El ruido del colegio.

Camino del trabajo, paso por la mañana al lado de un colegio. Una de las ventanas está abierta, y por ella sale un jolgorio de niños que alegra definitivamente la calle, más que el sol de otoño en el muro de piedra. Quizás el profesor no ha venido esta mañana, o se ha retrasado un poco y está al llegar. He seguido mi ruta, con gabardina y corbata, pero he pensado que preferiría esta mañana estar allí arriba, en el aula. Sentarme en el pupitre, esperar que llegara el profesor para abrir el libro o el cuaderno de cálculo, para esperar el recreo, para tener por delante toda la vida, como un niño. Me gustan los colegios. Es una de las mejores cosas que tenemos como sociedad. Nuestros hijos se pasan las mañanas aprendiendo cosas útiles, iniciándose en el enorme patrimonio cultural y científico que la humanidad ha acumulado, generación tras generación, y que se perdería definitivamente y para siempre si no se transmitiese eficazmente a la siguiente, en una cadena hecha de colegios, de maestros, de profesores, de libros de texto, de ejercicios y deberes. Me gusta sentirme agradecido a todos los que me enseñaron lo que ya casi he olvidado. Me gusta recordar el ruido del colegio.
 
Mientras haya colegio, hay esperanza. La educación no se basa en el deber de ser adoctrinado, sino en el derecho a aprender. Y a reírse, ya a chocarse con la disciplina académica, y a medirse con los compañeros. Luego ya vendrán los oficios y las profesiones, la obligación de devolver lo recibido, el esfuerzo de ganarse la vida. Pero el privilegio de los años de colegio bien vale un impuesto.

1 Respuesta

  1. Manolo

    Hace muy poco alguien nos dijo que, para él, las experiencias más sublimes eran aprender y enseñar. En un colegio ocurren las dos a la vez todos los días. Y lo dijo en un contexto muy concreto: dos alumnos profundamente agradecidos a sus profesores y dos profesores orgullosos de sus alumnos.

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