Cuesta trabajo hacerse idea de qué significan los 23.000 millones de euros que el Estado va a poner finalmente en Bankia. No me estoy refiriendo a su conversión en pesetas, sino a su magnitud polÃtica. Baste decir que equivalen justamente a lo que costaron los dos Plan E de Zapatero (8.000 el primer año y 5.000 euros el segundo) más el importe de los dolorosÃsimos recortes en sanidad y educación que se tuvieron que acordar hace un mes.
Los Plan E fueron una decisión de polÃtica económica: se trataba de inyectar dinero en el sector de la obra civil, para que las pequeñas empresas de la construcción aguantasen lo que inicialmente se esperaba que durase la crisis, adjudicándoles contratos para evitar los despidos masivos. Hoy dÃa es un "mantra" hacer caricatura con aquella iniciativa (que se gastó el superávit en arreglar aceras, que con ese dinero y los cheques bebés habrÃamos tenido para todo lo que ahora nos falta, etc.), pese a que algunos sesudos economistas dijeron, entonces, que era tiempo de estÃmulos públicos para la actividad económica. El caso es que el Plan E fue eso: ayuda pública para un sector empresarial estratégico en crisis.
Costó, entre los dos años, diez mil millones menos que el Plan B (de Bankia), otra ayuda pública no para un sector, sino para una entidad estratégica en crisis.
No estoy en condiciones de decir que no deba acometerse semejante dispendio. Lo que sà digo, desde luego, es que Tony Judt tenÃa razón: allà donde no puede dejarse caer a una empresa por su valor estratégico, no vale la lógica del mercado, sino la de la polÃtica, y por tanto la tendencia a la privatización se apoyó sobre un dogma falso de "eficiencia". Parece que ha llegado el momento de volver a pensar en la lógica de la nacionalización y de la planificación económica. Pero con un poquito más de democracia, para que los impuestos no se conviertan, sin más, en el mamporrero de los mercados.
Por cierto: si estoy diciendo disparates no es mi culpa: es culpa de que no me están dando una información correcta y comprensible por un ciudadano normal.
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by Bartolomé Rivas Castro