Lo de las puertas giratorias.

Lo de las "puertas giratorias" es poco más que una brillante expresión que sirve para denunciar un trasiego circular entre la gran empresa y las casas de la política, con flujos de influencia y retorno. Lo inquietante está en que algunos entren en ellas como "Perico por su casa", aunque en tiempos de cabreo importa también el sueldo que después recibe el expolítico prestando la influencia que ganó mientras tomaba decisiones públicas.
 
Tengo que decir que a mí no me importa que la puerta sea giratoria, levadiza o de doble hoja, como las que el vaquero empujaba a lo bruto en la cantina para pegar un tiro o pedir un vaso de whisqui. A mí me importa que sea visible y que haya portero. Y no tanto para ver quién sale y dónde va, sino para saber quién entra y cómo. Lo que me importa es eso: quién entra en política y a través de qué puertas. Cómo se busquen la vida después los que acaban su mandato puede dar para una charla o para un programa de televisión, pero no estaría yo por gastar lupas en seguir el rastro a quienes ya han dejado de representarme: vale más que sepan dónde ir, y no que, como el dinosaurio del minicuento, sigan ahí cuando nos despertemos en el día de la marmota.
 
La autonomía del poder político frente al poder financiero o empresarial no se consigue cerrando puertas, ni blindándolas con voluntariosas leyes de incompatibilidades o llaves de seguridad de las que luego cualquiera se saca una copia. Lo que no entra por la puerta lo hace por la ventana. La autonomía del poder civil se consigue con más democracia. Se consigue incrementando de forma efectiva el poder de decisión de los ciudadanos sin más mando que el voto a la hora de designar quién debe entrar en los puestos de dirección política. Esto debería llevar a algo muy serio sobre lo que en nuestro país hemos reflexionado sorprendentemente poco: los procesos de selección de la élite política.
 
A mí no me escandaliza que un lechero llegue a ser ministro de Interior, ni que un banquero llegue a ministro de Economía. O mejor dicho, no me parece que eso pueda controlarse. Allá cada Presidente al nombrar a su equipo. Para mí lo inquietante es la casi absoluta opacidad de los procesos de confección de las listas de candidatos electorales. Porque no lo ignoremos, en España la élite política no cae del cielo, ni se forja por lo general a base de biografías esmeradas, sino que brota del seno de los partidos políticos y asciende por el xilema del aparato como la sabia bruta, antes de la fotosíntesis. Es natural, porque no hay unas oposiciones a Alcalde o a diputado, sino elecciones en las que los partidos, como no puede ser de otro modo, tienen todo el protagonismo. Pero entonces lo que debe preocuparnos es si, dentro de los partidos, los mejores tienen más posibilidades que los peores de aspirar al cargo. Y la respuesta es todo un bofetón en la cara: "Es el aparato, estúpido".
 
Cada partido es libre de proponer a sus candidatos. No faltaría más. Pero nada impide que pongamos nuestras lupas ahí, en las decisiones de cada comité provincial (o como se llame), en quién es quién, de dónde viene, por qué unos y no otros. La sociedad es compleja y tendemos a las simplificaciones, y por eso nos fijamos casi exclusivamente en los cabeza de cartel, pero a mí me importa la letra pequeña de las candidaturas. Ojalá esos hábiles reporteros que ahora nos cuentan qué sueldo gana el exministro en un consejo de administración de una compañía eléctrica dedicaran parte de su esfuerzo a contarnos cómo ha logrado cada integrante de una lista electoral colocarse en puestos de salida. Y me gustaría ver gráficos en los que pudiera hacerse visible cómo la fidelidad (por supuesto inquebrantable) a un barón o a un jefecillo, la supervivencia de una facción dentro del aparato o los intercambios de favores resultan más decisivos que la capacidad de iniciativa, la conciencia crítica, o la valentía de enfrentarse a desviaciones y prácticas corruptas de los de casa.
 
Así que lo urgente no es cerrar puertas, sino abrirlas de verdad. Abrirlas con más democracia. Por lo pronto, haciendo que entren de uno en uno, bajo la mirada atenta del portero (que somos nosotros), y no en pelotón. Hay un modo simple de conseguirlo: las listas desbloqueadas y abiertas, que permitan al portero decir: "usted sí, usted no".

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