“Malismo”.

La palabra buenismo ha sido el desfiladero a través del cual la nueva derecha (la derecha neoliberal de corte estadounidense que hace apostasía del conservadurismo) ha logrado liberarse de los "complejos morales" de la democracia cristiana. Gracias a esa etiqueta lanzada despectivamente a quienes proponen objeciones morales a razones de Estado, a políticas económicas insolidarias o darwinistas, al exacerbamiento de la seguridad frente a la libertad y los derechos, o a las ofensivas bélicas como instrumento de una política exterior de dominación (y de una política interior de legitimación), los líderes de opinión de esa nueva derecha han conseguido neutralizar el malestar que tales decisiones producen en una buena parte de la ciudadanía educada en valores tradicionales como la solidaridad y la fraternidad, la contención en la lucha contra la delincuencia y en el uso de la fuerza, la acogida al diferente, la protección de los más débiles y el respeto a las minorías.

Para ello fue fundamental escoger bien los ejemplos más "didácticos". No era difícil, porque la idiotez y la bobaliconería están bien repartidas. Fácil era encontrar declaraciones simplonas y excesos retóricos que permitían argumentar también de manera simple las falacias de proyectar sin matices la moral privada a las situaciones de conflicto. Bastaba con decir que lo de la acogida al inmigrante estaba bien "mientras no se vinieran a vivir al lado de tu casa", que lo de "poner la otra mejilla" era fácil mientras la mejilla fuese ajena, que las subvenciones eran "sopa boba" que fomenta la holgazanería,  que con tanto garantismo y tiquismiquis moral los delincuentes "entraban por una puerta de la comisaría y salían por otra" y que cuando uno viene decidido a matarte no sirve "dialogar", sino esconderse y defenderse con lo que se tenga a mano. Fácil, ¿verdad?

Cierto es que los discursos infantiloides de paz y armonía, de buen rollo y talante pueden provocar en ciertos contextos consecuencias contrarias a las pretendidas, y que lo "políticamente correcto" suele circular por protocolos de pensamiento débil y catecismos de buena voluntad que pueden impedir tomarse los conflictos en serio. Sí, eso es verdad. El problema es que con el discurso "antibuenista" (al que podríamos llamar, con una pura lógica simétrica, "malismo"), se confunden deliberadamente las hojas con los rábanos y se blinda cínicamente una manera de concebir la política en la que, a la postre, sólo importa la eficacia y la eficiencia, aniquilando cualquier dimensión que tenga que ver con la ética social, y pivotando sobre una nueva santísima trinidad integrada por las divinidades de la nación ("nosotros"), la propiedad ("lo mío")  y la seguridad (el miedo a los riesgos). Lo demás queda bien para que los profes se lo expliquen a los niños y para los programas de Radio 3.

Así, toda la tradición antibelicista se convierte en apaciguamiento. Las garantías se perciben como "liársela en papel de fumar". Cualquier intento de ponerse en el otro lado para comprender mejor las cosas será "equidistancia". Defender políticas sociales contra la exclusión será empeñarse en "fórmulas fracasadas que sólo traen miseria para todos". Defender, en situaciones de conflicto (no en murales de colegio infantil) cualquier derecho que no sea la propiedad o la seguridad será tildado o bien (en el mejor de los casos) de ingenuidad, o bien de "tibieza" y pusilanimidad. Y, en general, cada vez que formulemos sospechas contra los discursos "fuertes y sin complejos", tendremos que preguntarnos si no somos unos acomplejados, cuando no quintacolumnistas del enemigo.

Respeto profundamente a quien me argumenta que las cosas son más complicadas de lo que parecen y a quien argumenta que las políticas deben ser evaluadas en función de las consecuencias que producen y no sólo en función de las intenciones con que se trazan. Pero con una condición: que no esté tratando de hacer trampas con la ideología para defender sus intereses. A quien no soporto es a quien no se atreve a decir que no comparte determinado objetivo, e intenta engañarme hablando de la idoneidad de los caminos para alcanzarlo. ¿No han tenido la experiencia de estar oyendo a un charlatán defendiendo que la mejor manera de preservar la paz es hacer la guerra, que la mejor manera de luchar contra la pobreza es eliminar las políticas de protección y los impuestos, que la mejor manera de proteger a los trabajadores es suprimir los sindicatos y dar libertad al patrón para contratar según sus necesidades, o que se hace un "flaco favor" al inmigrante dejándolo pasar, porque lo que hay que hacer es mejorar las condiciones de vida de su lugar de origen,  y estar pensando que en realidad a ese tipo le importa un pimiento la paz, la pobreza, el bienestar de los trabajadores y la suerte de los emigrados?

