Amnistía para los cerdos.

La "amnistía fiscal" se justifica por sus esperables efectos recaudatorios y como inyección (de dinero negro) en la economía (blanca). Yo creo que algunos de los objetivos propuestos pueden alcanzarse, aunque desde luego es difícil predecir en qué medida. De lo que se trata es de que el capital negro fruto de actividades ilícitas o, en todo caso, defraudado a Hacienda, transite hacia la economía "oficial" no a través de los túneles vergonzosos de ingenierías financieras de despachos de abogados y asesores contables para el blanqueo de capitales,  sino por la autopista pública de una regularización fiscal que quiere poner el contador a cero, con el peaje de un 10%.
La medida tiene objeciones técnicas que no soy capaz de valorar: es posible que los resultados recaudatorios sean decepcionantes,  porque los grandes capitales no necesitan esa autopista pública con cámaras y guardias civiles dando el paso, y quizás sigan prefiriendo sus túneles privados. Al fin y al cabo, ya se saben el camino, y han hecho del fraude un modo de maximizar los beneficios al que no querrán renunciar.
Pero también tiene una objeción moral más difícil de salvar: quien ayer, con apretura,  pagó a Hacienda lo establecido, hoy puede arrepentirse de haberlo hecho, porque cumplir la ley le va a costar un 90% de castigo frente a quien la incumplió; y quien mañana tenga que hacer la declaración de la renta puede sentirse maltratado por un sistema que, por razones utilitaristas, y por su propia torpeza para controlar el fraude, se muestra condescendiente con sus enemigos.
Es la historia interminable del hermano mayor molesto por la cena de fiesta que se brinda al hijo pródigo que vuelve a casa. Lo que ocurre es que, en este caso, el hijo pródigo no es el que se come las algarrobas de los cerdos, sino el dueño de los cerdos y de las algarrobas, que volverá no por arrepentimiento, sino para poder comprar más cerdos.
El riesgo es ése:  que esta medida nos haga a todos un poco más cerdos. Eso sí, cerdos blanqueados.

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