La ciudad en su laberinto.

A veces el itinerario rutinario se torna, de pronto, en una ruta de exploración. Las calles son las mismas, los escaparates enseñan los mismos saldos gastados, los quiosqueros venden los mismos periódicos apilados en montones idénticos a los de ayer y antesdeayer y los fumadores apuran los mismos cigarrillos en el exterior de las cafeterías; pero algún click se acciona y de repente todo aparece con un aire de novedad con trampolines hacia otra dimensión. Esta mañana he sentido el movimiento de la ciudad y me ha maravillado su capacidad de soportar historias : una señora ha madrugado para ir al médico, dos encorbatados salen de la cafetería preocupados porque el balance no acaba de ajustarse, una excursión de colegiales se dirige hacia un monumento de la ciudad, un chico sale de una librería, el repartidor de donuts aparca en el reservado para carga y descarga, el Audi del alcalde espera en la esquina del Ayuntamiento, autobuses rojos numerados abren sus puertas para que seis o siete pasajeros entren y salgan, la ambulancia avanza con urgencia hacia el hospital (ojalá sea un parto), una ecuatoriana lleva "La Gaceta" bajo el brazo (debe ser para su amo), tres madres que han dejado a los niños entran en una cafetería para charlar antes de volver a casa a dejarla dispuesta para cuando llegue el mediodía, una pareja de noruegos entra en la comisaría para denunciar un atraco, una anciana entra en la iglesia. Es lo de siempre, pero lo de siempre es siempre prodigioso. Me maravilla que hayamos sido capaces de construir ciudadas en las que quepa tanta convivencia, tanto cruce de empeños, tantos afanes convergentes y divergentes, tantas historias yuxtapuestas que se sirven de la misma plaza, la misma calle, el mismo autobús. El agua se distribuye a todas las casas por conductos subterráneos organizados, las cadenas transmiten en cadena a través de ondas también organizadas, los pimientos de Almerían llegan a cada uno de los supermercados para después acabar en el frigorífico de todas las familias. Me gustan las ciudades europeas con plazas, farmacias, comercios, pasos de cebra, carriles de bici, churrerías y quioscos,  dispuestas como un laberinto flexible y abierto para que cada uno de nosotros hagamos de ella el uso que nos apetezca. Hoy he apreciado la libertad de ser ciudadano en una ciudad abierta compatible con todas las ciudades interiores imaginables. No estamos tan mal. Junio ha caído como una bendición sobre nosotros.

2 Respuestas

  1. Tú lo has dicho, no estamos tan mal, pero siempre podemos quejarnos por algo, y solemos hacerlo porque nos hemos acostumbrado a no apreciar lo que tenemos.
    Sólo tenemos que pensar en Irán, o Irak… en tantos pueblos a lo largo y ancho de la tierra donde todo podría estar igual. Y no lo está. Desgraciadamente.

    Voto porque todos los pueblos de la tierra sean como el que nos acabas de describir, con su cotidianidad bendita de cada día.

    Hermoso texto.

  2. Parece que te has levantado hoy con muy buen pie. Seguro que son las cerezas.

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