Pandemia

Lo que sí se ha extendido ya de forma logarítmica son las conversaciones sobre el coronavirus. ¿Hemos hablado hoy de otra cosa? Eso significa que la epidemia ya no es una noticia, sino una vivencia. Da igual dónde estén los virus, la epidemia ya está en los cafés (aún abiertos), en los saludos en la calle, en el "hasta mañana" en el trabajo. Casi todos sabemos que no es demasiado importante contagiarse, pero sí es importante que no nos contagiemos al mismo tiempo: nos ha costado entenderlo, pero eso lo sabemos ya. Es difícil, por cierto, una vivencia más cabal de lo que significa la solidaridad bien entendida: la suerte de los otros no es rival de la nuestra, y el sálvese quien pueda hunde el barco. Pero cada vez en más momentos del día (cuando agarramos un picaporte, cuando alguien nos habla de cerca, cuando entramos en una tienda, cuando pulsamos las teclas del cajero electrónico) nos acordamos de que ahí puede haber unos puntitos diminutos que se pueden meter por la nariz o la boca y jodernos por dentro. Cada vez nos lavamos más las manos: algunos, obsesivamente. Se suspenden clases, reuniones, seminarios, encuentros, partidos de fútbol, fiestas, ferias, procesiones, y como epítome, se cierra el Congreso de los Diputados. Se habla de confinamientos, de estado de alarma, de comercios cerrados, de hospitales en caos, y se planea, se diseña y se programa un tiempo en el que el objetivo prioritario es que no ocurra nada: unas semanas en blanco en la antesala de la primavera. Pero en la primavera, por definición, no puede dejar de creerse.

Es probable que en poco tiempo haya muchos más infectados pero menos epidemia, porque la epidemia es aquello de lo que se habla, y quizás ya empecemos a hablar de otras cosas:  de asuntos familiares, de literatura o de cine, y de un después más largo que el corto después que llenaba las agendas que ahora están llenas de tachones y ahora dejan muchos espacios de tiempo libre y neutro. Quizás quede alguna progresión exponencial más, pero hoy parecía que estábamos en la víspera de todo. Como si hiciéramos acopio de ánimo para enfrentarnos a quién sabe qué. Hoy, al menos en Granada, había un aire de víspera. Como si durante un tiempo no fuera a ser posible un paseo, o algo tan sencillo como bajar a la panadería a comprar pan. El ritmo de las cosas se ha quebrado, quizás como nunca desde hace muchas décadas, y eso trae, junto a algunas desgracias, algo de excitación adrenalínica. Los miedos mezquinos e idiotizantes que nos están haciendo tan caprichosos están desconcertados. La gente no está abatida, yo veo más bien gente expectante.

Pienso en ancianos recluidos con normalidad en sus casas. Pienso en parejas que no pueden verse y se mandan incesantemente mensajes de Whatsapp en arrebatos de cercanía a distancia, porque vivir por separado una epidemia es algo contra natura. Pienso en cosas pendientes que se dejan para quién sabe si, y quién sabe cuándo: un viaje a Córdoba, una entrevista de trabajo prometedora. Pienso en proyectos interrumpidos. Pienso en trabajadores que no van a recibir dinero en un tiempo, y en empresarios que no van a saber qué hacer con una mercancía perecedera y unos suministros encargados antes de ayer. Pienso en familias que abandonan su ciudad para recluirse en una casa en el campo o en la playa. Sobre todo pienso en hospitales respirando hondo, conscientes de que allí va a ser donde se produzcan algunas situaciones duras de verdad. Para los demás, para la inmensa mayoría, la epidemia será un paréntesis que se recordará durante años. Un paréntesis que se cierne sobre las ciudades, como cuando en otro tiempo se esperaba el anuncio inminente de una declaración de guerra. Al menos, va a ser -está siendo- una experiencia compartida: por fin algo que parece ser la suerte de todos. Lo que no consiguen los signos de un planeta exhausto, ni las riadas de emigrantes que huyen de sus pueblos o buscan fortuna lejos, va a lograrlo un virus que sólo lucha por algo para lo que está biológicamente programado: nacer, crecer, reproducirse, y morir lo más tarde posible. No tiene ningún mérito.

