Centro comercial

Toda la tarde en el área comercial. Subo pronto, para eludir la previsible avalancha de coches hacia la zona en la que están juntos un gran centro relacionado con el deporte y otro relacionado con informática y electrónica. Es decir, "Oriente", para unos Reyes con hijos adolescentes. Hasta hace no mucho "Oriente" se encontraba en las jugueterías, y ésas sí las conocía bien: era capaz de encontrar lo original y de comparar lo vulgar. Ahora no entro en las jugueterías, porque lo que hay dentro ya me gusta más a mí que a ellos.
 
En el área comercial empiezo a sentirme como un dinosaurio. Sobre todo en el de informática y electrónica. Veo a gente dispuesta y hábil que sabe lo que quiere, o al menos sabe preguntar para saber lo que quiere. Yo sólo quiero "regalar", acertar, evitar una pequeña decepción. Como no sé buscar, las estanterías me buscan a mí. Cables que no sé para qué sirven, dispositivos que prometen proezas que no entiendo, pantallas con prestaciones difíciles de comparar, aparatos que no sabes por qué son tan baratos al lado de otros que no sabes por qué son tan caros. Chicos y chicas que me preguntan qué quiero, y sólo sé decirles: "estoy mirando". Friquis decididos que han conseguido la tarjeta de sonido que le hacía falta, el ratón ergonómico o el auricular inalámbrico. Buenos padres de familia que llevan en un carro una plancha, una manta eléctrica y se interesan por una cámara de vídeo de alta definición. Pasa el tiempo y sigo dando vueltas. Me detengo frente a la pared lleno de televisiones que multiplican la imagen de un partido de fútbol, y el Atlético de Madrid marca un gol al Levante. La música ambiental es neutra, cansina. No hay objetos que me conquisten. Ninguno me  propone ser mío. Lo intentan los "pack" de iniciación (para el camping, para el tiro con arco; para la fotografía, para el pádel), pero yo odio por definición esos "pack", porque siempre incluyen algo que no te sirve o los elementos agrupados tienen un color más feo que el de los mismos elementos que se pueden comprar sueltos. Sumas, restas, las cuentas nunca son nítidas.
 
Van a dar las diez. Hay que volver a casa. Salgo, busco el coche, perdido entre otros muchos coches que se están marchando. Carros vertiendo productos en los maleteros, parejas satisfechas con la compra, listas de cosas tachadas. Y yo me vuelvo con algunas cosas sueltas que no había ido a buscar, y que no sé si evitarán la decepción. Eso sí: "se pueden devolver". Y pienso cuánto me gustaba regalar un tractor, un juego de mesa, un castillo, unos patines, un cuento, una cometa.
 
Cometas también había, pero ya no eran de juguete: eran para profesionales.

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