Probablemente la manera de enfrentarse al "malismo" no es enfatizar los principios, porque nos dirán que es muy cómodo situarse en el lado bueno y predicar valores desde la barrera. En sociedades como la nuestra en que un bienestar social incipiente da la impresión de estar derrumbándose, la reacción general de quienes se hallan cerca de la línea de corte de la pobreza tiende a ser defensiva e insolidaria, y esto hay que comprenderlo. La gente está en lucha por sí misma, y en ese terreno de juego la regla más innata es el "sálvese quien pueda". El papa Francisco, en su encíclica "Laudatio si" lo dijo con una lucidez abrumadora: es muy difícil que la simple tendencia filantrópica o altruista de quienes vivimos con comodidad sea capaz de cambiar la óptica con la que vemos las cosas y nos permita entender de verdad la prioridad de eliminar el sufrimiento, porque para los acomodados el sufrimiento es algo abstracto, una idea, algo que le sucede a los demás. Por eso la mejor estrategia para enfrentarse al "malismo" es hacer visible el sufrimiento concreto. Eso ahorra muchas lecciones morales, porque, después de la desesperación de quien sufre, nada hay con más fuerza transformadora que la compasión.

Los límites morales a la acción política son un patrimonio en constante peligro. Los avances nunca son definitivos, ni siquiera aunque estén constitucionalizados. Requieren un esfuerzo intelectual y pedagógico exigente. Ahora que se defiende "sin complejos" la cadena perpetua, la guerra por aplastamiento del enemigo y el fundamentalismo cultural (que es lo contrario de la multiculturalidad), hay que oponer, sin complejos de "buenismo", todo aquello que creemos mejor. Al "malismo" no se le combate con lemas ni con lecciones morales, sino con ideas fuertes.

4 Respuestas

  1. Abogo por el buenismo, en la vida pública y en la privada. Ello no implica candidez e inocencia. Implica una manera de ver las cosas, creo. Desde la sensatez y la reflexión. No hay nada más irritante que los malos modos que vemos a diario en tertulias de todo tipo, que si corazón, que si fútbol, que si política, que si en la barra del bar….todo el mundo tiene la solución a los problemas, y como dices, si se ahogan niños sirios en el mediterráneo que quién les manda salir de su casa, donde estarían tan bien, que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que si te gastas el dinero del paro en ponerte tetas o comprarte una consola, que poner al padre de Marta del Castillo de ministro de justicia sería lo mejor porque él es un visionario que tiene toda la razón del mundo al plantear que hay una confabulación para que no se encuentre el cadáver de su hija y que no puede permitirse que su asesino se ría de la justicia….A mi todas estas cosas me dan pavor, debe ser eso, que soy una buenrollista. Y no se. Yo confío en la justicia, quiero justicia en mi mundo, entiendo que un niño que muere ahogado no es por un capricho paterno, es por la necesidad que se plantea una familia de intentar buscar un futuro mejor para sus hijos, huyendo del hambre, la guerra y la pobreza. No pienso que los inmigrantes sean los que traigan la delincuencia. Rectifico al que, amparado por la valentía de verse dentro de un grupo mayoritario de opinión -malrollista- dice que los chinos no pagan impuestos en España y que las autoridades no hacen/hacemos nada al respecto….y realmente resulta agotador, es una lucha contra molinos de viento.
    Pero no quiero cambiar.

    • Sí, entiendo esa sensación de agotamiento… Pero en vez de colocarte a ti en un bando ("buenismo"), coloca tú a los que te vean así en el bando (del malismo). Se trata de conseguir que la etiqueta se vuelva contra ellos.

  2. Anónimo

    Como siempre, estupendo antidoto contra venenos maniqueos. Pepa

  3. Te reenvio a mi blog en una entrada problemática (una crítica a la justificación etica del Trabajo Social) en donde hago un reenvío a tu comentario que, desde la perspectiva del reconocimiento de la realidad plantea cuestiones. No estoy totalmente contento con mi comentario, falta un enlace – creo que debo buscarlo en la lógica deóntica o de los valores- entre la construcción mental de nuestras ideas y el comportamiento que se justifica en las mismas.
    http://quinoriv.blogspot.com.es/2015/12/iii-una-critica-la-justificacion-etica.html

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