Puede que esté en un buen momento, y por eso no entiendo la palabra "miedo" para esta situación. Puede que sea eso, que me siento fuerte, y que cuando el día es distinto me gusta lo distinto. Puede que sea la canción que estoy oyendo. Cualquier cosa será, pero está consiguiendo que piense más en la grandeza de la epidemia (es decir, en lo que nos está pasando) que en la vulgaridad del virus, y más en el "después", nuevo otra vez, que en el "mientras" quizás cansado en el que cada uno estábamos sin acabar de saberlo. Quién sabe si un poco de excepcionalidad es la protesta de una normalidad cansada de sí misma, que ha querido convertirse en víspera.

Ánimo. Vienen días distintos, que nos harán distintos. Eso tiene mucho de esperanza dentro.

 

3 Respuestas

  1. Gracias Miguel por tus reflexiones, ahora no te puedo mandar correos porque falla el servidor y la wiffi. Decía Joyce “la vida son muchos días y esto pasará”. En este confinamiento que tendrá su final con una explosión de luz, de abrazos, risas y charlas, tal vez venga bien releer en busca de la calma los Ensayos de Montaigne, la Anatomía de la Melancolía de Burton y las obras de tu padre Juan Pasquau, a quien seguimos echando de menos. Un abrazo “de los de antes”

  2. Una vez mas al individuo se le niega el derecho a serio…y??? Convivir con la verdad. Gulag comunitario.
    Y el mutante echando te a Jorge Javier encima. Ya ni una prueba medica. A morirte en tu casa cuando un mutante te miro y señalo.. el pueblo te apoyo y Jorge lo cayo arrogándose derechos de autor sobre tu presencia así que ya lo sabes
    Candel tu vecino te mira y no te deja. Me pregunto que pasara con tu vecino?

  3. Esto de vivir un momento histórico con riesgo letal para la vida por causa de un virus, me parece una de las mayores excentricidades en las que podríamos haber incurrido en un siglo llamado XXI, que se supone super-evolucionado. Enclaustrado, lo primero que elucubras es quién eres, qué cosas has hecho bien en esta vida y cuántas veces te han pisado el cuello ofensivamente por pura razón estadística. El balance suele ser positivo en todo el mundo, pues en caso contrario, no habría progreso ni sociedad civil apreciable.

    Entonces, frente a las radiografías, las ecografías. los paracetamoles y los reales decretos alarmistas, mi cabeza se lanza vertiginosa al recuerdo de las pocas verdades auténticas de esta vida, que son el azahar, las bulerias de Jerez, la generación del 27, la Mezquita de Marguerite Yourcenar, una tapa de callos y ese momento en que una mujer cabal te mira a los ojos y te insinúa con su mirada que eres torpe por no haberla abordado ya enérgicamente de una vez con lo corto que es el día, so lelo patriarcal.

    Este asombroso recogimiento de millones de criaturas por razones vitales debe servir de algo positivo. Los imbéciles, los listos programáticos, los consejeros áulicos de los lerdos, los progresistas inscritos, los fascistas, los neo marxistas de derechas, los elegetebeiqueerfemistatransbifrontesexsualienses con subvención pública, los tertulianenses multiriesgo, todos, todos, debemos hacer un mundo razonadamente mejor, basado, esencialmemte, en el amor, el sentido común y en el respeto al genoma que lleva cada ser viviente, desde la lechuga al ajo arriero, al aceite de oliva, al caracol, a las galletas María, al Tio Pepe, a la filosofía de Qim Torra.

    Salud cuadernistas.

Deja tu comentario

Los comentarios dan vida al texto y lo pone en movimiento.