Una novela abrumada por su reseña.

[Es tan, tan bueno este texto escrito por Antonio Parra Ruiz -lo digo con sinceridad: pienso que es mejor que la novela de la que trata- que no puedo admitir que quede perdida y olvidada en el disco duro de mi ordenador. Antonio Parra presentó en el Ateneo de Madrid mi novela "Cuando siempre era verano", y me regaló estas palabras que necesito compartir, porque cuando las releo vuelvo a comprender que escribir tiene sentido como empeño eterno de fusión entre la carne y el verbo, y que leer no es sino completar lo que el escritor había dejado a medias, preparado para que cada uno lo ultimase. Les dejo con Antonio Parra Ruiz, hijo de Antonio Parra Cabrera, amigo y abogado de Madrid, hombre de pensamiento y letras y de corazón abierto] 
 
 
Cuandossiempreeraverano
 
Cuando siempre era verano es una novela apasionada y apasionante. Escrita con un lenguaje vivo, que hace cómplice al lector. Está asentada en un oxímoron[1] …. “Cuando siempre era Verano”, y toda ella es una contradicción que marca al protagonista entre un antes y un ahora que confluyen de forma cósmica[2] en un presente que no termina.
Hay dos determinantes en la novela: tiempo y espacio. En realidad en todas las novelas encontramos un “tiempo” y un “espacio”, pero en este caso se anudan, se entrelazan de forma mágica y nos demuestran que la Teoría de la Relatividad de Einstein fue intuición antes que axioma. Para Einstein el espacio-tiempo es una realidad explicable de forma conjunta, es como si fueran dos aspectos de una misma realidad que no se pueden separar. El espacio-tiempo en la física actual se curva, y se puede curvar tanto que se pliegue sobre sí mismo. Miguel demuestra que nuestro tiempo y nuestro espacio son relativos y que somos protagonistas de encuentros posibles con los que nos precedieron, que dependen de nuestra capacidad de recordar, y de recordar con agradecimiento, o lo que Miguel llama “dejarnos alcanzar por ellos”.
Cuando siempre era Verano no es una novela de evocación, nostálgica, de tiempo perdido … es una novela de tiempo ganado, es en realidad una novela que podríamos hasta etiquetar de auto ayuda – aunque diré que esos libros de auto ayuda mucho no me convencen- , pero es una novela de auto-ayuda porque nos invita a encontrarnos encontrando a los otros, a los que son en gran medida culpables de lo que nos emociona y de lo que nos entristece, de lo que nos alegra y nos apena, de gestos, de expresiones, de dichos, de canciones, de gustos,[3] .. de una herencia que nos resistimos a aceptar, y que casi siempre aceptamos a beneficio de inventario, sin darnos cuenta de que cuanto más tarde la aceptemos pura y simplemente, más tarde nos reconciliará con nosotros mismos.
Nos podemos remontar a una intuición de tiempo mucho más antigua. La de San Agustín que explica el tiempo como algo creado por Dios sobre la eternidad. Con un ejemplo muy torpe, es como el óleo pintado sobre el lienzo, suponiendo que el lienzo no tiene límites. La pintura que está sobre el lienzo tiene límites, tras esos límites está la eternidad, y además la pintura tiene pequeños agujeros, y por esos agujeros también podemos entrever la eternidad. Por eso Agustín habla de tiempo presente-pasado, de tiempo presente y de tiempo presente-futuro, y añade que “no hay tiempo que sea del todo presente a la vez”. Pasquau nos descubre que además de viajar en el tiempo, podemos ser testigos de la eternidad. El Capítulo XII, central en la novela, describe “la eternidad a mediodía”[4]. Otro oxímoron. ¿Quién no ha experimentado en algún momento y de forma paradójica, la eternidad?.  No me estoy refiriendo, claro está, al tiempo que transcurre entre el rojo y el verde en un semáforo cuando tenemos prisa, ni al tiempo que transcurre hasta que el maldito ordenador recién encendido hace todas las operaciones para dejarnos hacer cosas en él … Me estoy refiriendo a esos agujeros negros de nuestra vida – y los llamo así no porque necesariamente sean aciagos, sino por analogía con la física- que son momentos en los que nos hemos comunicado con un espacio sin tiempo, en los que no hemos sentido pasar el tiempo o en los que hemos sentido que el tiempo había quedado suspendido.
