... Y el caso es que a mà no me gustan los chistosos. El caso es que con cierta frecuencia tuerzo el gesto cuando percibo que determinados chistes, ciertos chistosos y ciertos reidores de chistes (que también los hay) son complacientes con el fondo de una lógica que banaliza principios, valores o grupos de personas: las mujeres, los "maricones", los gitanos, los "moros". Es un matiz que puede percibirse bien: a veces cuentan un chiste de gitanos y tú sabes que quien lo cuenta no tiene nada contra los gitanos, simplemente quiere explotar el fondo humorÃstico de la caricatura, sin adherirse en absoluto a su sesgo racista, pero otras veces sabes o intuyes que está cabalgando sobre un estereotipo que en realidad asume como verdadero y no hace nada más que exacerbarlo. En casos asà sé que la mejor reacción es algo asà como decir: "prefiero que delante de mà no derrames esta mierda". No es fácil definir dónde está la lÃnea que distingue al humorista del chistoso.
En este paÃs vuelan decenas o centenares de chistes sobre los catalanes, que estiran su imagen de tacaños. No siempre expresan catalanofobia: la mayorÃa de las veces son chistes que se repiten porque, con ese motivo, incorporan una paradoja, un bucle, un punto humorÃstico que suscita la risa, una risa que sólo está provocada por el humor, sin más connotaciones. Si quien lo cuenta es un catalanófobo, el chiste me gusta menos. Pero si lo cuenta, por ejemplo, un catalán ¿qué reproche puede haber sobre el chiste? Lo mismo ocurre con los chistes sobre la torpeza de las mujeres: si lo cuenta alguien a quien tengo por machista, el chiste me desagrada, y aunque sea bueno, procuro evitar la risa; si, en cambio, lo cuenta una mujer, o alguien a quien conozco en cuya vida no hay rasgo alguno de machismo, me puedo entregar sin problema alguno al chiste, con la única condición de que esté bien contado. Si un homófobo cuenta un chiste sobre maricones, o un racista sobre negros, moros o gitanos, me atranco en la actitud del que lo cuenta. Si lo cuenta quien sé que no es imbécil, el chiste puede gustarme: bastará que sea bueno.
Vamos a los chistes de Zapata. El chiste del holocausto contado por un antisemita es criminal. El chiste sobre Irene Villa contado por un batasuno, es despreciable. Si Zapata tuviera algo de nazi, si tuviera en su ideologÃa alguna complacencia con el terrorismo etarra, me adherirÃa a la reprobación no sólo moral, sino también polÃtica. De gilipollas para arriba. Por eso lo primero que hice fue buscar en internet referencias de este tipo, del que no sabÃa nada, y encontré un perfil que me pareció nÃtidamente alejado de nazismo, antisemitismo o terrorismo. Y esa es la razón por la que me indignó que algunos se apresuraran a pontificar tachándolo de instigador del odio, etc.
Hay algo, sin embargo, que sà puede resultar criticable. Igual que es importante saber quién cuenta el chiste y con qué intención, también lo es saber a quién se le cuenta, porque el chiste corre y vuela, va de mano en mano, y se convierte en moneda de cambio. Y es cierto que un chiste contado en twitter se despega inmediatamente de su "contexto", se cosifica, y puede convertirse en pedrada. Es decir, es un chiste imprudente, porque se está contado a todo el mundo indiscriminadamente, y "también" a antisemitas y a terroristas y por tanto puede estar provocando una risa cruel, no sólo una risa humorÃstica. Más aún en la medida en que el chiste sea particularmente duro: puede hacer daño a personas que no tienen por qué soportar la gracia. Puede ser, claro que sÃ, el caso de los hijos de judÃos incinerados o de Irene Villa mutilada.
Somos esclavos de lo que decimos, y dueños de lo que callamos. Es cierto. El concejal Zapata lo ha comprobado: fue imprudente al dejar escritos "urbi et orbe" unos chistes que ha podido provocar risas despreciables en algunos y dolor en otros, porque el chiste no se quedó en el nicho en el que fue contado. Sobre esa imprudencia se ha montado una campaña desproporcionada, eso también es cierto. Dejémoslo asÃ: no me gustan los chistosos, ni los inquisidores de chistes.
Me da la impresión de que has terminado sintiendo la necesidad de dar explicaciones sobre tu opinión acerca de los chistes, los chistosos y la moralidad e inmoralidad del morbo. Y lo siento, porque entendà de tu primera entrada sobre Zapata que el asunto de fondo, el que te preocupaba y nos desvelabas, era la tiranÃa de los medios y la toma de decisiones, a veces con repercusiones y coste polÃtico, precipitada por la maledicencia periodÃstica y la manipulación informativa. Como bien dices, somos esclavos de lo que decimos, y en este caso, tu interesantÃsimo artÃculo ha quedado comentado en sus detalles porque alguno de tus lectores no ha querido ver el fondo.
Tampoco creo que como magistrado no puedas opinar de polÃtica; como persona libre puedes opinar sobre cualquier cosa, y siempre me ha parecido que como tal, y no como juez, firmas este blog. Personalmente tu formación y experiencia como magistrado suponen para mà una garantÃa, me aportan credibilidad, peso, en definitiva legitimidad, a tus opiniones y análisis. Asà que por mÃ… ¡que llenen!
Eres fina, Marián, y tienes razón. Pero, ¿sabes por qué he sentido esa "necesidad" de explicarme? Por algo que ayer me dijo un amigo que también estaba indignado con la "campaña" mediática. Dijo que, en realidad, más de una vez habÃa cortado a algún chistoso diciéndole que delante de él no contara esos chistes, porque no le hacÃan ninguna gracia. En esa actitud "asertiva" me sentà también reconocido, y por eso pensé que tiene sentido distinguir según la intención del chistoso y el público al que se dirige.
Gracias, gran Marián.