la corrupción de «aquellos» por la ventaja de «los propios».

    El código schmittiano promete así resurgir en el mismo edificio institucional que perfilan las fuerzas del cambio en Andalucía. Los tres poderes de Montesquieu, así como el contrato social de Rousseau –de tanta influencia en Kant y Fichte–, prometen ser reorganizados bajo el paradigma de los viejos valores del caciquismo español en beligerante oposición al pragmatismo del «pillabichos» del socialismo proveniente del aluvión del 78.

    Por ello en vísperas de «inocentes» vale la pena mirar la historia para recordar que frente al pecado de la soberbia, los valores cristianos erigen siempre la virtud de la humildad. De hecho, la Iglesia Católica ve en la soberbia el primero y principal de los valores demoníacos. Es decir; el vicio por excelencia del diablo que no se somete a Dios –al poder supremo– por soberbio.

    En la base de la teología cristiana, por poco interés que tengas convendrás conmigo, que la soberbia constituye, pues, un pecado mortal, puesto que para todo buen cristiano la conducta correcta ha de alejarse de la postura soberbia toda vez que desde el papa Gregorio Magno (siglo VI), la soberbia se considera la puerta de acceso al resto de los otros pecados capitales como son la envidia, la ira, la pereza, la gula, la avaricia y la lujuria.

    Fíjate en el divertido detalle de que la respuesta a tu gran pregunta –aquella sobre la que te muestras tan falto de interés a causa de las inhalaciones melancólicas de Fichte y románticas de Compte, despreciando las trabajadas respuestas de Wagensberg sobre los «procesos irreversibles»–, la puedes encontrar fácilmente en Génesis, Cap. 3, Vers. 19 con su conocido proverbio; pulvis es et in pulverum reverteris (polvo eres y en polvo te convertirás). Proverbio que, no obstante, cada año se recuerda ritualmente en España cuando los beatos de las parroquias marcan sus frentes con ceniza en Semana Santa.

    La soberbia –presente y futura–, pertenece, pues, al mismo ámbito semántico de las categorías de la altanería, la petulancia, la jactancia y la sabiduría ad hominem, lo que dicho en términos menos pretensiosos caracteriza el menosprecio del otro a partir de la sobrevaloración de uno mismo. El viejo deporte del «nosotros» contra «ellos», si no recuerdo mal.

    Para la psicología actual la soberbia es, pues, un exceso de narcisismo cercano al brote psicótico que nos aleja del reconocimiento del otro como un igual; viéndolo siempre como una suerte de estúpido, equivocado, o ser inferior; perfectamente banal y despreciable, pues no merece la pena perder el tiempo con tales defectos irreversibles… su palabra carece de interés…

    La soberbia florece con la levadura de la fascinación por el poder que empieza en la fe de «ser más que otro» porque uno experimenta la convicción íntima de un privilegio que le diferencia del simple eslabón de la cadena que ata a los otros. Y esto es común tanto al cacique como al pillabichos (también llamado «trepa» en algunos círculos).

    A la soberbia desmedida Freud la denominó «neurosis narcisistas», pues califica este exceso del brote psicótico dentro del campo de la locura.

    En dosis menos acentuadas la soberbia cae mal en la sociedad (frecuente causa de abstención electoral), porque quien es objeto de una actitud soberbia se siente inmediatamente objeto de desprecio, denigrado y cosificado porque el soberbio no solo se siente como Dios, sino que actúa como tal (sea cacique o pillabichos), exhibiendo su magnánima potestad; su tabla axiológica de poder cuantificable en los códigos vigentes del orden social (la potestad ad hominem en código schmittiano).

    No obstante, el éxito de la soberbia puede que esté siempre condicionado por el insignificante problema de que esos códigos están ya muy degradados en el siglo XXI, y la soberbia sin mérito si que puede percibirse por una sociedad formada como un pecado mortal de necesidad tanto en la vida parroquial –ante Dios y el catecismo–, como en la terrenal; ante el diablo y la ciencia, donde el mito del saber absoluto –o relativo–, hay que acreditarlo constantemente…

    En el Siglo IV era el propio San Agustín quien decía que «fue la soberbia la que convirtió a los ángeles en demonios». Pero hoy ni ángeles, ni demonios, se salvan ya del ridículo más estrepitoso alegando falta de interés por mucha soberbia que pongan en sus actuaciones. La virtud también hay que acreditarla en todo momento.

    Desgraciadamente en un funcionario público el brote de soberbia volatiliza toda institución democrática en una peligrosa manifestación de arbitrariedad que dinamita los fundamentos mismos del Estado de Derecho. Me refiero al denominado «autoritarismo» como fuente de conductas arbitrarias y procedimientos antidemocráticos.

    Son muchos los autores que afirman el hecho de que el autoritarismo se nutre de la soberbia tanto como el fascismo se nutre de la dinámica autoritaria, toda vez que ambos dos presuponen –aunque con distintas intensidades discrecionales–, la abolición pura y simple de lo que en términos constitucionales se llama el imperio de la Ley.

    El autoritarismo tiende, pues, desde esta perspectiva a dinamitar el principio de legitimidad constitucional consagrado, entre otros, en el art. 117.1 CE desvirtuando el principio de legalidad a favor de las soluciones de conveniencia ad hominem en términos ultra–subjetivos, arbitrarios e irracionales empoderando la voluntad del funcionario por encima de la Ley transformándola en voluntad del aparato coercitivo del Estado.

    Soberbia, impostura, ignorancia y desinterés son los cuatro ingredientes básicos de los fracasos más estrepitosos en la historia de occidente. Los mismos que encontramos en la celebración de la matanza de los Santos Inocentes.

    En este sentido la humildad socrática siempre se ha perfilado como el mejor antídoto frente a la irracionalidad del altanero que abusa de su poder. Y siempre es la mejor fuente de sabiduría, también reconocida por los cristianos creyentes.

    A veces hay que hacer un gran esfuerzo y abrir el interés petulante en busca de comprensión y consenso.

    ¡¡¡Eppur si muove!!!

    En vísperas de los inocentes…

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