Cuando leáis el capítulo XII, la eternidad a mediodía, lo entenderéis y a buen seguro que vais a identificar ese momento con otros vividos por cada uno de vosotros.
Y hablemos del espacio, de la geografía, de la topografía de “Cuando siempre era Verano”. Miguel crea una geografía limitada que se ensancha a lo largo de la novela[5]. Hay una geografía de la infancia, que se describe minuciosamente, que recrea una realidad de la que nos hace partícipes: Pinos de Duero, que limita con el río, y “pocos kilómetros aguas debajo de la confluencia con el Pisuerga” (pag. 47),  con unos límites precisos que lo hacen un lugar cerrado,  y en el centro, la casa de Tía María Jacinta.
Es la geografía del Paraíso, cerrado, con los ríos como frontera, con la felicidad como estado permanente.  Decía Rilke que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. De nuevo tiempo y espacio que confluyen. Tan es verdad, que Miguel hizo una prueba con su hija María, María Pasquau Lope, y la prueba dio resultado. No desvelaré el contenido de la prueba. Tenéis que leer el libro y la descubriréis, pero desde aquí mi gratitud a María que ha contribuido a convencerme de ese postulado.
Por eso en la novela de Miguel, el protagonista, Juan es un peregrino en busca del Paraíso. Todos lo somos: caminantes en busca del paraíso que perdimos el día que decidimos cambiar la inocencia por la maldición del conocimiento. Está en el libro de Génesis. El hombre vivía en el paraíso. Fue el primer desahucio de la historia de la humanidad, y la causa del desahucio no fue la desobediencia (comer el fruto del árbol prohibido fue una simple infracción de un reglamento, una falta, que ni siquiera el nuevo Código Penal castiga). El delito, la culpa, fue la de tener vergüenza frente a Dios, la de querer emanciparse del creador, la de querer salir a dar una vuelta por el mundo …. A nuestros primeros padres no los echaron, se fueron.[6]
Y el que sale del paraíso ya no encuentra la puerta de entrada, sino cuando su vida está cumplida y gastada. Peores castigos que Dios nos imponemos nosotros mismos.
Pero las lecciones de geografía de Miguel no terminan con Pinos de Duero. Hay una lección de geografía femenina –femenina porque es Juan el protagonista el que la explora-  que salpican las páginas del libro con una sensualidad contenida que te mantiene en suspenso. ¡ Se fija en la protagonista femenina en la página 11 del libro (se refiere a ella como “país”, como “continente”, es una terra ignota que quiere descubrir) y sólo la toca y besa en la página 221 !. Fijaos si es contenida, pero lo es porque el protagonista se contiene y se contiene a pesar de que el propio autor –Miguel- le empuja a que avance. Para el avance utiliza la metáfora del tren, y ese tren os aseguro que echa humo …..
Los personajes que transitan la novela son de carne y hueso. Si un día el verbo se hizo carne por obra del Creador, el escritor, en este caso Miguel, lucha contra el Angel del Señor, para hacer de la carne, verbo. Miguel Pasquau hace verbo con esa carne, y resucita en sus páginas a personajes entrañables, descritos psicológicamente con una precisión poética que los hace nuestros. Sin olvidar a los animales: por ejemplo al Gallo Stalin (capítulo II) o a la perra Tula que “no llegó a morirse nunca del todo” (pag. 149). Me recuerda a la lucha de Jacob contra el Angel en Penuel, también en el libro del Génesis. Es la lucha con las palabras, que cuando va en serio, como en el caso de Miguel, te llevan hasta el amanecer y te dejan maltrecho.
