Iris, sesenta y pocos años, casi recién prejubilada, con mucho ímpetu, algunos lumbagos y muchos proyectos vitales. Otra que siempre estuvo allí en los últimos veranos, desde antes que mis hijos aparecieron en el escenario. Había que componer calendarios para que Iris y Guacho no faltasen en los campeonatos de "petanca libre" de agosto, una celebración familiar entre olivos, perros, gatos, silletas de bebé y albercas que incluía torneo, trofeos, bromas, comilonas y un teatro cuyo guión y atrezzo han sido siempre cosa de Guacho. Allí estaba ella, alternando entre el primer y el segundo plano según tocase, tan presente como discreta, atenta a los detalles, introduciendo risas y sentido común. Y cómo hablaba, eso sí. Hasta el umbral del desvanecimiento a veces, porque no era mujer de medias palabras, sino de palabra entera, con energía para agotar hasta el último detalle del tema de conversación y con esa voz de fumadora que se mezclaba con unos ojos enormes y absolutamente vivos, como si cada día fueran ojos recién estrenados. Transmitía una sensación de mujer libre. Esa sensación empezaba a primera hora del día, cuando se levantaba para andar: a la hora de nuestro desayuno con legañas, ella ya estaba de vuelta, con buena parte de la jornada consumida. Libre, sí, porque era fuerte para saber lo que quería y no se pasó la vida chocando con lo que no podía.
 
Iris, quién iba a decirlo. Una muela infectada, una complicación no detectada, y de pronto síntomas de alarma sin diagnóstico claro. De pronto, sabemos que hay algo serio, con nombre de enfermedad rara, y a los pocos días su cerebro está devastado y sólo queda un cuerpo con órganos vivos dispuestos a ser donados, y un entierro de lo restante. Otro vacío, otro agujero que entre todos hay que rellenar juntándonos un poco más para que se note menos el frío, la ausencia, la perplejidad frente a ese río de dos orillas del que sólo conocemos el lado de acá, y que uno a uno van cruzando sin turnos, sin hasta luegos, sin orden ni concierto.

3 Respuestas

  1. Un beso fuerte Miguel

  2. Anónimo

    Sin acudir a vuestra fiesta es fácil verla desde aquí organizando, disponiendo, y enjalbegando de alegría y vitalidad toda la casa, si no es que llegaba extramuros. Llevas razón, Miguel, así era. Así era y así quiero recordarla, incluso con ese geniazo que en alguna ocasión nos hizo fruncir el ceño aunque ese visaje nos durase menos que un decir nada.
    Ahora, al Guacho le queda la Plaza del Señor Marqués más ancha y su vida más estrecha. Ahora, el Guacho es más Guacho aunque seguimos queriéndolo igual. Ahora, Iris, te recordamos, que pudiendo recordar podemos continuar queriendo.
    Pepe García.

  3. Anónimo

    Imposible describirla mejor en tampoco espacio, todo lo cierto que era, y hacerlo con tanto cariño.
    Todos la que la conocimos, vecinos un tiempo, amigos siempre aunque no nos viéramos muy menudo. Recordando esas partidas interminables, pero siempre amenas, de continental. Y su buen humor. LA VAMOS HA ECHAR DE MENOS.
    Un abrazó para toda su familia.

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