La culpa

Torció la esquina sin conciencia de que sería la última. Enfiló la calle Misericordia, la de nombre equivocado, la de tantos pecados y delitos aún no perdonados. Los semáforos se precipitaban en una cascada verde, como si cortejasen al mago de otro tiempo; o, quizás, para que el hombre arrepentido, el traidor de corbata y puños de camisa abandonase ya esa milla despechada por el mentiroso olvido. Pero la culpa seguía allí, apilada en los cubos de basura, desbordando espumas de rabia como alegatos contra la imposible absolución. Alguien había dictado en secreto el señalamiento final: allí mismo, a cualquier hora, en cualquier descuido. “Prohibido detenerse”, ordenó el último semáforo. “Prohibido mirar atrás”, habría debido aconsejar el alma. La imagen de la calle en el espejo retrovisor le escupió el último reproche. Eso fue un instante antes de la colisión, del airbag, de la muerte.

1 Respuesta

  1. Muy impactante.

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