De los personajes poco más debo decir, su retrato es tan fresco que podemos reconocerlos, que terminamos con la convicción de su existencia. Transitan entre la guerra civil y el golpe del 23 F, es la generación de nuestros abuelos, de nuestros padres y la nuestra. El autor pide que en lugar de perder el tiempo en juzgarlos, ganemos el tiempo en intentar comprenderlos.
Tengo que hacer una referencia al lenguaje. Es una novela de pretérito imperfecto (un pasado que llega hasta hoy, de acciones sucedidas pero inacabadas). En sus páginas hay mucho de “realismo mágico”. El realismo mágico está basado en la afirmación de que la “realidad supera a la ficción” y por eso la supuesta contradicción entre los términos. Ese Coronel Quintana evoca a otro Coronel que no tiene quien le escriba. Ese amor entre dos esposos ancianos que lo han sublimado hasta hacerse un solo cuerpo evoca a un amor en tiempos de cólera. Pero hay mucho más. Hay diálogos que nos traen a Sánchez Ferlosio a la memoria en el Jarama[7], y hay una descripción de Madrid o de Granada, que pierden la puntuación y se teje con frases subordinadas que no terminan nunca y le producen al lector el desasosiego de la velocidad de la que nos habla Italo Calvino en sus “Seis Propuestas para el próximo Milenio”, que son a su vez de corte “cortaziano” (perdón por la palabreja). Hay unas cartas de Genara que son dos joyas literarias.
Miguel escribe con soltura y con maestría. Se adivina su formación literaria y escuchamos ecos de García Márquez, y de Borges, y de Antonio Tabucchi[8] [9] y por supuesto de su padre, de Juan Pasquau.
El libro está repleto de metáforas sencillas pero luminosas, como el tren, el eclipse, las estrellas, los almanaques, los relojes, etc, etc. y de mucha poesía:
·        “La enfermedad de Tía María Jacinta abrió las compuertas por la que se escapó sin estrépito, poco a poco, la vida de esa casa” pag 189.
·        “ ..y se durmió con una amargura pegajosa que no le abandonó en toda la noche y le duró varios años, los últimos de su vida” pag 232.
·        “Todo parecía sugerirme la conveniencia de dejarme llevar por un sentimiento que parecía hecho de la materia de la maravilla y del deseo”. Pag. 275
·        “seguros los dos de que hasta sus adioses son una manera de encontrarse, como quien comprende que tiene toda la vida para conocer la tierra prometida a la que acaba de llegar “ pag 317[10]
Miguel es un maestro con los monólogos interiores –tan difíciles – y buena muestra de ellos es el Monólogo Interior de Anselmo Quintana que encontramos en la página 105, cuando su hijo decide hacerse jesuita, o la descripción de Granada vista por Anselmo, ya anciano, tras muchos años sin volver a su ciudad, que encontramos en la pág. 264.
Hay humor, tierno, y chispeante. Por ejemplo cuando explica lo que son las “Las unidades de seducción” según Pereira, compañero de trabajo de Irene (pág. 238).
Y hay reflexiones filosóficas y teológicas de gran hondura, que alcanzan al lector, y juegan con la perplejidad de las paradojas, como por ejemplo la reflexión sobre lo que es o debe ser “morirse en paz” (pag. 268), o la más brillante y quizás la que explique la tesis que subyace en la novela: “El principal sentido de una vida es gastarla entera, sin reservas ni ahorros por si acaso, en un empeño rotundo” (pag. 317). Por eso dije antes, de forma un tanto banal, que es una novela de auto-ayuda. No somos los mismos después de leerla.
Ahora bien lo que me ha encandilado de este libro es el estilo literario de Miguel Pasquau, que escribe con una mano en el teclado de su ordenador y en la otra, con  la “Navaja de  Ockham”[11], es decir con aquel Principio que enunció este eminente escolástico según el cual "en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta". Miguel explica lo más complejo, la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad, la felicidad y la amargura, la ficción y la realidad, de forma sencilla.

