Tarjetas complacientes.

Es que es muy fácil dejarse querer. Te nombran consejero o directivo porque lo vales, y evidentemente ello tiene que comportar una retribución importante: el trabajo no es, quizás, demasiado arduo, pero la responsabilidad es mucha (¡imagínense que por decisiones equivocadas el banco cayera en la insolvencia y tuviera que ser rescatado con dinero público!). Un sueldo modesto en nómina,  y luego una, digamos, una "remuneración flexible", en función de la dedicación y las necesidades: en vez de pagar dietas, con lo enojoso y cutre que es pedir facturas, te dan una tarjeta que, además de apoyo financiero supone todo un gesto de confianza en ti: "estamos seguros de que sabrás utilizarla". Es verdad, en teoría, al ser remuneración, debería tributar a Hacienda si se emplea en gastos que no puedan propiamente considerarse dietas; pero ¡todos lo hacen! Cualquier empresario carga sus gastos corrientes con la tarjeta a los fondos de la sociedad que maneja (con frecuencia, unipersonal). Al fin y al cabo, ¡qué complicado sería distinguir qué parte del depósito de gasolina se va a emplear en asistir a las juntas, y cuál en ir al cine por las noches! ¿Cómo cargar en la tarjeta sólo el porcentaje de uso de la Tablet que no tenga nada que ver con la función de consejero o directivo? Y los viajes a Eurodisney o California, enfin... ¡También uno tiene derecho a descansar y relajarse con la familia! Así luego se rinde más. ¡No seamos tan germánicos!
 
Es fácil dejarse querer. Acuden en pelotón razones a favor de aceptar la tarjeta. Comienzas a usarla con cierto cuidado, como las primeras veces que se come en un self-service: un poco de prudencia, para no parecer un "aprovechado". Pero a las segundas de cambio, apenas aparece una pequeña dificultad económica en casa hacia el veintitantos de mes, cuando todavía falta una semana para cobrar el sueldo, sería heroico pedir un préstamo o tirar de la VISA propia con cargo al sueldo del mes próximo, en vez de hacer uso de esos pocos miles de euros que están ahí guardados en ese plástico que han puesto a tu disposición. Cualquiera haría lo mismo.
 
¿Comprometes, por ello, tu libertad de voto en las decisiones sensibles de la entidad? ¡Nada de eso! ¿Ustedes conocen a alguien que jamás haya confesado o reconocido que ha votado una cosa u otra en ningún momento de su vida por dinero? Seguro que no. Luego será verdad. No cabe que una mentira tan enorme no haya encontrado rendijas por las que escaparse. Todo el mundo vota en conciencia. Otra cosa es que se oiga a unos y a otros, pero al final, claro está, se vota lo que dicta la conciencia.
 
Lo que pasa es que en España la gente es cateta y envidiosa, y se escandaliza por lo que en todas partes es normal. Sí, ok, está bien, la gente lo está pasando mal, el banco ha desahuciado familias que no han podido pagar la mensualidad de hipoteca, pero... ¿tienes tú, acaso, culpa de eso?
 
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Es posible que todo ese argumentario complaciente se haya asumido como correcto. Pero hay tres directivos y un consejero que también recibieron la tarjeta y no hicieron absolutamente ningún cargo. Se llaman Félix Manuel Sánchez Acal, Francisco Verdú, Íñigo María Aldaz y Esteban Tejera. No sabemos por qué tomaron esa decisión, pero sí sabemos que hoy no tienen que dar explicaciones. Son cuatro, los suficientes como para que todos los demás se sientan obligados a darlas.

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