Naturalidad

Parece como si España estuviese en fase de afilamiento de cuchillos y puñales. Por cierto, pocas espadas, porque se prevén más apuñalamientos por la espalda, a traición o mediante emboscadas, que duelos frente a frente. El caso es que junto a unos seguramente retóricos y rutinarios programas,  las salas de máquinas están más bien dedicadas a lo de las tácticas y las estrategias. Tendremos que asumir que ese es el contenido habitual de los tiempos preelectorales.
 
Mientras tanto, los ciudadanos van recibiendo mensajes, van conversando entre ellos y poco a poco van perfilando sus filias, aunque sobre todo sus fobias. Algunos están enardecidos, otros están convencidos, muchos, supongo, se definirían como "indecisos" y están pensando a ratos. Porque finalmente nos van a preguntar, y tendremos la ocasión de contestar sobre quiénes queremos que ocupen los escaños y las concejalías: la respuesta no va a caer del cielo, ni de Bruselas, ni de las redacciones de los periódicos, ni tampoco del Fondo Monetario Internacional. El jurado está compuesto por millones de ciudadanos que van a tener que decidir con una información dispersa, desordenada, deficiente, seguramente llena de trampas y de sofismas. También parece que hemos de asumir este enorme déficit de "deliberación" en los procesos de sufragio universal, y que la democracia no es un método para el hallazgo de la verdad, sino simplemente un imperfecto pero imprescindible procedimiento para la atribución de los puestos de responsabilidad política cuya fuerza es que todos los demás procedimientos son peores.
 
Así que lo que nos queda es poner en todo este embrollo el máximo grado de responsabilidad de que cada uno sea capaz. Porque la culpa del deterioro de nuestras democracias no es (sólo) de los agentes políticos, o de los poderes reales sin legitimidad política, sino también de los ciudadanos. Cuanto menos o peor informados estemos, cuanto más nos convirtamos en teleespectadores o antenas de repetición de mensajes burdos, cuanta menos sospecha pongamos frente a nuestros propios prejuicios y más nos abandonemos a la visceralidad, la democracia será menos resistente. Lo sabemos, aunque no haya medio de medir el grado de resistencia.
 
Así que leamos, pensemos, hablemos. Y hagámoslo, sobre todo, con naturalidad. Lo que está en juego es importante, pero no más que otras tantas decisiones que a menudo tomamos: crear una empresa, dictar una sentencia, orientar el programa de una asignatura, proponer un tratamiento clínico, buscar otro hijo o plantarse, elegir un colegio u otro, etc.  Vivamos, pues, entre nosotros, sin dramatismo lo que nos viene. Que no se nos caiga el mundo porque el hermano o el amigo defienda al Gobierno o cargue contra él, porque haya sido seducido por Podemos o porque le tenga miedo, porque compre "La Razón" o se haya pasado a "eldiario.es".
 
Los políticos van a gritar, van a sobreactuar. Utilizarán el miedo, la esperanza, la confianza, la novedad, y seguramente, pretenderán explotar al máximo nuestra capacidad de indignación y nuestra necesidad de reafirmarnos. Pocos se separarán del guión marcado por asesores que obviamente tienen más de publicistas que de filósofos. Pero no es necesario seguirles en ese juego. Ojalá vayamos comprendiendo que votar esto o aquello, ser conservador o socialista, liberal o radical, centrífugo o centrípeto, monárquico o republicano, partidario de la multiculturalidad o añorante de identidades más definidas, son poco más que anécdotas. Son adjetivos, y no sustantivos, muchas veces fruto de coyunturas y por tanto perfectamente transitables y cambiantes.  ¿No es verdad que cada uno de nosotros queremos, admiramos y apreciamos a personas que parecen en las antípodas de nuestro pensamiento? ¿No les pasa a ustedes que entre sus amigos más cercanos encuentran ejemplares de todo el espectro político de este país? Si realmente estamos convencidos de que el pluralismo y la libertad de expresión son los signos de una sociedad madura, toménoslo en serio: no pasa nada porque no nos den la razón, no conduce a nada andar a la caza de una contradicción o una incoherencia, y no es tan grave que al final gane el partido que no nos gusta.
 
No nos contagiemos de la épica ni del dramatismo que van a intentar derramar sobre nuestras cabezas. Vivamos este tiempo de soberanía popular con las dosis necesarias de escepticismo, responsabilidad, sentido del humor y, sobre todo, naturalidad.
 
 

Deja tu comentario

Los comentarios dan vida al texto y lo pone en movimiento.