Ya termino: Os aseguro que “el asesino NO es el mayordormo”, así que para conocer el final tenéis que comprar el libro y leerlo. Y un último consejo, se acerca San Lorenzo (10 de agosto), elegid un lugar sin contaminación lumínica, mirad al cielo y cuando veáis las estrellas fugaces, pedid un deseo, yo pediré que Miguel escriba y publique la siguiente novela.

Antonio Parra Ruiz

 

 

[1] El oxímoron (del griego ὀξύμωρον, oxymoron, en latín contradictio in terminis), dentro de las figuras literarias en retórica, es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es opuesto, ‘absurdo’ (por ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector o al interlocutor a comprender el sentido metafórico (en este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante su transcurso, hace perder la noción del tiempo).
[2] La noche de San Lorenzo es decisiva. Es un leit motiv de MP. Es el 10 de agosto. El 11 de agosto de 1999 tuvo lugar un eclipse solar que sería el último del siglo XX y del segundo milenio, ya que en el año 2000 sólo hubo eclipses solares parciales. A pesar de que fue un eclipse total medio, su paso por regiones muy densamente pobladas ha hecho que sea considerado todavía hoy como el eclipse total de Sol visto por el mayor número de personas.
[3] Por ejemplo la “noche de San Lorenzo”.
[4]Andrés Sopeña (es el autor de "El florido pensil", uno de los libros más vendidos en España por el rotundo éxito que consigue con cada lector) es una especie de hermano mayor para unos cuantos amigos escritores de Granada. Merece la pena escribir una novela para que Andrés la lea, te la comente y te la presente. Yo sabía que Andrés iba a ser ameno y que iba a arrancar no pocas carcajadas, porque es un maestro de la empatía. Pero cuando vi cómo abría el libro por la página 145 y comenzaba a leer el capítulo "La eternidad a mediodía", que es justamente el centro de gravedad de la novela, cuando le oí decir que mientras leía esas páginas "lector y lectura se fusionan mágicamente" y que ya era él quien transitaba por aquella plaza, a aquella hora, con aquel encargo, y cuando luego Andrés aludió a las novelas que son más que una novela, porque "hacen las veces de brisa que reanima o aviva cenizas todavía humeantes de aquel fuego original", supe que Andrés quiso deliberadamente decirme en privado, aunque delante de todos, que la novela merecía la pena.” Del blog de MP.
[5] Ubeda y Granada aparecen como otra de las constantes de MP. También Madrid, y con unas descripciones vibrantes, que son únicas.
[6] Es de observar que no piden perdón. Dicen que tenían miedo y ante la expulsión no dicen nada. Podrían haber dicho: “Buen Dios, perdónanos, deja que nos quedemos”, pero no, nada de eso.
[7] Pag 35: María Jacinta: “Es terrible, llegan y te matan a un hermano. Te lo matan para toda la vida. Y matan a quienes iban a ser sus hijos, y sus nietos, a toda su estirpe.”
[8] “Se está haciendo cada vez más tarde” La anástole, el cierre del círculo que permite volver a empezar De Tabucchi: Y sigo bajando por esa carretera, inexorablemente, cada vez que mi vida llega a ese punto. Como a cualquier otro punto que sigo atravesando, los precedentes y los sucesivos.  Hasta el día en que, sin decírtelo, te dije que todo había acabado. Y ahí hay un momento indistinto, no sé si breve o largo (pero eso no importa mucho), que los de la metempsicosis, en su código, llaman anástole, con lo cual todo vuelve a empezar porque el círculo se cierra y vuelve a abrirse de inmediato. Se trata, ahora lo sé, de un minúsculo hiato incolmable, porque en mi trayectoria falta el segmento de la pequeña iglesia donde me detuve aquel día con el coche, durante el periodo de mi anástole. Sabes, ése es un momento que ya no puede ser recorrido por quien ha escogido entrar en el círculo, porque es ese momento especial (ellos lo llaman «vacuo») en que no sabes exactamente quién eres, donde estás ni por qué. Es como cuando se detiene el movimiento de una ejecución musical y todos los instrumentos callan: es ese momento en el que, como sostienen ellos, llegas a un compromiso con la falta de sentido de la vida, y por lo tanto ¿de qué sirve repetirlo?, sería insensato.
      Las únicas variaciones que me son concedidas, en mi regreso al círculo, son los distintos momentos del regreso al círculo mismo: que puede ser el primer día de nuestra historia, el segundo, el último o una tarde cualquiera. Siempre es así, hasta el infinito. Es siempre idéntico. Por ejemplo, ahora estoy en la explanada de una casa campesina, me he detenido bajo un almendro, es una tarde de finales de agosto, tú te has asomado a la puerta porque has comprendido que he llegado, sales a mi encuentro con la calma de quien ha esperado un regreso más allá de lo soportable, y yo en efecto estoy de regreso, del pueblo cercano llega una música de trombas y acordeones que interpretan Cerezas rojas en primavera, ¿qué es eso?, te pregunto. Son las fiestas del pueblo, respondes, sabes, por San Lorenzo me pasé toda la noche mirando las estrellas fugaces y pedí como deseo que tú volvieras pronto, ¿quieres quedarte a cenar? Y yo me quedo a cenar, naturalmente, tú has hecho tomates rellenos y has añadido el tomillo que crece bajo el emparrado de casa, junto al dondiego de noche. Y para ti es normal, porque eso sucede solamente en ese momento, en ese preciso instante del tiempo en el que nuestros cuerpos atraviesan ese preciso espacio que era el prado de delante de la casa de campo donde nuestros oídos percibían la música de Cerezas rojas en primavera, y tú me dijiste: me pasé toda la noche de San Lorenzo mirando las estrellas fugaces, ¿quieres quedarte a cenar?
[9] Sostiene Pereyra.
[10] Hay algo de Rayuela de Cortázar.
[11] El principio de economía o principio de parsimonia (lex parsimoniae), es un principio metodológico y filosófico atribuido al fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico Guillermo de Ockham (1280-1349), según el cual: "en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta". Esto implica que, cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja.

2 Respuestas

  1. Como dicen por mi tierra, jo… Esto es otro libro casi tan bueno como el tuyo!

  2. Anónimo

    Me alegro de que lo hayas publicado. Es muy bueno. Conocía poco al autor y me dejó impresionada.

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